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'LA LISTA NEGRA
Los espías nazis en España
D. José María Irujo
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Dichos policías franceses cruzaron
la frontera en un vehículo sin armas, con cuerdas, cloroformo
y otros utensilios, concertaron una cita con Delfanne,
para lo cual Antonio López le había engañado
unos meses antes diciéndole que quería ayudarle
a trasladar sus fortunas de París, y lo secuestraron.
Lo maniataron muy cerca del Puente de Santa Cristina, en el centro
de la capital donostiarra, con tan mala suerte que un guardia
civil que pasaba por la zona con su novia los detuvo al ver lo
que estaba sucediendo -un dato realmente curioso-. Así,
Delfanne fue trasladado a su piso de nuevo y permaneció
bajo arresto domiciliario mientras los tres policías franceses
permanecían ocho meses en el calabozo del Gobierno Civil,
tras los cuales fueron juzgados y condenados en un consejo de
guerra, aunque finalmente fueron liberados al concluir la contienda
por las presiones francesas. Finalmente, Delfanne huyó
de España y se refugió en Alemania, donde fue detenido
al terminar la guerra para ser trasladado a Francia y colgado
en un castillo a las afueras de París.
Cuento este ejemplo como dato bastante sintomático del
trato de favor que algunos criminales de guerra como Delfanne
tuvieron en España en aquella época. Pero volviendo
a los espías, lo cierto es que la lista sería prácticamente
interminable. En las consultas que he hecho en los archivos de
Madrid, en el Palacio de Santa Cruz, he encontrado listas negras
con más de 700 personas a las que los Aliados acusaban
de colaborar con el gobierno de Hitler. ¿Qué
ocurrió con estas personas? ¿Cuál fue
su destino al concluir la guerra? Pues según la documentación
oficial que consta en dichos archivos, solamente unas 200 personas
fueron entregadas; la mayoría, de segunda y tercera categoría
(cuando los Aliados describían a los espías nazis
en España los catalogaban en primera, segunda y tercera
categoría). Es decir, que en el examen de estas listas
se demuestra que los que se entregaron, que fueron muy pocos,
eran personas que no tenían prioridad para los Aliados.
Los más importantes, en cambio, esto es, los de primera
categoría, recibieron el apoyo de la policía española,
de la Iglesia y de los altos cargos del gobierno de Franco, que
les avisaban del día y la hora en la que iban a ser detenidos
para que huyeran. En los archivos he encontrado cartas de Carrero
Blanco, entonces subsecretario de la presidencia, de Carmen Polo,
esposa de Franco, o de cargos como Carlos Rein, que era ministro
de Agricultura y conocido falangista, en las que se intercedía
sin ningún empacho, clara y abiertamente, para que estas
personas se salvaran y no fueran repatriadas ni detenidas al
concluir la guerra.
No obstante, los Aliados, muy obsesionados por la presencia de
estas personas en España, no bajaron la guardia. En octubre
del año 1947, los miembros del Servicio de Inteligencia
Británico establecidos en España redactaron una
nueva lista negra (mi libro se titula así, La Lista
negra, precisamente por eso, porque se les llamaba así
a esas listas en las que se denunciaba a los presuntos espías
alemanes) en la que aparecían los nombres de 104 presuntos
agentes nazis en España. Personas que debían de
ser detenidas de inmediato, a juicio de los Aliados, y entregadas
a la nueva Alemania. Según éstos, eran la flor
y nata de los servicios de inteligencia nazi. Allí estaban
Hans Lazar, el judío del que les hablaba antes, el jefe
de la Propaganda nazi, que tantísima influencia tenía
sobre la prensa española; Clarita Stauffer, la deportista
y filantrópica mujer que acogía a los soldados
nazis que huían de la Francia liberada; Johann Ther, el
cineasta del que también les he hablado, e incluso destacados
empresarios alemanes que residían en Barcelona, Madrid,
el País Vasco y otros puntos de España. Todos ellos,
en definitiva, personajes de lo más significado en su
colaboración con Hitler. Junto a sus fichas aparecían
el domicilio en el que vivían y el servicio para el que
trabajaban, esto es, las SS, la Gestapo, el SD (el Servicio de
Seguridad) o el Abwehr.
El interés de los vencedores, de los Aliados, en que se
capturara a estas personas era tan grande y tan importante que
llegaron a ofrecer al gobierno español un ventajoso acuerdo
para repartirse esas 350 empresas alemanas de capital nazi en
España de las que les hablaba antes. Unas empresas que
en aquella época estaban valoradas en más de 1.000
millones de pesetas (les mencionaba el Deutsche Bank, aseguradoras
como Plus Ultra, toda la red de colegios alemanes en España,
terrenos, mataderos, empresas mineras y navieras). Un gran patrimonio
que se embargó al terminar la guerra por la presión
de los Aliados, que justificaban que aquel capital era nazi y
que vivían obsesionados con que esa especie de Caballo
de Troya, ese poderoso holding dentro de España, podía
servir para constituir o crear en el futuro un nuevo Reich. Sin
embargo, no sólo se embargó y confiscó dicho
patrimonio, sino también todo el capital y todos los bienes
de los alemanes afincados en nuestro país. Se les restringió
el dinero que tenían para vivir incluso a familias que
no tenían nada que ver con el régimen de Hitler
y que pasaron auténticos apuros para salir adelante. Algunas
de estas personas consiguieron salvar sus bienes porque recibieron
la llamada o el chivatazo de las personas de la administración
franquista de la época para que los pusieran a buen recaudo
antes de que fueran embargados.
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