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AULA DE CULTURA VIRTUAL

MILEURISTAS
RETRATO DE LA GENERACIÓN DE LOS MIL EUROS

Dña. Espido Freire
Escritora

Bilbao, 30 de Octubre de 2006

Mi intención cuando escribí este libro y cuando me planteé venir aquí para exponérselo a ustedes, era la de enfrentarme a los mileuristas, la de hablar precisamente a una generación, que es la mía, que ronda los treinta años y que se encuentra con unas circunstancias determinadas. Y, sin embargo, en casi todos los encuentros que tengo, me encuentro casi siempre dirigiéndome a los padres de esos mileuristas; en algunas ocasiones, abuelos dinámicos e interesados por lo que les está pasando exactamente a sus nietos. Claro, eso para mí es un reto. Es un reto, primero, porque me tengo que dirigir a una generación a la que no acabo de entender y que tengo la sensación de que ellos no acaban tampoco de entenderme. Y, por otro lado, porque el enfoque que se puede tener cuando nos dirigimos a pares, a iguales, es muy distinto de cuando nos dirigimos a padres o abuelos.

Hace aproximadamente cuatro años, en el 2002, el diario El País recibió una carta. Esa carta procedía de una muchacha que se llamaba Carolina Alguacil. Era una carta extensa, una carta muy bien escrita, en la que decía que acababa de volver de Alemania. Era una chica normal, joven, publicista y hablaba de cómo estaba ella. Ella no podía dejar la casa de sus padres, o si la dejaba tenía que compartir piso con varios amigos. Cobraba menos de mil euros al mes. Había estudiado una carrera y después un master, hablaba dos idiomas, conocía informática, tenía el carnet de conducir,... Tenía todo lo que la sociedad le habían enseñado para triunfar de alguna forma, y se encontraba con que cada vez que iba al extranjero el profesional español, el profesional joven que vivía en Madrid, en Barcelona, en Bilbao, en Valencia casi se enfrentaba a las risas de sus compañeros, porque continuaba viviendo con sus padres. Ni siquiera tenía una estabilidad económica lo suficientemente grande como para plantearse empezar una familia. Ella decía que era mileurista -ganaba mil euros- y terminaba con una coletilla. Esa coletilla era: ha sido divertido vivir así, porque hemos vivido como eternos adolescentes, porque disfrutábamos de ocio y porque hemos sido mimados y protegidos y crecimos con la televisión y con mil comodidades. Pero, ahora, ya cansa.

Yo leí esa carta, como mucha otra gente; de hecho, circuló por Internet. A mi me la enviaron, por si yo me identificaba con ella, pero al cabo de cierto tiempo, a mí también empezó a cansarme, empecé a tener la sensación de que pasaban los años, dos años, tres, cuatro, después de esa carta y que nada había variado y, lo que era peor, nada tenía el menor aspecto de cambiar. Si algo me ha caracterizado a mí desde que soy pequeña, aparte de hablar por los codos, es enfrentarme a la realidad, o a lo que me rodea, con la necesidad de comprenderlo a través de las palabras. Yo ya tenía una palabra que me definía lo que estaba buscando: mileuristas. Tenía, además, una generación en la que me enclavaba y en la que, por lo tanto, me era más o menos fácil, encontrarme, identificarme, analizarme. Me faltaba el resto del trabajo, un trabajo de reflexión, de juicio, de autocrítica, y, sobre todo, de descubrir qué mitos eran ciertos y cuáles no. Y así nació mileuristas.

Cuando yo hablo de mileurismo, cuando yo me refiero a estos jóvenes, no necesariamente tienen por qué ganar mil euros. Durante estos días, desde que apareció el libro hace quince, veinte días, he recibido constantes llamadas y correos electrónicos, entre los cuales alguien decía: me daría yo con un canto en los dientes, si ganara mil euros al mes. Mil euros es por hablar de algo, es por poner una cifra. Mil euros, que es algo más de las 150.000 pesetas de antes, no es un mal sueldo en un pueblo, no es un mal sueldo en determinadas ciudades, sin embargo, en grandes urbes como puede ser Madrid, o como puede ser Barcelona, es muy difícil vivir con ellos. Se puede vivir, pero a costa de determinados sacrificios y, sobre todo, de renunciar a determinadas expectativas. Aun así el nombre es muy definitorio, el nombre inmediatamente lo asociamos a algo que a mí me ha llamado siempre la atención. Con los mileuristas todo eran promesas y a la hora de la verdad nos hemos quedado en nada, nos hemos quedado en apenas resultados. Lo mismo ocurre con la cantidad de mil euros. Qué no hubiera hecho mi madre hace diez años con mil euros, qué no hubiera hecho mi madre, de hecho, cuando era joven, con mil euros. Pero yo no soy mi madre, mis circunstancias son otras, son otros mis estudios, son otras mis maneras de desenvolverme, mis exigencias a la vida. Ahí es donde nos encontramos realmente con el gran mito de los mileuristas.

Los mileuristas somos una generación que tenemos entre "veintilargos" años y "treintayalgunos". Hay miles de opciones. Hay gente, por ejemplo, que con veintidós años ya es mileuristas, hay gente que con treinta y ocho lo continúa siendo, que han estudiado en la universidad, o que si no tienen un título universitario, tienen uno equivalente. Son personas, hombres y mujeres jóvenes, que han disfrutado de la democracia, que han disfrutado por lo tanto de una enorme capacidad de elección. Son consumistas porque les han enseñado a serlo, son la generación de las extra-escolares, la generación que iba a karate y a inglés y a catequesis de confirmación, pero también iba a informática y a. Una generación que ha viajado, que ha hecho el bachillerato fuera, en Estados Unidos o en Inglaterra, o que pasaba los veranos en Irlanda, o que ha hecho el interrail, o que ha estudiado con una beca en cualquier otro lugar.

Por lo tanto, era una generación de padres optimistas, era una generación de padres que eran jóvenes entre más o menos los 60 y los 80, padres que vivieron en la transición española, que en muchos casos la crearon, que vivieron la movida, o que en muchos casos la crearon también, y cuando llegaron a tener hijos decidieron que sus hijos tendrían el mejor tipo de vida posible y para estos padres, que yo llamo babyboomer, de la generación del babyboom. Fueron los padres que nacieron después de la Guerra Civil. Para estos padres el objetivo principal era que sus hijos llegaran a la universidad, que fuera como fuera estudiaran. ¿Por qué? Porque muy pocos de ellos habían podido estudiar, muchos de ellos había visto sus estudios interrumpidos por la guerra, o por rencillas, o por represalias políticas.

El tener un hijo, no digamos ya una hija, abogado, médico, arquitecto o ingeniero, era una garantía de supervivencia. Por lo tanto, no se les pedía prácticamente otra cosa que estudiaran y que se dirigieran a la universidad. Y nosotros, los niños, los niños que nacimos alrededor de los años 70, o de los años 80, casi sin darnos cuenta absorbimos esa idea. La universidad ya no era para pobres. De hecho, una serie de gobiernos hicieron como lema "los hijos de los obreros a la universidad". Y lo conseguimos, lo conseguimos con el esfuerzo de los padres, con determinados convenios educativos, con nuestro propio esfuerzo.

Pero, cuando llegamos a la universidad, de pronto nos dimos cuenta de que éramos demasiados. En mi clase de derecho, por ejemplo, en una universidad privada como era Deusto y, por lo tanto, no siempre al alcance de todo el mundo, en primero de derecho en el año 92, éramos 307 personas. Había dos turnos de derecho económico y dos de derecho jurídico por la mañana y dos -derecho económico y derecho jurídico-, por la tarde. Multipliquen: 1.200 abogados en ciernes. Obviamente, mirábamos alrededor y pensábamos que algo iba mal. Algo iba mal porque ¿dónde íbamos a acabar, qué iba a ser de nosotros, como no litigáramos por absolutamente todo? Aquello era imposible porque, por supuesto, nuestra idea era de los abogados de la televisión, los abogados del cine. Las referencias que teníamos, para algunos provenían de familia de leyes, pero muchos de ellos, como yo, no. Éramos hijos de obreros, hijos de pequeños comerciantes, de una pequeña burguesía, sin más. Muchos, la primera generación que llegaba a la universidad; muchos, incluso, la primera generación femenina que llegaba a la universidad.



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