LOS VALORES DEL AUTONOMISMO
D. Iñaki Ezkerra
Escritor
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A menudo cuando se habla de los excesos del nacionalismo vasco,
de su insaciable avidez y su victimismo impenitente, de la amplia
autonomía que disfruta Euskadi, de las concesiones de los gobiernos
centrales y el entreguismo de los partidos que no son nacionalistas,
de lo poco que ha servido toda esa generosidad competencial y penal
a la hora de prologar la reinserción de los presos de ETA durante
más de dos décadas, de lo mal pagado -en fin- que ha
resultado todo ese esfuerzo de años por el entendimiento, se
invoca el pragmatismo de otros gobiernos y otros estados, preferentemente
el modelo francés. A menudo cuando surge el tema de la deslealtad
nacionalista que encierra y evidencia el plan Ibarretxe o de la patética
situación que hoy vive en el País Vasco quien se opone
al proyecto llamado "soberanista" hay alguien que recurre
al tópico del centralismo jacobino, en ciertas ocasiones -todo
hay que decirlo- porque ésa es una referencia más políticamente
correcta que la del "sano regionalismo" franquista, que
es lo que algunas veces algunos casi se atreven a echar de menos aunque
luchando en su fuero interno con una nostalgia inconfesable.
En efecto, el jacobinismo centralista es ya un lugar común
en el debate sobre los nacionalismos, y hay quienes -recurriendo a
ese aval oficialmente exento del pecado reaccionario- sueñan
en voz alta con un mitológico regreso al punto de partida del
proceso autonómico. Digo "mitológico" porque
se trata de una fantasía que no ha sido en la mayoría
de las ocasiones racionalizada por quien la acaricia y porque dicho
regreso es sencillamente impracticable. Incluso cuando, en los últimos
tres años en que gobernó el Partido Popular y ante el
desafío del Plan Ibarretxe, se hablaba de la suspensión
de la autonomía -de la aplicación del famoso 155- se
hacía a veces también como considerando esa posibilidad
de volver a un presunto paraíso perdido del mapa escolar de
la posguerra o la España desarrollista; de ser devueltos, gracias
a un mágico y providencial salto legislativo previsto por nuestra
Constitución, a las prístinas y cristalinas aguas centralistas.
Sin embargo, tampoco esta modalidad distinta del mismo sueño
ha sido de verdad racionalizada porque el sistema autonómico
no tiene vuelta atrás. La España de las autonomías
es ya una realidad irrebatible, así como el único freno
real -no lo olvidemos- a los independentismos periféricos,
aunque éstos hayan querido utilizar esa realidad autonómica
como una estrategia para sus objetivos. El inesperado triunfo de Rodríguez
Zapatero en las elecciones del 14-M de 2004 zanjó todas estas
especulaciones. Pero no está de más apuntar que, aunque
ese cambio político no se hubiese producido y hubiera permanecido
en activo el fantasma del 155, éste nunca habría podido
satisfacer aquellas nostalgias centralistas. Gracias a esa realidad
de la España de las autonomías el 155, de aplicarse
en el País Vasco, sería un paréntesis, un "impasse",
empezando porque tal aplicación nunca sería general
y extrapolable a las demás comunidades autónomas. ¿Qué
podría durar la aplicación del 155 en Euskadi? ¿Dos
años como mucho? ¿Unos meses
?
Euskadi estaría condenada a ver rehabilitada su autonomía
antes o después, más tarde o más pronto. Ésa
es una de las grandes objeciones -si no la mayor- al artículo
constitucional que prevé la suspensión de la autonomía
en nombre del interés general de España: que no se puede
plantear como un verdadero proyecto político por su propia
naturaleza de medida transitoria, de situación que lleva dentro
el germen de su misma desaparición y de su propio final. A
menudo quienes sueñan con ese artículo de la Constitución
que acabe tajantemente con la impunidad nacionalista ven en el fondo
tan improbable y difícil su materialización que sitúan
ésta en el horizonte, como meta, como lugar de llegada adornado
con la luz cenital de la utopía. Pero para contemplar bien
el 155 no hay que situarlo en la lejanía que nos dibuja su
contemplación desde el balcón de la víspera.
Pongámonos en el día en que llegara. Imaginemos su cumplimiento,
el advenimiento del 155 a la Tierra.
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