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AULA DE CULTURA VIRTUAL

 

NOS ESPERA LA NOCHE
La escritora Espido Freire conversa con el periodista Félix Linares


Bilbao, 10 de noviembre de 2003

 

Félix Linares: Después de muchos años de escribir, de algunos menos -pero también muchos- de publicar, de batirse en diferentes corrientes literarias, creo que nada divino ni humano le es ajeno a Espido Freire. En todo caso, se lo preguntamos: ¿cuántos años llevas publicando? ¿Siete años más o menos?

Espido Freire: Un poquito menos. Publiqué la primera novela en marzo de 1998; es decir, cinco años y medio.

Félix Linares: En este tiempo, si no cuento mal, la cosa se acerca a la docena de publicaciones.

Espido Freire: Han sido once, sin contar los libros en conjunto, sin contar las traducciones... Sí, todavía no llega a la docena.

Félix Linares: Supongo que has tenido que renunciar a algo -a cenas con los amigos, por ejemplo-, porque no se puede escribir tanto, ¿no?

Espido Freire: ¿Sabes que ocurre? Llega un momento en el que tus amigos son los que o bien respetan que tienes que escribir o bien comparten aficiones comunes. No todos ellos son del ámbito literario; de hecho, los amigos que conservo de la infancia o muchos de los tiempos de la universidad se dedican a cuestiones muy dispares. Es la gente que me ha ido acompañando desde siempre. Sin embargo, después, en la universidad, cuando ya llega el momento de elegir a los amigos, cuando ya no se van dando tanto por afición, por el colegio, por la rutina, por el parque, sí que comencé a rodearme de gente que tenía un interés literario más claro; y ahora, los pobres, tienen que asumir que, yo, cuando estoy disponible, tengo prácticamente todo el día, pero que, cuando estoy de viaje, no tanto. A veces se hace duro porque te pierdes cumpleaños, aunque estés en casa, porque asumen que estás fuera, porque el contacto no es el mismo, claro, no siempre se está cuando hay que estar; además, también resulta molesto, en cierta medida, tener alguien al lado con una dimensión pública, porque está la parte de los autógrafos, está la parte de centrar la atención constantemente. Ni es muy agradable para quienes me acompañan ni es muy agradable para mí. Me imagino que a ti te pasará todavía más, tú vienes del mundo de la televisión. La parte de popularidad, de ser un rostro conocido, que otorga el Premio Planeta, por ejemplo, a veces se refleja después en una especie de invasión de la intimidad. Y, bueno, hay que vivir con ello. No pasa nada, son las dos caras.

Félix Linares: No es que vayamos a mirar con lupa todos los títulos, pero sí hay algunos muy representativos, que creo que marcan tu carrera. Empecemos por el primero, Irlanda, que, entre otras cosas, es una novela con fuerte carga autobiográfica, aunque no era la primera que tú escribías.

Espido Freire: No, Irlanda parte de un cuento que yo escribí siendo muy jovencita, estando todavía en el instituto, pero fue la tercera novela que yo escribí y la primera que publiqué. Y, hombre, ten cuidado con lo de "fuerte carga autobiográfica", porque es una novela altamente perversa.

Félix Linares: Aunque todo el mundo aporta cuestiones personales en su libro, creo que en una primera novela es casi obligatorio fijarse más en uno mismo.

Espido Freire: Mira, ¿sabes de dónde surge esta novela? Yo tenía 15 ó 16 años. Estaba estudiando en el instituto de Llodio y tenía la conciencia de que escribía bastante bien. No sabía hasta qué punto bien, pero había sido la empollona, era la que más leía en el colegio... De alguna manera se va llegando a una edad en que cada persona sabe que destaca por algo: por el deporte, porque eres la más mona, etc. En mi caso era porque yo hablaba bien y escribía bien. En aquel entonces me dedicaba de forma bastante intensa a la música y estaba comenzando ya a viajar, a hacer giras internacionales con la ópera. Eso no me hacía especialmente popular en el instituto porque, aparte de ser ya rara y empollona, cantaba opera y era la que cantaba con José Carreras. Y yo lo que quería era ser animadora, yo quería una vida normal, quería ser guapa, dinámica, atractiva, tonta, rubia, cualquier cosa, algo que me llenara con ese tipo de valores que imperaban entonces, que, básicamente, estaban importados de Sensación de vivir y otras series de televisión.

No obstante, ni era rubia ni animadora ni nada parecido, y además estaba descubriendo en ese contacto con el mundo exterior, con el mundo de la música, que yo no tenía las armas suficientes como para enfrentarme al mundo, que había sido educada en una serie de valores un tanto anticuados y que, ni la bondad, ni la constancia ni posiblemente el talento me iban a servir de mucho si no venían acompañados de astucia, de una ambición desmedida y de mucho tesón. Y yo ni era especialmente ambiciosa ni era especialmente mala. Sí era fantasiosa, pero manipuladora, lo justo. Ahora bien, no encajaba allí, y me encontraba medio año en un mundo de adultos en el que no era del todo bien aceptada y medio año en un mundo de adolescentes que se encontraban ya años luz de mí.

Recuerdo que había una muchacha en el instituto que no solamente tenía todo el aspecto de la animadora y era una belleza simpática y social, sino que además resultaba bastante inteligente, sacaba buenas notas y era esa persona en la que te quieres convertir. Yo estaba entonces en 3.º de BUP, creo, y nos habían mandado a un antiguo laboratorio del instituto, un sitio bastante horrendo donde no había ventanas. Entonces, yo salía un día para mi clase y esa chavalita bajaba. Había llovido. El suelo estaba bastante resbaladizo, tropezó y resbaló por las escaleras. Entonces yo la cogí; y dijo: "gracias", y yo respondí: "de nada". Continué subiendo y ella siguió bajando; y según estaba llegando a mi clase pensé: "Pero qué tonta eres, ¿por qué las has cogido?". Y mi angelito bueno iba diciendo: "No, pobrecilla, se podría haber roto una pierna". Y yo: "¿Una pierna? Eso supone dos meses sin minifalda". Cuando llegué al aula, me encontraba inmersa en un debate moral bastante intenso, la sensación de que, por primera vez, había descubierto toda la negatividad que podía existir dentro de mí, que potencialmente yo podía ser exactamente igual que los adultos que me repugnaban. A cuenta de eso comencé a escribir Irlanda, que, como ves, no nace de una experiencia autobiográfica, aunque sí de una reflexión sobre el bien y el mal, sobre el mundo de los adultos y el mundo de los niños, sobre la oscuridad, la relatividad moral...






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