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AULA DE CULTURA VIRTUAL

LOS VALORES DEL AUTONOMISMO

D. Iñaki Ezkerra
Escritor

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Bien, bueno, vale, de acuerdo: ya se ha aplicado. ¡Y ahora qué! ¿Qué territorio tenemos por delante?, ¿qué expectativa?, ¿qué horizonte? Pues no cabe otra respuesta que el Estatuto de nuevo, el regreso de esa misma autonomía suspendida. Y quizá el regreso también de la ofensiva nacionalista más fortalecida que nunca por el victimismo. Cabe imaginar qué pasaría en unas elecciones posteriores a ese paréntesis en el cual lograra el nacionalismo presentarse como una víctima de la "regresión autonómica", del "pensamiento único", de la "dialéctica de la confrontación" y todos los tópicos que barajó no sólo el nacionalismo, sino también toda la oposición a Aznar hasta derrotarlo-derrocarlo. Cabe entrever la gravedad que tendría una victoria electoral del nacionalismo, la herida que se abriría si la aplicación del 155 no hubiera sido explicada a la ciudadanía, si no hubiera ido acompañada de un paralelo, elaborado y sensato discurso ideológico y quedara como un amago impotente del viejo centralismo predemocrático. Hacer esta reflexión ahora que el PP se halla en la oposición no es inútil en absoluto sino un oportuno modo de exorcizarse del error de cifrar inadecuadas esperanzas en el regreso de ese partido al poder que cada vez resulta menos descartable.

El 155 sólo podría ser presentable como un trámite para la devolución de la propia autonomía suspendida por el plan Ibarretxe o secuestrada por su ya largo incumplimiento por parte de los gobierno vascos. Conviene tener esto claro porque, si delirios nacionalistas como el plan Ardanza, Lizarra o la propuesta del Libre Estado Asociado generan miedo, frustración y ansiedad, los sueños de una respuesta a la ofensiva nacionalista pueden ser igual de irreales y generar la misma ansiedad, más frustración y parecido pánico. Quien vea en el centralismo el Paraíso ya puede hacerse a la idea de que nunca lo pisará en este mundo. Ya puede empezar a hacer otro análisis de la situación vasca más realista y adecuado a las posibilidades políticas que tenemos. Esto no quiere decir que no pueda plantearse la invalidación de algunas competencias -concretamente la de Educación y la de Interior- dado el catastrófico balance que hoy puede hacerse de la gestión nacionalista en esas materias, pero tal invalidación sería más aconsejable por la vía sosegada y desdramatizada del recorte legislativo (en esa dirección cabrían la reforma de la Constitución y del Estatuto de Germika) que por el atajo excepcional de la suspensión autonómica.

Quienes creen en la eficacia total y aislada del 155 para zanjar de una vez por todas el reto nacionalista sin contemplar la necesidad de ninguna otra ayuda complementaria en otro plano distinto al de la drasticidad legislativa lo hacen en realidad con la convicción de otro tópico anterior y mucho más viejo que nos puede salir caro: que el nacionalismo vasco sólo se mueve por intereses económicos y que son sólo esos intereses los que lo sostienen en el poder; que es el famoso clientelismo de unos y el manoseado miedo de otros únicamente lo que marca sus actuaciones y le permite no ser derrotado electoralmente. Es esa creencia en el origen económico del problema nacionalista la que ha llevado durante años a algunas mentes preclaras a sentenciar que "nuestros nacionalistas nunca se atreverían a apostar de verdad por la independencia" y la que les lleva ahora al planteamiento de la infalible y solitaria eficacia de la suspensión de la autonomía. "Una vez desalojado del poder y privado de su rentabilidad económica", se dicen, "el nacionalismo se desinfla para siempre". Uno se encuentra así con que hay gente de derechas que es más marxista que lo que lo fue uno en sus días universitarios. Llamo "marxista de derechas" al liberal que coincide esencial y profundamente con el marxismo en una visión materialista y economicista del ser humano en general y, como consecuencia, también del fenómeno nacionalista en el País Vasco, olvidando el acicate ideológico así como el peligro de las ilusiones y los deslumbramientos colectivos. Nuestros nacionalismos periféricos -no sólo el vasco sino tanto o más el catalán- poseen una considerable carga ideológica que algunos siguen negándose a ver, los mismos que se aferran al peligroso tópico de que tanto el PNV como -sobre todo- los partidos "catalanistas" -CiU, ERC y PSC- se rigen de forma exclusiva por intereses clientelares. Gracias a este erróneo diagnóstico, que en realidad es una superstición marxistoide -como digo- porque responde a una estrecha visión economicista del individuo y de la Historia, hay quien todavía especula con la optimista posibilidad de que esos nacionalismos no se atrevan al órdago secesionista al que ya se han atrevido. Quien así analiza la realidad ha llegado a soñar en voz alta con que CiU frena el Estatut que ya ha votado en el Parlamento de Cataluña y le arrebata a ERC el papel de partido bisagra de la política catalana. No digo yo que no haya diferencias o matices entre CiU y ERC, entre CiU el el PSC o entre Convergencia y Unión incluso, pero los hechos prueban que en la vida política catalana se ha impuesto una dinámica de desafío al sistema constitucional que ya no se puede disimular con las clásicas y tranquilizantes melonadas sobre "la gran burguesía ilustrada catalana", "el seny" o "el alma fenicia" con las que algunos aún siguen intentando conjurar el miedo fundado y el sano desasosiego que les produce el numerito del Estatut. No digo yo que en CiU no se vivan como una penitencia insufrible la rapacidad institucional, las camisas negras y las patillas desarrollistas de la Esquerra sino que dudo seriamente de que la "divergencia" estética o económica sean suficientes para provocar en esa peña la "desunión" ideológica.



 

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