a


AULA DE CULTURA VIRTUAL

LOS BUENOS HÁBITOS EN LOS NIÑOS

D. Eduardo Estivill
Pediatra y neurofisiólogo (creador del famoso método Estivill)

Dña. Montse Doménech
Pedagoga y psicóloga

SIGUIENTE>>

Como pediatra y neurofisiólogo tuve la oportunidad de empezar a estudiar el sueño de los niños hace ya muchos años, en 1976. Montse Domènech hizo lo mismo, pero en cuanto a los hábitos y la pedagogía. Uniendo los dos trabajos hemos podido formular toda una serie de recomendaciones publicadas en distintos libros, a cuyos fundamentos científicos me referiré a continuación.

Hoy día sabemos que el sueño es una actividad fundamental para el ser humano. Hasta hace muy poco se pensaba que dormir era perder el tiempo. Simplemente, el hombre o la mujer se apagaban como una luz, de modo que dormir era un período donde no sucedía nada.

La explicación de esta forma de pensar es el gran desconocimiento de lo que sucedía mientras estamos dormidos. De hecho, los hombres hemos estudiado los demás hombres solamente cuando estaban despiertos, y ya en la época del hombre de Cromagnon o Neanderthal teníamos cráneos con agujeros. En cambio, no se empezó a estudiar qué es el sueño hasta hace ochenta años, y cada vez sabemos más, motivo por el cual resulta tan interesante esta especialidad: aprendemos continuamente cosas nuevas.

Lo anterior resulta especialmente importante y cierto en relación con los niños. En efecto, es más desconocido por qué un niño duerme como duerme, por qué cambia su sueño a lo largo de su infancia y cuáles son las repercusiones de dormir mal. Hoy día sabemos que dormimos para estar despiertos, que el sueño es la fábrica de nuestro día y que, durante la noche, nuestro cerebro fabrica y repara todo lo que gastamos al día siguiente. Ésta es la razón por la que dormimos un número determinado de horas cada jornada.

Las principales ideas que sabemos sobre el sueño de los niños son las siguientes. Cuando un niño nace, duerme muchas horas, pero no puede dormir seguido, sino que lo hace "a trocitos". Es decir, si nos imaginamos un círculo que represente las veinticuatro horas del día, un niño -cuando nace- duerme dos, tres o cuatro horas; a continuación se despierta, come, lo tenemos que cambiar, debemos darle afecto; después vuelve a dormirse, se despierta, vuelve a dormirse...; y así sucesivamente. Esta repetición de fases en las que está dormido-está despierto recibe el nombre de "ritmo vigilia-sueño" y cambia en los seis primeros meses.

Poco a poco, este ritmo se va transformando en otro tipo de sueño. Si imaginamos otro círculo, en este segundo la mitad inferior sería la noche, y la mitad de arriba sería el día. Pues bien, sabemos que, a los seis meses, el cerebro de un niño tiene capacidad para dormir seguido entre once y doce horas. Además, realiza tres siestas después de cada una de las comidas. Así, por ejemplo, si un niño come a las ocho de la mañana, a las doce del mediodía, a las cuatro de la tarde y a las ocho de la noche, realiza tres siestas después de cada una de las comidas del día, más la larga pausa nocturna. Este segundo tipo de sueño recibe el nombre de "ritmo circadiano", es decir, un ritmo que se repite cada veinticuatro horas, que es lo que hacemos los adultos.

En la actualidad sabemos también que este cambio de ritmo (de anárquico o circadiano) no se realiza porque sí. Existe en nuestro cerebro un grupo de células -que es nuestro reloj biológico- denominado técnicamente "núcleo supraquiasmático del hipotálamo". En realidad, es un grupo de células que actúa como si fuera un reloj. Pues bien, cuando nacemos, este reloj es inmaduro, es decir, no sigue el ritmo correcto de veinticuatro horas, y necesita entre cinco y seis meses para cambiar al ritmo de veinticuatro horas. Asimismo, y como todos los relojes, necesita que le den cuerda para que se ponga en marcha, algo que técnicamente se llaman "sincronizadores", es decir, informaciones que este grupo de células recibe para aprender a introducir el cambio.

Existen sincronizadores internos, es decir, información que el propio cuerpo da a este grupo de células, por ejemplo, el ritmo de la temperatura. Todos sabemos que, cuando dormimos, nos enfriamos ligeramente, y que, cuando despertamos, nos recalentamos. Se trata también de un ritmo circadiano de temperatura (más baja de noche, más caliente de día) que, cuando nacemos, es anárquico; así, los recién nacidos tienen una temperatura más o menos constante durante las veinticuatro horas del día, y, hasta que este cerebro no recibe esta información de la temperatura del propio cuerpo, no empieza a introducir este cambio.

Existen otras sustancias químicas internas que fabricamos, como la hormona melatonina. La fabricamos cuando se hace oscuro, e informa al reloj del cerebro de que tiene que dormir; en cambio, cuando amanece, esta hormona desaparece de la sangre y aparece el cortisol, otra hormona que nos dice que tenemos que estar despiertos.

Junto con esta información interna que recibe el reloj biológico, hay otras de tipo externo, como la luz, el ruido, el silencio y, sobre todo, las rutinas o hábitos de sueño, que son las normas que los padres enseñamos a nuestros hijos para que este reloj se ponga en marcha y pueda realizar el cambio correctamente. Hay que tener claro que sobre ciertos factores no podemos actuar; así, no podemos cambiar la temperatura (enfriándolos de noche o recalentándolos de día); tampoco podemos darles melatonina, ni podemos actuar sobre la luz o la oscuridad, que provienen del sol. Sin embargo, podemos influir muy bien en los hábitos o rutinas del sueño.

Por ejemplo, hoy día sabemos que, en el 70% de los niños que nacen, este reloj madura de forma correcta, por lo que ese grupo pasa sin ninguna dificultad a dormir diez-doce horas durante la noche, y dormir sus siestas durante el día. No obstante, hay un 30% de niños (cantidad grande) cuyo reloj es "un poco gandul", es decir, necesita algo más de cuerda. Se trata de niños completamente normales, sin ningún problema médico ni psicológico; tampoco son niños mimados, ni la situación es culpa de los padres. Sólo sucede que su reloj biológico necesita una información extra para poder desarrollar este cambio.

En el pasado, esta realidad se desconocía, con lo cual los padres vivían con estos niños que se despertaban cinco, seis o diez veces cada noche; que no dormían nunca más de dos o tres horas seguidas; y que sufrían repercusiones al día siguiente, ya que, como he dicho, dormimos para estar despiertos. Los niños que duermen mal están más irritables durante el día; son más dependientes de las personas que los cuidan; y, posteriormente, debido a que van creciendo y siguen sin dormir bien, padecen más problemas escolares o, incluso, de talla. La explicación es que, mientras dormimos, en la fase más profunda del sueño se fabrica la hormona del crecimiento; estos niños, como fraccionan muchos su sueño, no llegan nunca a tener la suficiente cantidad de sueño profundo, con lo cual pueden sufrir, en los casos más graves, alteraciones de talla.

 

 

subir


Pintor Losada 7
Teléfono: +34 1 944870100 / Fax: +34 1944870100
48004BILBAO