Dr. D.
Gustavo Bueno, filósofo
Miércoles,
14 de diciembre de 2005
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El término mito tiene una acepción peyorativa que está
recogida en el Diccionario de la Real Academia: persona o cosa a las
que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una
realidad de la que carecen. Como un ejemplo lejano y extravagante
de esta acepción, puedo citar el mito del lago Ness, y como
algo más cercano y que nos afecta más directamente,
los mitos de Jaun Zuría y la batalla de Arrigorriaga para el
País Vasco (año 870) o el mito de Breogán para
Galicia.
Así las cosas, ¿qué significan expresiones como
"el mito de España" o frases del estilo "España
es un mito"? En esas construcciones, el término está
utilizado precisamente en la misma acepción que he explicado,
y, precisamente, por aquellos que quieren equiparar España
a esos mitos. De este modo, y refiriéndose a las dos dimensiones
de España (España como nación y España
como cultura), para quienes defienden esta tesis no existen ni la
nación española ni tampoco la cultura española,
porque ambas son, según ellos, un mito.
¿Quién dice que España no existe? Muchos, pero
más los nacionalistas catalanes que los nacionalistas vascos.
Así, por ejemplo, Sabino Arana no consideraba que España
fuera una nación, sino que era su enemiga, de modo que, sin
negar la existencia de España, ponía en duda su consistencia.
Por el contrario, y refiriéndome a los catalanes, uno de los
primeros que negó específicamente su esencia fue Prat
de la Riba, uno de los creadores del nacionalismo catalán,
que imputaba a España, entre otras cosas, ser o haber querido
ser un imperio -para proclamar a continuación (igual que el
loco que ante otro loco reclamaba para sí ser Júpiter)
que el verdadero imperio era el catalán-.
De este modo, se piensa que España es una superestructura
mal construida a lo largo del siglo XIX y después durante el
franquismo, es decir, un mero conglomerado, una fantasía o
un mito. Otro tanto puede decirse sobre la cultura española,
que no ha existido para los "grandes pensadores" del nacionalismo
vasco y catalán. Para ellos, la cultura es una aglomeración
o amasijo formado por la cultura catalana, valenciana, vasca, gallega,
extremeña, berciana, etc., pero no hay, como tal, cultura española.
Esto lo afirmó hace años Jordi Pujol, cuando propuso
la conveniencia urgente de suprimir el Ministerio de Cultura debido
a que, con la descentralización del Estado, se crearon consejerías
de cultura, concejalías de cultura, etc., de modo que dicha
multiplicación suprimía la necesidad del órgano
central.
Profundizando en la primera vertiente (España como nación),
un punto de partida inaceptable que se escucha -en tertulias, por
ejemplo- es aplicar la duda metódica o ese "estar abiertos
a todas las hipótesis", dado el espíritu de tolerancia
que a veces nos invade; de esta forma se empieza suponiendo que España
no es una nación. Sin embargo, España es un hecho indubitable,
indiscutible. Así lo demuestran argumentos internos y externos.
Por de pronto, y dentro de los primeros, cabe citar la Constitución
de Cádiz (1812) -cuyo artículo 1 proclamaba que la nación
española está compuesta de todos los españoles
que viven en ambos hemisferios y cuyo artículo 3 afirmaba que
la soberanía reside en la nación- y el resto de los
textos constitucionales hasta 1978, todos los cuales hablan de una
historicidad de España en el tiempo. En cuanto a los argumentos
externos, basta citar el Pacto de la Sociedad de Naciones (1919) o
la pertenencia a la OTAN desde 1986.
Sentado lo anterior, hay quien acude al mal llamado deber ser frente
al ser para contra-argumentar así: es cierto que España
es un hecho, pero sucede que no debería serlo. En relación
con Europa sí sucede algo parecido. Europa es una estructura
burocrática que en el futuro va a existir, pero de cuya existencia
actual podemos dudar bastante, a la luz, por ejemplo, de los resultados
del último referéndum. Sin embargo, se pone en el mismo
plano Europa y España, es decir, lo que se presume que va a
ser un hecho indefectible se compara con un hecho real.
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