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AULA DE CULTURA VIRTUAL

LA ESPAÑA QUE VIVIÓ CERVANTES
Y PENSÓ DON QUIJOTE

Dr. D. Ricardo García Cárcel
Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona
Bilbao, 23 de mayo de 2005


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Igualmente, el año en el que nace Cervantes representa la confrontación abierta con la reforma protestante y el término definitivo de los sueños erasmistas. Asimismo, Cervantes fue retaguardia de una generación de escritores famosos (fray Luis de León, Huarte de San Juan o Teresa de Jesús) y avanzadilla de la gran generación del Siglo de Oro (con Lope de Vega, Calderón, Góngora y Quevedo).

De la época que vivió Cervantes siempre me ha llamado poderosamente la atención el singular cambio en el sistema de valores. La vida de Cervantes cubre el tránsito que va desde los sueños imperiales –él lo llamaba "reputacionismo", es decir, la búsqueda de una imagen gloriosa de España en el mundo–, hasta, en el reinado de Felipe III, la hegemonía del tacitismo, del pragmatismo, de la disimulación y del relativismo. A lo largo de este período se pasará de la épica trascendental de los principios a la épica de la necesidad, de la guerra a la paz, de los grandes héroes escritores cuyo símbolo había sido en la época de Carlos V Garcilaso de la Vega al modelo típico de finales del reinado de Felipe II y comienzos del de Felipe III, es decir, al pícaro, al especulador de granos, al revendedor de cargos y al comprador de títulos.

Se transitará también de la legitimidad del poder a la legitimidad del mercado. El poder va a ser poco a poco sobrepasado por el enorme peso que la opinión pública va a adquirir en la época. El sueño de Cervantes fue, justamente, abandonar su ansiosa búsqueda de una protección que le solucionara la vida (sobre todo, buscando al conde de Lemos) para sustituir el mecenazgo por la opinión pública. Triunfar como Lope de Vega, éste es el sueño indiscutible de Cervantes.

Igualmente, se pasa del honor racialmente puritano que estaba basado en la limpieza de sangre, en la prueba de unos apellidos depurados que no tuvieran mancha ni contaminación de sangre conversa o morisca, al honor-opinión, a la honra del qué dirán, que tiene muy poco que ver con la familia original o con los títulos, pero sí con la opinión. De aquí se deduce el miedo al ridículo, que es una de las claves del pensamiento de Cervantes, algo que le obsesiona.

Esta época es también la del tránsito de los grandes juristas y del Derecho a los políticos. Perfectamente vale ya para este momento la definición que más tarde dará Gracián de la política como artificio para medrar y valerse en el mundo, que es uno de los principios clave del período.

En cuanto a la historia de la mujer, también se constata la transición de un arquetipo de mujer como el que había sido diseñado por fray Luis de León en La perfecta casada (el encerramiento de la mujer y la programación funcional de unas determinadas actividades y roles) a signos visibles de liberación. Es el salto de La perfecta casada a La gitanilla (de Cervantes), el paso del matrimonio institucional y acorazado a la importancia del amor-sentimiento, que rompe el corsé en el que se había situado el papel de la mujer.

La pregunta que cabe formularse –y que se han hecho siempre los historiadores– es en qué lado se sitúa Cervantes dentro de este puzzle de cambios. El debate en torno a si Cervantes era progresista o reaccionario es viejísimo y nunca ha resultado plenamente solucionado. Digamos que hemos pasado del perfil trazado por Marcel Bataillon (Cervantes erasmista) y ratificado de algún modo por Vargas Llosa en trabajos recientes, a la imagen de Agustín Redondo (Cervantes contrarreformista). ¿Quién tiene razón?

Esta dicotomía entre el Cervantes moderno y el Cervantes antiguo fue rota por Américo Castro en un libro clásico dentro de la historiografía cervantista, cuya primera edición se remonta a 1925; en él se subraya la voluntaria indefinición de Cervantes entre las dos opciones ideológicas en juego. El alcalaíno sería, simplemente, un hombre que vive tiempos recios y difíciles, y la imagen que trazó Américo Castro proyecta al hombre de las mil conchas, el ser lleno de sinuosas concavidades mentales, que se adapta ambiguamente a vivir entre esos dos mundos sin llegar nunca a polarizarse.

 

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