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'LA LISTA NEGRA
Los espías nazis en España
D. José María Irujo
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Por todo ello, no es de extrañar
que Lazar fuera un personaje realmente odiado por los Aliados.
Samuel Hoare, el embajador británico por aquella época,
lo catalogaba como una persona repulsiva cuando escribió
sus memorias, poco después de la Segunda Guerra Mundial,
aunque al tiempo señalaba que era la persona más
influyente y más poderosa del Madrid de aquella época
puesto que conseguía colocar las ideas de Hitler en la
mayoría de los periódicos españoles. Y si
bien los Aliados intentaban lo mismo, nunca tuvieron ni parecido
éxito. La verdad es que Lazar era un hombre muy curioso
del que se sabía muy poco. Tenía una gran afición
por las obras de arte, con las que mercadeaba en la capital de
España, y mantenía unas excelentes relaciones con
la Iglesia. No en vano, solía proponer a numerosos párrocos
repartidos por toda la geografía española el tener
su propia parroquia gratis y, en definitiva, transmitir las ideas
a sus feligreses gratuitamente. «Yo les monto su hoja
parroquial, su propaganda eclesiástica, con dinero de
las empresas alemanas en España», les decía,
y los curas aceptaban pensando que era una buena oportunidad
para trasladar sus ideas a los fieles. Sin embargo, en aquellas
hojas parroquiales, más de 250, Lazar conseguía
incluir la propaganda a favor de Hitler y de esta forma influir
en la sociedad española.
Otro personaje realmente curioso en aquella época, de
aquéllos que los Aliados perseguían e incluían
en sus listas negras, era, por ejemplo, Franz Liesau Zacharias,
un biólogo afincado en Madrid. ¿Y qué
función a favor de los nazis podía tener un biólogo
en los años 40?, se preguntarán. Pues lo cierto
es que, por increíble que parezca, cuando los Aliados
redactaron su ficha después de que terminara la guerra
y pidieron su detención inmediata, revelaron en ella que
este hombre se hacía pasar por doctor pero en realidad
era un agente del Servicio de Contraespionaje involucrado en
la compra de animales de Marruecos y de la Guinea española
para fines experimentales tales como expandir la peste en los
campos de concentración. Cuando localicé en Madrid
a la viuda de Liesau, quien todavía vive en la misma calle
que aparece en la ficha de este señor, escrita en el año
1947, ella me reconoció sin titubear las actividades de
su esposo. Me dijo que llevaba en España desde los años
20, que sufrió enormes presiones por parte de Alemania
en aquella época para que regresara a Berlín y
entrara a filas para luchar como un soldado más durante
la Segunda Guerra Mundial, pero que él se negó.
Que le ofrecieron entonces la posibilidad de que siguiera en
España mas trasladando animales, fundamentalmente monos,
eso sí, de Marruecos a Alemania para este tipo de experimentos
de los que les hablo y que finalmente aceptó para librarse
de la guerra, con lo que se vio inmerso en esa patética
colaboración con el gobierno de Hitler que más
tarde recogerían los Aliados en sus escritos.
Creo que es importante señalar que la enorme presión
que sufrieron muchos alemanes en la España de aquella
época para que colaboraran con Hitler animó a muchos
de ellos a aceptar para mantener su posición privilegiada
en el país. Una posición en algunos casos muy cómoda,
según el relato inédito que escribió Johannes
Eichhorn, un miembro de la Cámara de Comercio alemana
en Madrid. Sus familiares me enviaron sus notas inéditas
de aquella época, y éstas me revelaron que este
hombre era un absoluto antinazi en aquellos años. Escribía
para sí mismo, por supuesto, pero recogió cosas
como ésta sobre las funcionarias alemanas, a las que describía
de la siguiente manera: «Extremadamente maquilladas
y luciendo ostentosos modelos, perfumadas con fuertes olores
de origen africano, las funcionarias de los servicios nazis,
en la mayoría de los casos de bajo nivel profesional,
que durante años obtuvieron cuantiosos sueldos por no
hacer prácticamente nada, llenaban las tiendas de lujo
de Madrid y Barcelona. Como monas vestidas de seda, exigían
arrogantes los inevitables manjares. Un vergonzoso espectáculo
para muchos españoles, que no comprendían nada
[]».
Y es que el dinero alemán todavía ejercía
una enorme influencia en aquellos años. Como decía
antes, los españoles sufrían las cartillas de racionamiento,
100 gramos de carne por persona y semana; sin embargo, a juzgar
por lo que nos cuenta este hombre y algunas otras personas con
las que hablé, los funcionarios y espías de las
colonias alemanas estaban bien alimentados. En Barcelona y sobre
todo en Madrid, muchos frecuentaban los mejores hoteles, como
el Ritz y el Palace, asistían a cacerías organizadas
por los aristócratas de la época en las afueras
de Toledo, tomaban el aperitivo en el Chicote y bailaban por
la noche en el Pasapoga, que era la discoteca de moda. Muchas
de sus reuniones se celebraban en el restaurante de Otto Horcher,
un restaurante muy famoso que todavía existe enfrente
de El Retiro de Madrid y que, según la documentación
que he consultado en el Archivo General del Ministerio de Asuntos
Exteriores, en el Palacio de Santa Cruz, se montó con
dinero del Servicio Exterior de Espionaje. Las reuniones
duraban hasta la madrugada y allí los espías más
activos en el Madrid de los años 40 preparaban sus labores,
recibían correspondencia y establecían su estrategia.
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