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AULA DE CULTURA VIRTUAL

'1982. EL FINAL DE LA TRANSICIÓN
Eduardo Sotillos

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De hecho, qué fenómeno tan curioso fue que un partido gobernante como la UCD se desmoronara de una forma tan clamorosa; sobre todo, teniendo en cuenta que es un acontecimiento que se ha producido muy pocas veces en un país europeo de nuestro entorno. De repente, UCD, que podía presentar una honesta cuenta de resultados durante la Transición, se "suicida" (por eso he titulado al capítulo que narra este episodio "El suicidio del Centro"). Así que no es de extrañar que a los politólogos les llame la atención que partidos que podían estar manteniéndose cómodamente en el poder tengan una tendencia autodestructiva y de auténtico suicidio, porque eso es lo que exactamente pasó con el partido que estaba en el gobierno. No se sabe cómo empiezan las cosas a quebrarse, pero lo cierto es que lo sucedido con UCD fue espectacular. Cierto es que tuvo lugar un acontecimiento excepcional y desconocido en alguno de sus aspectos que motivó la dimisión de Adolfo Suárez al frente del Gobierno, respecto a lo cual me gustaría precisar ciertos detalles relatándoles algo que me llama mucho la atención y que no he podido desarrollar todo lo que hubiese querido en el libro -si no, hubiese sido un best-seller-, a pesar de que hubiese sido la bomba, de que hubiésemos aparecido todos en los periódicos. Creo que he podido demostrar, en definitiva, que la versión canónica de lo sucedido es falso. Me explico. En su día, encontré una jugosísima intervención de Felipe González ante la Real Academia de la Historia con motivo de la celebración de un ciclo dedicado a analizar la Transición. Éste, refiriéndose a dicho periodo, se dirige a los académicos y les dice: «Se produce la dimisión de Adolfo Suárez, y ya saben ustedes todo lo que se ha explicado. Y ustedes se preguntarán: "¿Y Felipe González sabrá algo más?" Efectivamente, yo sé mucho más. Y entonces -prosigue tras una pausa de estilo teatral, dramático-, ustedes dirán: "¿Y qué fue?" Pues no se lo voy a decir -contesta-. No se lo puedo decir». Éstas son las palabras exactas de Felipe González ante la Real Academia de la Historia, transcritas en las actas del discurso. También está publicado en un libro (ya saben que en este país funciona eso de «si usted quiere conservar un secreto, publíquelo en un libro»). No obstante, todo lo que se nos ha contado hasta ahora, sin ser incierto, no es la absoluta verdad.
 
Yo no he podido avanzar más en el asunto porque, como ustedes comprenderán, si el propio Felipe González no lo quiso contar ante la Academia no me lo va a contar a mí para darme una exclusiva. Ahora bien, esto indica que hay algo más que no nos han contado sobre la dimisión de Suárez. Hay algo más que la versión que hemos ido admitiendo y que es de andar por casa, seguramente buena para nuestra tranquilidad. Algo que explica la quiebra de UCD a partir de que una parte de los integrantes del partido, o de la unión de partidos, se sienten tentados por la opción de Manuel Fraga, que se consolida también en el año 1982 y que, por tanto, es otra de las claves de dicho año. Es decir, que al hecho de que gana las elecciones el Partido Socialista hay que sumarle que la Alianza Popular de Fraga barre a la UCD y se sitúa como la alternativa de la Derecha al Partido Socialista (no en vano, consigue más de cien diputados, un resultado que sorprendió a la propia Derecha). Por eso acuden a él gente como Herrero de Miñón. Claro que, por otra parte, en ese mismo año nace un núcleo de socialdemócratas, a cuya cabeza está Francisco Fernández Ordóñez, que se integra en el Partido Socialista en ese mismo momento. Y también tiene lugar otra ruptura que tuvo muchísima trascendencia en el País Vasco: la del Partido Comunista, que supuso la aproximación de los comunistas vascos a las posiciones nacionalistas de Euskadiko Ezkerra y, más tarde, el respaldo de los comunistas que estaban con Santiago Carrillo tras un mitin celebrado en Madrid. Así, comienzan a marcharse concejales muy significativos, hombres muy importantes del Partido Comunista.
 
Por todo ello, creo que hay pocos años en los que el mapa político se haya modificado de una manera tan sustancial. Santiago Carrillo debe presentar su dimisión como Secretario General y la UCD pasa el final de 1982 decidiendo quién paga lo sucedido. En este último caso, fue Íñigo Cavero quien terminó asumiendo responsabilidades, cosa tampoco muy normal en la vida política y que debemos reconocerle. No obstante, resulta curioso que un partido como la UCD se presentara a las elecciones con la moral rota y preguntándose a quién podía presentar como candidato. Sobre todo, cuando hoy día todo son codazos para presentarse a esas cosas. Entonces, tuvieron que acudir a Landelino Lavilla, que es una dignísima persona para trabajar en un despacho pero que, la verdad, cuando el hombre intentaba ir a un mitin y hacerse populista bailando con su mujer un tango o un pasodoble era patético. Así que no es de extrañar que todo acabara con diez o doce diputados representantes.
 
A todo esto, también resulta curioso que Leopoldo Calvo Sotelo, al que me refiero en el libro con más simpatía de lo que la gente se podía suponer porque sinceramente creo que es una persona más divertida de lo que parece, estaba considerado un marmolillo por aquel entonces, hasta el punto de que alguien dijo de él que sería un estupendo presidente para Dinamarca (como si este país estuviera condenado a tener presidentes muy aburridos). Pero como esto no era ni es Dinamarca, ya saben ustedes lo que le pasó a Leopoldo Calvo Sotelo cuando gobernaba, a pesar de lo cual tuvo tiempo, también en el año 1982, para hacer algo muy decisivo y que condicionó mucho el futuro de este país: meternos deprisa y corriendo en la OTAN. Si debimos hacerlo o no es un debate superado; sin embargo, les aseguro que fue muy mala la manera en que se hizo. Por algún extraño motivo, antes de marcharse, de apagar la luz, Leopoldo Calvo Sotelo quiso dejarnos "enchufados" a la OTAN, lo que conllevó el posterior referéndum y todos los problemas del mundo. Son muy llamativas las anécdotas sobre cómo se produjo el ingreso y los desplantes que soportó este país por parte de la organización, lo que por otro lado no extraña habida cuenta de la situación en la que dicho ingreso se estaba produciendo. Una situación que hubo que cambiar en los primeros tiempos del gobierno socialista.
En el año 1982, se vivió un claro retroceso, después de la actitud mantenida por Leopoldo Calvo Sotelo y Gutiérrez Mellado, en lo referente a lo que entonces se llamaba impropiamente poder militar (no hay poder militar en una democracia). Se pasó a una etapa de subordinación, debido a una especie de Síndrome de Estocolmo, después, curiosamente, de que el Ejército quedara bastante tocado del ala en cuanto a sus pretensiones de autonomía e incluso de intervención en las decisiones políticas. Y, efectivamente, ese repliegue de actitudes que habían mantenido con mucha gallardía gentes como Suárez o Gutiérrez Mellado propició acontecimientos tales como que en un acto solemne militar, por ejemplo, todo el gobierno, con el presidente en primera línea y el ministro de Defensa después, estuviera presente en unas sillitas plegables que les facilitaron a tal efecto. Desde luego, aquélla fue una ocasión que en aquel tiempo tuvo una enorme repercusión -como diría Anson, fue muy comentado-. Se recibieron infinidad de llamadas telefónicas en todas las redacciones para comentar cómo los componentes del gobierno estaban en las dichosas sillitas de madera mientras todos los altos mandos militares, coroneles, generales, etc., permanecían en la zona superior de las gradas, sentados en butaca e incluso fumando. Pero eso también se acabó en ese mismo año 1982, y la verdad es que algún mérito habrá que reconocerle por ello a un señor con barba, miope y para colmo catalán que no había hecho ni el servicio militar y que se llamaba Narcís Serra, pues él fue quien verdaderamente puso en orden todo aquello, quien normalizó la situación sin aparentes características para hacerlo.

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