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En este sentido, Cervantes y Shakespeare a pesar de ser tan distintos tienen una cosa en común. En efecto, las cincuenta y dos mujeres que aparecen en El Quijote son absolutamente diferentes entre sí, y sucede exactamente igual con Shakespeare: nada tiene que ver, por ejemplo, Desdémona con lady Macbeth. Por el contrario, la mayor parte de los hombres tienen que ver los unos con los otros: el hombre construye universales y persigue el poder.
Shakespeare nos muestra la diferencia, si bien no se trata de la diferencia sexual, sino de diferencias mucho más profundas. Además, no hay que olvidar que puede darse el caso de hombres que mantengan una posición "femenina". Pienso, por ejemplo, en Walter Benjamin, el gran filósofo, quien se identifica con lo más débil de sí mismo, es decir, busca sus debilidades cuando la posición masculina es precisamente buscar las fortalezas. Recuerdo también a san Juan de la Cruz y a santa Teresa, a los cuales Unamuno en un poema muy malo, por cierto llamaba respectivamente "madrecito" y "padraza".
Invito, por consiguiente, a repensar la diferencia, porque se trata de una cuestión fundamental para el equilibrio de las culturas. De todos modos, el vocablo "diferencia" está muy de moda (lo mismo que otros términos como "multiculturalismo" y "pluralismo"), pero ya se sabe que las palabras, dependiendo de quién las pronuncie, quieren decir una cosa u otra basta recordar el diálogo de Alicia con Humpty Dumpty en la novela de Lewis Carroll, por lo que hay que tener mucho cuidado con las definiciones que se dan de algunos términos. El significado de una palabra está siempre en pugna con el de otra, y el lenguaje, lejos de quienes dicen lo contrario, no es en absoluto transparente, porque en él intervienen sujetos, y cada sujeto tiene su mundo de relaciones y de ideologías internas, por lo que pueden querer decir cosas absolutamente distintas. En este sentido, el gran desmitificador del lenguaje es Nietzsche, para quien la verdad es una cadena de metáforas y metonimias que quieren decir lo que se quiera. La verdad y la mentira es también una de las preocupaciones de Marx.
Ser mujer es una manera distinta de mirar, si bien, insisto, no por el hecho de ser mujer se adquiere ipso facto esa capacidad. No en vano, ¿cuál es la posición de la llamada "Dama de Hierro"? ¿Y la posición de las soldados norteamericanas que estaban torturando a los iraquíes? ¿Cuál es la posición, asimismo, de las mujeres que estaban en los campos de concentración donde mataban judíos, homosexuales, gitanos, negros, comunistas, es decir, todo el que se saliera de la norma? Ser mujer es una manera de mirar y una manera de vivir desde la frontera, exotópica, fuera del topos, fuera de una ubicación. La tenían Valle-Inclán, cuya posición femenina era indiscutiblemente, y Unamuno, aunque éste era muy cascarrabias. Precisamente de esa posición exotópica hablaba Valle-Inclán cuando, a raíz de la I Guerra Mundial, acudió al frente y se dio cuenta de lo que son la perspectiva y el perspectivismo, algo que después daría en los famosos espejos cóncavos de su Luces de Bohemia. Otro tanto harán Brecht o los filósofos rusos del lenguaje. Es decir, de pronto hay planteamientos que, aunque empleen palabras distintas, son semejantes, porque mucha gente está pensando en problemas afines.