a

AULA DE CULTURA VIRTUAL

1982. El final de la transición
Eduardo Sotillos
Periodista
Bilbao, 9 de diciembre de 2002

Con perdón de los historiadores, he escrito un libro para intentar reflejar lo que fue el año 1982, y como suele pasar con este tipo de cosas, su título no lo puse yo. La verdad es que había pensado en otro que me parecía periodísticamente más punzante, Las carpetas del 82, en alusión a aquello que decía Alfonso Guerra de que tenía todo metido en carpetas. Entonces, lo que yo pretendía investigar era si existían esas famosas carpetas. Sin embargo, los de la editorial, que saben más, me recomendaron que pusiera un título que denotase más permanencia, más presencia de ese año de 1982, El año clave, y la verdad es que dieron en la diana. A medida que lo iba escribiendo y atesorando datos comprobé que, efectivamente, 1982 fue un año clave en la historia de España. Y no sólo lo fue el objeto central del libro, el mes de octubre, marcado por la victoria del Partido Socialista, sino también el resto del año, ya que todo él se encargó de poner fin a la Transición.
 
A partir de entonces, empieza ya la normalidad, una alternativa de gobierno muy obvia, muy evidente, muy sólida, que permitió el paso a posteriores alternativas. Y, obviamente, ese fluir natural es tremendamente significativo. Yo soy licenciado en ciencias políticas, con perdón, porque no se sabe nunca para qué sirve, pero también soy periodista, y como tal les digo que los de mi profesión no sólo podemos aproximarnos a la realidad cotidiana, sino también hacer nuestros pinitos intentando desviar la mirada hacia un periodo pasado que puede ser analizado periodísticamente, aunque luego venga un historiador y lo encuadre en el marco general de la interpretación histórica. Entonces, desde esta perspectiva, para mí ha sido un cierto descubrimiento haber caído en la cuenta de algo que habitualmente no suele considerarse: que aparte de que ganara las elecciones un partido como el Socialista lo más importante de todo es que las ganó en una monarquía, siendo el jefe del Estado un Borbón. La última memoria histórica que se tenía del Partido Socialista databa de los tiempos de la República y de la Guerra Civil, y entonces esto fue posible, desde luego, gracias a la formación de una conjunción republicana que motivó nada más y nada menos que la expulsión de España de precisamente otro Borbón. Así que fíjense qué curioso.
 
Puede parecer una obviedad, un dato con el que ya contamos, pero es un hecho sumamente significativo que nos permite ir revisando lo sucedido en este país. Además, este y otros muchos acontecimientos igual de obvios conforman una época que, insisto, me parece absolutamente clave. Sobre todo porque, como ya adelantaba, se desarrolló con absoluta normalidad. Es decir, las relaciones mantenidas durante muchísimo tiempo entre Felipe González y Juan Carlos de Borbón fueron en todo momento y desde el principio leales, sólidas, muy correctas. Es más, yo diría que incluso afectivas, de respeto, marcando clarísimamente cuáles eran las tareas que correspondían a un presidente de gobierno y a un jefe de Estado respectivamente. Y es una pena que eso se haya deteriorado de alguna manera en los últimos tiempos, que ya no sean tan claras esas funciones, que incluso se hayan producido fricciones, algo por otra parte sorprendente si tenemos en cuenta que jamás ocurrió con el dirigente del Partido Socialista, de tradición republicana.
 
Pero como no quiero hacer una crónica del hoy, aunque será inevitable mi contención y acabaré más de una vez haciendo alguna alusión al respecto y relacionando pasado y presente, les recordaré ese año 1982. Sin duda, todos lo han vivido; no obstante, como decía un gran escritor al que intertextualizo, no hay nada que nos pueda engañar más que nuestra propia memoria. Efectivamente, ella es la falsificadora de la realidad, por lo que entonces debemos acudir a otros testimonios, en concreto a la investigación, para evitar nuestro engaño. Un engaño que, por otra parte, no deja de ser honesto, ya que nos equivocamos en nuestras propias fechas, en nuestros propios recuerdos, y sin duda se nos olvidan muchas circunstancias, épocas, momentos. Yo creo que se nos ha olvidado, por ejemplo, que en el mes de octubre de 1982, en plena campaña electoral, se estaba investigando un intento de golpe de Estado muy cruento que estaba previsto que se produjera nada más y nada menos que el día 27 de ese mes, esto es, justamente durante la jornada de reflexión. Mira que se han escrito libros, decenas y decenas, sobre ese golpe, muchos de los cuales aportan muy pocos elementos nuevos, la verdad, y a mi modo de ver no resuelven las grandes claves, esos secretos que a todos nos gustaría conocer. Por eso creo, con todos mis respetos, que el mío es el primer libro que ha dedicado un extenso capítulo a ese terrible acontecimiento.
 
Y digo «terrible» porque estaba previsto que ese 27 de octubre se bombardearan, ahí es nada, el Palacio de la Zarzuela y el de la Moncloa, con la actuación de varias decenas de comandos que iban a evitar que se produjeran los fallos que más tarde se iban a cometer el 23 de febrero. Por ejemplo, el descontrol de los centros informativos, porque el 23 de febrero tan sólo se acordaron de que existía Radio Televisión Española. Ni siquiera se les ocurrió ocupar la Cadena SER, ni los periódicos. Tampoco los aeropuertos. No obstante, sea como fuere, el caso es que para el 27 de octubre ya estaba todo planificado por militares del Estado Mayor que finalmente fueron detenidos en una operación muy brillante llevada a cabo durante los primeros días de ese mes. Dicha detención motivó una sesión en el Congreso de los Diputados, en la Comisión Permanente, porque las Cortes estaban disueltas -recuerden que estábamos en pleno periodo electoral-, y son muy interesantes las cosas que se dijeron en el transcurso de aquella sesión (para recuperarlas simplemente hay que acudir a las actas del Congreso, labor que corresponde no ya a un historiador de fuste, sino a un periodista que se esfuerce un poquito en trabajar sobre este asunto). Los matices de cada una de las intervenciones muestran cuál era el pulso de cada partido político respecto a la posible intervención del Ejército para "poner orden" en lo que estaba pasando. Y por eso es sorprendente que tanto sus protagonistas como los meros representantes de partido que estuvieron en aquel debate no lo recuerden o no lo quieran recordar. Yo no sé si hubo una especie de complicidad -todo parece indicar que sí- para que ese acontecimiento no marcara el signo de la campaña electoral, pero el caso es que tuvo muy escasa transcendencia, y como siempre pasa en estas cosas, luego el proceso se diluyó. A decir verdad, se condenó exclusivamente a tres militares ya fallecidos de los que no quiero dar ni sus nombres. No obstante, la trama civil nunca se descubrió.
 
Como tampoco se descubrió, por cierto, la del 23 de febrero. Y a este respecto la pregunta que todos debemos hacernos es: ¿por qué se llega a una situación en la que parece conveniente dar un golpe militar? Desde luego, conviene recordar su origen, porque es lo que explica, en un posterior análisis, cuáles fueron algunas de las motivaciones para determinadas actitudes gubernamentales por parte del Partido Socialista. Se tiende a pensar que vivíamos una situación idílica, que el país era una fiesta y que bastaba con el entusiasmo de los mítines y con el retrato de un líder muy sugestivo y atractivo llamado Felipe González. En definitiva, creíamos que todo estaba hecho y a nuestro favor, y que cuando se tienen diez millones de votos todo es fácil. Sin embargo, el contexto antecedente al golpe de Estado fue muy distinto a todo eso y, en cualquier caso, clave fundamental para interpretar un periodo de la historia no ya de España, sino de cualquier país.

SIGUIENTE>>>

subir


info@diario-elcorreo.es
Pintor Losada 7
Teléfono: +34 1 944870100 / Fax: +34 1944870100
48004BILBAO