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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcripción de la conferencia del Presidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación D. Fernando Corominas el 27 de mayo de 2002


Claro que el problema reside en que todo esto es cuestión de tiempos determinados, y si a ese niño se le detecta un problema en una de sus rodillas que le impide andar hasta los dos años, pongamos por caso, ese segundo periodo sensitivo que he comentado ya habrá pasado y deberá someterse a una terapia especial de aprendizaje de algo que en un momento determinado era puro instinto. Entonces, aunque sin duda alguna conseguiremos que acabe caminando, las neuronas preparadas para hacerlo son distintas y el niño tendrá que oír durante el resto de su vida que anda raro. Y lo mismo ocurre con el periodo relacionado con el equilibrio, cuyo desarrollo vive su momento más apto entre los tres y los cinco años; así, si durante esa etapa le enseñamos a patinar o andar en bici, le será mucho más fácil que si postergamos estas actividades, además de que ejercitará las neuronas destinadas a tales actos y eso le servirá para que en un futuro pueda hacer otras cosas vinculadas a ellos -tales como surf, vela, equitación, etc.- sin apenas esfuerzo tan sólo porque lo aprendió en su momento oportuno. Por eso es tan importante que los padres conozcan sus periodos sensitivos y cuándo se producen.

Eso sí, no vayan a pensar, se lo ruego, que una vez pasados esos años ya no podemos desarrollar estas aptitudes, lo que ocurre es que, por desgracia, mientras un niño patina mañana y tarde y vuelve a hacerlo al día siguiente sin desfallecer, alguno de nosotros podría coger los patines a la mañana y a la noche tener que ir a recuperarse del esfuerzo al hospital. Así que debemos aceptar que cada cosa tiene su momento adecuado, y precisamente ahí reside lo bonito de esos periodos sensitivos. Todos sabemos desde hace años, aunque todavía no estaba científicamente comprobado, que incluso aprender a nadar es más fácil cuanto más joven se empiece, y que en general cualquier deporte tiene su momento inicial ideal de acuerdo con las capacidades de nuestro cerebro, aun sin ser especialistas en el tema. Cierto es que los rusos lo intuían desde épocas remotas, y la prueba es que llevan años preparando a la gente desde su más tierna infancia para que pueda practicar una serie de deportes. Efectivamente, sabían cuándo podían empezar el aprendizaje del baile, del fútbol y demás, lo habían comprobado experimentalmente; sin llegar a concluir la razón, eso sí, pero esos conocimientos les bastaban para potenciar la práctica de dichos deportes a una edad muy temprana, y ése es el motivo por el que llegaban a hacerse valedores de tantísimas medallas de oro en las Olimpiadas.

No obstante, pasemos a tratar ahora los periodos sensitivos de la inteligencia, con los que sucede exactamente lo mismo. De hecho, la memoria es uno de los asuntos de mayor importancia, y hoy día se habla del archiconocido fracaso escolar sin tener en cuenta que el único fracaso que existe es el de los padres, con perdón (yo siempre digo que no hay problemas de hijos, sino problemas de padres), ya que no es el colegio el que debe educar. Es más, éste no puede hacer nada si los padres no actúan; podrá enseñar a leer, pero no una serie de valores sociales y de convivencia fundamentales, que deben ser vistos por el niño en su casa desde que es pequeñito, cuando nace potenciar la memoria. ¿Y cuándo ocurre esto exactamente? Desde incluso antes de nacer hasta los tres años; a los cuatro y cinco también, pero menos. Por tanto, potenciemos la memoria -al final les contaré cómo podemos hacerlo, e incluso les diré cómo pueden aprender inglés los niños sin que sus padres lo hablen, que seguro que les gustará-.. De esta manera, el niño llegará a pasar la vista por un libro y se lo aprenderá sin ningún problema, ¡algo extraordinario!, según he podido comprobar a través de mis nietos.

Otro punto relativo a este ámbito es que la culpa de esos fracasos a los que antes me refería la tiene precisamente la falta de atención; los niños no prestan atención ni en clase ni a sus padres, como se descuiden. Es casi una enfermedad. Pero ¿saben a qué se debe? En general, y sin querer resultar categórico, al exceso de televisión, aunque tenemos el remedio. Efectivamente, sabemos qué hay que hacer para que un niño de seis, siete, ocho o nueve años preste atención, y no todo consiste en que haya ejercitado a tiempo la memoria: luego deben querer estudiar o, lo que es lo mismo, deben tener fuerza de voluntad, constancia, fortaleza, capacidad de esfuerzo, y el logro de todas estas virtudes no están en otras manos que no sean las de sus padres. Los hijos claro que quieren, lo que pasa es que suelen querer las cosas buenas, entonces, si todo esto se presenta como bueno también lo querrán. Por supuesto que nunca contamos con la seguridad de que el sistema resulte al cien por cien, ya que la libertad existe por todos los lados; no obstante, la probabilidad de que esos niños no tengan fracasos escolares es muy alta, y eso está, como digo, en manos de los padres. Entonces, la memoria, como los idiomas o la música, potencia las neuronas, y si conseguimos que nuestro hijo tenga unas neuronas ricas, muy bien conectadas, podrá usarlas para otras cosas: para las matemáticas, para la ciencias, para la química o siquiera para hablar en público. ¿Por qué? Porque le hemos potenciado el nivel del cerebro, «con lo cual -diremos-, es listo». ¿Cómo su padre? ¿Acaso como su madre? No, hombre, no, gracias a la labor de ambos. Quizá a partir de ahí podamos ayudarle a ser imaginativo, creativo y muchas otras cosas más.

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