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AULA DE CULTURA VIRTUAL

LOS BUENOS HÁBITOS EN LOS NIÑOS

D. Eduardo Estivill
Pediatra y neurofisiólogo (creador del famoso método Estivill)

Dña. Montse Doménech
Pedagoga y psicóloga

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A propósito del llanto, actualmente conocemos que los niños lloran de dos formas completamente distintas. Un niño puede llorar con sentimiento cuando tiene un trauma o cuando siente dolor (por ejemplo, cuando se pilla un dedo en una puerta). Es un tipo de llanto muy característico que a las madres no les pasa por alto. Junto a éste hay un llanto de acción, un grito que casi nunca va acompañado de lágrimas y del que las madres, igualmente, se dan cuenta. En este segundo caso, al niño no le pasa nada; simplemente está haciendo una acción para que la madre o el padre reaccionen. En cuanto se le coge en brazos y se le toca un poquitín, el niño calla.

Ahora bien, la situación se complica cuando el niño crece, ya que entonces utiliza la palabra para comunicarse con el adulto. Imaginemos que tenemos una niña de tres años con problemas en el hábito del sueño. La hemos colocado en la cama y, desde la cocina, oímos lo siguiente: "La mamá es muy guapa", "Papá es simpático", "Mañana es domingo", "Iremos a ver a la abuela", etc.

Son, en efecto, palabras. El problema radica en que, aunque los adultos interpretamos las palabras, los niños no pronuncian palabras para que las interpretemos (para darnos a entender una situación), sino que lo hacen por la reacción que nosotros mostramos hacia esta palabra. Sin embargo, cuando los padres oyen las palabras anteriores, las interpretan, y uno dice al otro: "¡Mira qué lista! Me ha visto entrar y, en cuanto he dicho que mañana vamos a ver a tu madre...". Y en esto se quedará la reacción.

Ahora bien, si a este niña la colocamos en una situación en la que ella se siente insegura en relación con el hábito del sueño, puede decir otra frase: "¡Mamá, pupa, barriga!". Entonces, inmediatamente, los padres la cogen, le cantan, la bailan...

Por tanto, las palabras que utilizan como acciones para conseguir reacciones cuando los colocamos en una situación donde ellos no saben hacer y están inseguros, como es el hábito del sueño, son de este tipo: "Caca, sed, pipí, pupa, un cuento, un besito...". En definitiva, todo aquello con respecto a lo que el niño sabe que el adulto reacciona.

Un niño de tres años que se despierta a las tres de la mañana utiliza siempre palabras inteligentes, como, por ejemplo, "¡tengo sed!". Ante esa exclamación, la mamá va hacia él y dice lo siguiente: "No, no puede ser, porque te has bebido ya dos vasos de agua". "¡Tengo sed!", repite. "No, porque además te has bebido un vaso de leche". "¡Tengo sed!". Y así va pasando un cuarto de hora, media hora..., hasta que la madre, que ya no puede más, al final coge un vaso y lo da a la niña. Entonces, la niña coge el vaso y se lo bebe. Tres horas más tarde puede volver a suceder lo mismo y, entonces, la palabra que la niña diga quizá sea "pipí". Se repetirá el proceso, se hará caso a la niña y ésta terminará durmiéndose.

Además, los niños utilizan palabras dirigidas siempre en función de quien tienen delante. Saben perfectamente que a la madre le sirven unas cosas y al padre le sirven otras, y lo mismo con la abuela o el abuelo. Es decir, saben dirigir sus acciones para conseguir reacciones en función de la persona que tienen frente a ellos.

Esto es muy característico no sólo de los niños que tienen tres años, sino también de los de seis meses. A esas edades, por ejemplo, el niño llora siempre mirando hacia el padre o hacia el padre que sabe que primero lo va a coger (en un porcentaje elevadísimo, la madre). Tuvimos un caso hace muy poco que fue realmente espectacular. Una madre acudió a nosotros diciéndonos que su niño de tres meses y medio, casi cuatro, no la quería. Hicimos esta misma prueba; yo cogía al niño, y éste se giraba con las manitas sólo hacia el padre. Haciendo el historial de esta mujer supimos que la pobre había sufrido un problema médico muy grave que la obligó a estar ingresada dos meses y medio en el hospital, con lo que era el padre quien cambiaba al niño, le daba el biberón, etc. Evidentemente, no es que el niño no quisiera a la mamá, sino que, simplemente, las acciones que el niño había aprendido a hacer eran respondidas sólo por el papá.

Al cabo de una semana de explicar esta situación a la madre, el problema se solucionó inmediatamente. A base de repetición y de estar con el niño, éste aprendió rápidamente, en una semana, que la mamá también le daba de comer, lo limpiaba, le cantaba, le hacía masajes, etc.

En definitiva, gracias al sentido común y a las aportaciones de los pedagogos somos conscientes de que los niños necesitan rutinas, algo que, si nos fijamos bien, también los adultos necesitamos, puesto que todos nos sentimos seguros cuando sabemos lo que va a pasar. Los niños necesitan rutinas para antes de ir a dormir, y es preciso tener en cuenta que es muy importante separar nítidamente el hábito de la cena, del hábito del sueño. Una vez que el niño termina de comer, debemos crear un espacio de tiempo que llamamos "hábito de la afectividad o de la comunicación". Es decir, sentamos al niño en el regazo o en el sofá y, en este momento, le cantamos canciones, le contamos cuentos, etc. El objetivo, claro está, no es que se duerma, sino transmitir afectividad, y hay que hacerlo con una actitud de transmisión de afecto y de amor.

Finalmente, debo decir que el resultado de todo este trabajo es Duérmete niño, mi primer libro, y Método Estivill. Guía rápida, que introduce algunas variaciones para mejorarlo, entre ellos un CD. Junto a estos títulos, Monste Domènech y yo hemos escrito un libro para enseñar a comer con el objeto de que los padres sepan cómo enseñar el buen hábito de comer.

Finalmente, quedaba un espacio intermedio que, como he dicho, llamamos "hábito de la afectividad". El material elegido para enseñar este hábito son los cuentos, una herramienta pedagógica muy importante para poder enseñar algunas normas de educación. Somos unos grandes defensores de la idea de que los padres son los responsables de la educación del hijo, y no, como hoy día se está diciendo, de la idea contraria: llevar al niño a la escuela para que lo eduquen. La escuela no tiene ninguna obligación de educar al niño, sino de formarlo y darle conocimientos. El niño tiene que llegar bien educado a la escuela, y la educación se realiza desde el primer día de vida y es responsabilidad de los padres y personas que están al cuidado de los niños, sobre todo en el primer y segundo año de vida.

Por esta razón, pensamos que en estos cuentos podíamos inculcar algunos conceptos que después los padres pudieran utilizar. Hay dos tipos de libros. Uno es para niños muy pequeñitos, y aparece un personaje que se llama Lila, porque los niños aprenden mucho por imitación, y es mucho más fácil para un padre y una madre referirse a un personaje ficticio para ponerlo como modelo de los niños. También para este mismo grupo de niños, pero con mayor edad (cinco, seis o siete años) hemos publicado otro libro, que son los cuentos para antes de ir a dormir.

 

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