MILEURISTAS
RETRATO DE LA GENERACIÓN DE LOS MIL EUROS
Dña. Espido Freire
Escritora
Bilbao, 30 de Octubre de 2006
Y, por lo tanto, teníamos que probar muchísimas cosas, pero ya lo habíamos probado desde niños. ¿Por qué? Porque para nosotros fue la EGB, e inmediatamente después de nosotros la EGB se eliminó. Entonces, vivíamos con el miedo constante a que nos pillara la reforma educativa. La reforma educativa nos estaba persiguiendo en el colegio, nos persiguió después en el instituto y nos persiguió, y, en mi caso, me alcanzó en la universidad. Por lo tanto, estábamos creciendo y educándonos en un sistema que todos decían que no era tan bueno como el bachillerato de antes. Que nosotros éramos tontos, o que éramos burros, pero que encima no teníamos ningún tipo de futuro. Entonces, ¿qué estamos haciendo? Había una desmotivación estudiantil grande, no tan grande como ahora, pero en aquellos momentos se nos veía como esos niños a los que sólo se les pide estudiar. ¿Qué están haciendo?
Había dos opciones, ustedes se acordarán: quien valía para estudiar, iba al bachillerato y al COU, quien no valía para estudiar, por lo menos, que trabajara, e iba a FP. Ir a la Formación Profesional durante mucho tiempo se vio el gran monstruo que teníamos los adolescentes mileuristas. Para el hijo que salía un poco tonto el consuelo era: bueno, siendo un buen profesional también se puede uno ganar la vida, también hacen falta fontaneros, también hacen falta.
Entonces eso era terrible para niños poco motivados o para niños que arrastraban un fracaso escolar, cuando no se permitía repetir curso. Pero también era una presión constante para los que aprobábamos, o los que íbamos a bachillerato. No me incluyo porque fue mi opción vital. Si no se estudiaba, si no se superaban determinadas notas, se era tonto. Por lo tanto, ya no existía la nobleza ni el orgullo del oficio, que había existido en la época de nuestros padres. Ser un buen fresador, ser un buen maestro de obras, ser un buen pastelero, era la segunda opción y a esa segunda opción se le tenía mucho, muchísimo miedo. Se le tenía miedo a la selectividad, por supuesto. La selectividad no permitía, nada, absolutamente nada. Gente que se enfrentaba a dos exámenes, a tres exámenes, a repetir incluso COU para subir la nota. Bueno, nada terrible, decían los padres, lo que hubiera dado yo por estudiar. Ya, pero es que para nosotros estudiar era algo distinto, era la única vida que existía. Quien tenía que abandonar COU, después de haber ido superando distintas y distintas pruebas, nuevamente era un fracasado, no era un fracasado económico, era un fracasado intelectual. Era la sensación de que había tenido todo en su mano, todos habían hecho todo lo posible,... y él fallaba.
Les estoy explicando todo esto que, sin duda, han tenido en su casa o cerca, para relativizar, para poner desde el otro punto de vista. Ahora que ya hace quince o veinte años de esta historia, de dónde vinimos, de dónde venimos estos jóvenes a los que ahora se nos acusa de pasivos, de tristes, de melancólicos, de refunfuñunos.
Bien, estábamos, por lo tanto, destinados a los estudios y, sin embargo, al llegar al momento clave de elegir los estudios, no podíamos elegirlos si nuestras notas no eran lo suficientemente buenas. Volvía otra vez la idea del tonto y la idea del listo y, sobre todo, la idea de las carreras prestigiosas y las que no. Antes había carreras divididas por una idea de género: si era chica, mejor que estudiara un magisterio; si era chico ¡hombre! ingeniero, un ingeniero siempre, en fin. De pronto, la idea del género ya no importaba, importaba la nota de la selectividad, importaba la sensación de que sólo los que realmente valían, podrían elegir, los otros que se buscaran la vida, que se fueran a filología, que no se pedía nota, que se fueran a historia, que se fuera a filosofía. Bueno, filosofía era la carrera temida de algunos padres, pero ¡Dios mío, este hijo qué va a hacer con filosofía! Porque estaba totalmente asociada la idea de la universidad con la idea de conseguir un trabajo de prestigio y siendo filósofo, dónde se iba a ir. Entonces, las carreras de letras comenzaron un declive lento, pero imparable. No tenían futuro, no tenían salidas, eran las que no exigían ni siquiera nota de acceso. Y así nos va. Yo que dejé derecho -en que había sido admitida con nota regular y demás-, para filología, tardé años en convencerle a mi padre de que esa opción vocacional, podría tener futuro. Porque él lo veía como un descenso intelectual y un descenso, incluso, de posibilidades económicas enorme. Luego, pues, bueno, no salí tan mal, pero en un principio eso era así.
Y había otras personas todavía que estaba en peor situación: las personas que se daban cuenta de que la reforma universitaria, que a ellos les cortaba por la mitad, ni siquiera estaba preparada para unos estudios prácticos. Claro, mientras nosotros estábamos en la universidad o en el instituto, había muchísimos cambios sociales, cambios de los que no éramos protagonistas, pero que constantemente nos afectaban. El primero de ellos, por supuesto, era el político, era la alternancia política, los conflictos. Más en el País Vasco, donde se vivió con mayor dolor, con asesinatos, con muertes, con denuncias. Pero, aparte de ese clima político, teníamos un clima económico en constante movimiento, del que los niños y los jovencitos apenas nos dimos cuenta. Nuevamente, el Norte, en general, resultó muy afectado, Astilleros, Altos Hornos,... huelgas generales, cierre de fábricas. Yo, por ejemplo, que he vivido en Llodio hasta los 25 años, veía cómo, una tras otra, las grandes empresas que habían mantenido vivo el tejido social de esta zona y de este pueblo, cerraban, Y yo pensaba que nunca le tocaría a la empresa de mi padre. Por suerte fue la única que se salvó -no le tocó-, una de las pocas. Pero la tensión que se transmitía y esa tensión constante -"tú estudia"-, tenía, a su vez, un origen real, un origen en lo que los propios padres estaban viendo. Dónde iban ellos con cuarenta y ocho, con cincuenta y dos, con cuarenta y cinco años, sin capacitación excesiva, después del cierre de un astillero. Bueno, en otras circunstancias eran minas; en otras zonas de España eran otro tipo de empresas. Quienes estudiaban, por lo menos, se podrían colocar.
Y mientras eso estaba ocurriendo, nosotros teníamos una niñera de excepción. La mayor parte de nuestras madres trabajaban en casa o trabajaban únicamente a media jornada, pero bastante tenían todavía con arreglarse. Nuestra niñera en muchos casos, o nuestra compañera, era la televisión. La televisión no se veía como ahora. Ustedes se acordarán que estaba muy regulada. Daba la sensación de que era lo mismo que el teléfono. Era un bien precioso que se había adquirido hacía poco y que había que consumir con cierto cuidado. Que los niños no vieran tanta televisión, que se quedaban tontos. Bueno, nosotros veíamos la televisión, únicamente en programas infantiles y en programas infantiles que todos, absolutamente todos compartíamos. La prueba, suelo decir yo, medio en broma medio en serio, es que, cuando la generación anterior se junta y se toma unas copas, acaba cantando canciones de misa, que es lo que tienen todos en común; nosotros, en cambio, cuando hay un par de copas de por medio, lo que cantamos son las melodías de nuestras series preferidas: David, el Gnomo, Pumuky, por supuesto, La Bola de Cristal, Barrio Sésamo,... Es decir, algo ha ocurrido ahí. El centro de atención o el centro de educación o el centro unificador ha pasado de uno a otro, y de pronto ahí estaba la televisión, ahí estaba la publicidad.
Hay un momento, en que hago un recorrido histórico por el libro para enfocar toda esta generación, y digo, que hubo una serie de momentos que los mileuristas recuerdan y vivieron como absolutamente trágicos en su vida, o como determinantes. Trágicos, no de tragedia, sino de trascendencia. Uno de ellos, por supuesto, fue la goleada de España a Malta. Claro, todos los vivimos, los más mayores, los más jóvenes, pero para los niños aquello era real, para los niños era el tiempo en directo, se dilataba la importancia de lo que estaban viviendo, tanto así, que mientras yo estaba escribiendo este libro, el propio portero de Malta protagonizó un anuncio, y un anuncio que estuvo en todas las televisiones y un anuncio, además, destinado a jóvenes. Y otro de los momentos de unificación, por ejemplo, fue la muerte de Chanquete, la famosa muerte de Chanquete repetida una y otra vez. Una y otra vez, pero que sigue siendo un referente social, y yo por ejemplo, lo comparo con otros hechos de importancia real y de relevancia real.