Transcripción conferencia
Jorge Edwards 2
Como iba diciendo, comencé como
poeta escolar y clandestino. Yo sabía que escribir poesía
era un escándalo, asi que leía mis poemas a unos
tres o cuatro lectores, que eran mis compañeros de colegio
más propensos a estas cosas. Todavía tengo una
gran simpatía por estos pacientes lectores que yo tenía,
que, en vez de ver los partidos de fútbol que se jugaban
en el Colegio de San Ignacio, que era un centro de grandes futbolistas,
escuchaban mis poemas. Ahora bien, cuando escribía poesía,
yo sentía que era un poeta imitativo al que no se le daba
el verso que era una forma personal, porque leía, por
ejemplo, a Neruda y escribía poemas nerudianos, o leía
a García Lorca y escribía romances lorquianos que,
en vez de transcurrir en Andalucía, sucedían en
Linares, o en Concepción o Valparaíso. Asi que
sentía una insatisfacción, aunque, al mismo tiempo,
observaba una cosa que me intrigaba y me atraía, y es
lo siguiente: entre la casa de mi padre o la de mi abuelo y la
calle, las plazas, los parques de ese sector del centro de Santiago,
los patios de ese colegio y algunos lugares parecidos, había
un mundo rico y denso en historias; eran lugares llenos de contadores
de historias. Mi madre era una gran contadora de historias, mi
abuelo materno también lo era, pero después había
unos patios en esas casas del Santiago viejo adonde llegaba mucha
gente del mundo popular chileno y, a veces, del mundo campesino;
por ejemplo, había unas señoras que llegaban a
fabricar, en la entrada del invierno, el dulce de membrillo -se
fabricaba dulce de membrillo en unos grandes tiestos, digamos,
en los que era revuelto durante muchas horas y se colocaba en
unos moldes muy bonitos y muy fascinantes para la infancia y
la adolescencia, porque eran moldes que representaban elefantes,
pirámides, casas, etc.-, y, en ocasiones, contaban historias
extraordinarias, al igual que los niños, y que los viejos,
quienes, además, contaban relatos que no sólo eran
sus vidas, sino que también eran las de sus padres y abuelos,
por lo que había un espacio narrativo que terminaba en
1940, supongamos, o en 1942, o en 1945, pero comenzaba en 1860;
he conocido a personajes de ese mundo chileno que habían
sido testigos, por ejemplo, de la guerra civil de 1891, y yo
mismo, que soy viejo pero no de una manera extravagante, recuerdo
historias sobre dicha guerra. Asi que sentía que, en ese
mundo de historias, había una atmósfera y una poesía
mayor, en cierto modo, a la poesía escrita, por eso, en
algún momento, empecé a narrar en prosa, en pequeñas
viñetas, en cuentos, en estampas, digamos, estas historias
que eran, a veces, historias de mi propia memoria, cosas que
me habían ocurrido, cosas que me podían haber ocurrido,
o cosas que pertenecían a la memoria de los demás,
a la memoria de los personajes del último patio, de las
viejas que fabricaban el dulce de membrillo o de unos campesinos
que llegaban con sacos de papas, como decimos en Chile -lo que
conocen por patatas-, o que llegaban con un cordero; había
ahí todo un mundo de voces, de habla y de memorias, asi
que yo creo que mi iniciación literaria fue descubrir
la gran belleza poética de la lengua castellana, de la
lengua española, por un lado, para, por otro, buscar la
posibilidad de una prosa narrativa que recogiera algo de esta
atmósfera, de la atmósfera de los poetas, y, en
estas dos vertientes, digamos, empezar a desarrollar una escritura.
Mi primer libro se llamó El
patio y aludía a estos lugares donde se contaban esas
historias, y, aprovechando la oportunidad, les quiero contar
algo que ya tiene que ver con un libro muy posterior. Yo le mandé
El patio a tres o cuatro escritores que yo admiraba mucho,
busqué en la lista de teléfonos de Santiago el
apellido Neruda y encontré "Neruda, Pablo, Avda.
Almirante Linch... -no sé cuántos- ... Los Guindos",
y fuí al correo, hice un paquete y le envíe el
libro al poeta, con una dedicatoria más bien seca porque
yo era un joven un poco arrogante también y no quería
someterme completamente a la dominación literaria de Pablo
Neruda. Durante mucho tiempo no ocurrió absolutamente
nada y yo pensé que Neruda había tirado ese libro
al canasto de los papeles, pero después de algunos meses,
un periodista chileno que conocía un poco a mi familia
y que era una persona, yo diría, bastante poco seria,
porque era un periodista muy amarillo, muy escandaloso y muy
absurdo pero muy divertido, de grandes historias, de ese periodismo
de la noche que se hacía en los años 40 y en los
años 50 en Chile, me dijo "mira, Pablo Neruda te
quiere conocer", y, entonces, me llevó un domingo
a la casa de éste en Los Guindos, en ese barrio Los Guindos,
que es un barrio que está cerca de la cordillera, en Santiago.
Yo creo que Neruda debió de haberse reído un poco
o haberse sonreído en forma un poco socarrona al ver a
este escritor tan joven, que llegaba tímidamente a su
casa. Aunque ustedes no lo crean, yo era extremadamente flaco
en ese tiempo, y, entonces, él me tomó del brazo
y me llevó a un jardín donde había una cantidad
de gente, muchos escritores conocidos de la época, amigos
de él de todos los sectores, amigos políticos y
amigos de muchos partidos, señoras, etc, que se reían
y bebían vino, y dijo "les voy a presentar al escritor
más jóven y más flaco de Chile". Bueno,
esa fue mi iniciación en el mundo de Pablo Neruda, después,
esto fue evolucionando. Alguien me preguntó el otro día
que cuáles fueron las etapas de mi amistad o de mi relación
con Neruda, y yo contesté, simplemente, esto: al comienzo
yo era un jovencito tímido frente a un maestro, después,
agarré confianza, como decimos allá, lo empecé
a tutear y ya empezamos a ser más o menos iguales en la
relación. Al final, yo me convertí en su papá,
¿por qué?, porque trabajamos en la Embajada de
Chile en París, en la época de Allende, en la que
la Diplomacia chilena era bastante compleja, difícil y
accidental, hay que decirlo, él estaba bastante enfermo,
ya tenía un cancer que es el que le llevó después
a la tumba, y, entonces, yo le tenía que hacer todo. Era
muy simpático a veces, pero, otras, era incluso un poco
penoso; era difícil, digamos. Ese fue el resumen de mi
relación. Eso lo escribí en mi libro Adios poeta,
pero, en fin, no es el tema de esta charla.
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