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Transcripción de la conferencia del periodista Xuan Cándano
Para elevar el rango de las negociaciones y lograr que Mussolini arrancase
a Franco el compromiso de respetar el acuerdo, a primeros de julio
viajó a Roma comisionado por el PNV Alberto Onaindía,
que se hizo acompañar por el director de "Euzkadi",
Pantaleón Ramírez de Olano. Ajuriaguerra dio claras
instrucciones por escrito al sacerdote para que explicase bien al
gobierno italiano que era Euskadi y que los vascos no eran españoles.
Les recibió el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores
y yerno de Mussolini, que no tenía ni idea sobre el País
Vasco y creía que el euskera era un dialecto del castellano.
Pero la delegación vasca logró arrancar de Mussolini
un telegrama a Franco. El Duce exponía las condiciones de los
nacionalistas para la rendición, que pasaban por garantizar
que los rendidos pasarían a ser prisioneros italianos. Franco,
muy diplomático y cariñoso con el dictador italiano,
respondió aceptando los términos de la rendición
pactada, aunque mostraba su escepticismo ante la promesa de los nacionalistas
y exponía que, aunque arrojasen las armas, esperaba aún
una fuerte resistencia en Asturias.
Reanudada la ofensiva de los nacionales el 14 de agosto, justo por
donde había propuesto el PNV, el Euzko Gudarostea se preparó
para la insubordinación. Tres días después, en
un hotel de Biarritz, con la mediación de Alberto Onaindía,
que también estaba presente, ultimaron el acuerdo el coronel
De Carlo, su superior, el general Roatta, jefe del Ejército
italiano en el Norte, y Juan Ajuriaguerra.
Italia garantizaba que varios miles de nacionalistas, incluyendo
a los dirigentes políticos y militares, podrían huir
en barco hasta Francia desde el puerto de Santoña, desde las
doce de la noche del día 21 hasta la misma hora del 24. Los
soldados rendidos que quedaran en tierra serían considerados
prisioneros italianos. Ajuriaguerra se comprometió a informar
de la situación exacta de los batallones nacionalistas en Santander,
lo que hizo pocas horas después mediante una nota. Este acuerdo
es lo que para muchos historiadores se puede llamar propiamente El
Pacto de Santoña.
Dos días después, el 19, comenzó la insubordinación
de los batallones nacionalistas. Los primeros en desobedecer al mando
republicano fueron los Padura, Munguía, Arana Goiri y Lenago
II. Sus 2.000 hombres estaban en la zona de Reinosa, en el suroeste
de Santander y, obedeciendo la orden del PNV, recorrieron a pié
y en camiones los cien kilómetros que les separaban de la zona
de Laredo y Santoña, donde se reagruparon los batallones nacionalistas
para ejecutar el pacto con los italianos.
Reunidas ya todas sus tropas, el Euzko Gudarostea hizo público
el abandono del bando republicano con el que había luchado
durante la guerra en la madrugada del 23 de agosto en Laredo, donde
había establecido su cuartel general el Euskadi Buru Batzar
(EBB). Siguiendo el plan establecido, los gudaris se hicieron con
el poder en el pequeño territorio que abarca de Laredo a Santoña.
Redujeron sin incidentes a las tropas republicanas de la Academia
Militar y los cuarteles de Santoña, que estaban al mando de
Benito Reola, un vasco que permaneció fiel a la República
hasta su desaparición misteriosa en Asturias. Arriaron la bandera
tricolor e izaron la ikurriña en los ayuntamientos, declarando
la República Vasca, toda una paradoja, porque la primera independencia
real que tuvo Euskadi fue esta efímera experiencia en territorio
extraño.
Los nacionalistas distribuyeron sus batallones para garantizar el
orden público y formaron un gobierno y un Estado Mayor en esta
peculiar República Vasca. El gobierno o Junta de Defensa lo
formaban cinco miembros del PNV y uno de ANV, el pequeño partido
escindido por la izquierda del fundado por Sabino Arana y que en la
guerra civil y en la capitulación final actuó siempre
en unión y acuerdo con su hermano mayor.
El 24 de agosto se suscribe en Guriezo el único documento
firmado por vascos e italianos que se conserva. Lo firman dos capitanes
del Euzko Gudarostea y varios mandos italianos y españoles
de los Flechas Negras, la unidad italiana que penetraba por la costa,
aunque, como era formalmente mixta, también incluía
en su seno a militares franquistas. El escrito garantizaba la rendición
de los gudaris con la entrega de sus armas al día siguiente
en el puente de Guriezo. El séptimo y último punto especificaba
que la rendición era "sin condiciones, con arreglo a las
disposiciones dictadas por S.E. el Generalísimo, respetándose
la vida de todos, excepto la de aquellos que hayan cometido crímenes".
Aunque al día siguiente, el 25 de agosto, los gudaris no aparecieron,
los Flechas Negras atravesaron el puente y entraron en Laredo sin
encontrar resistencia. Una jornada más tarde lo harían
en Santoña, poniendo así fin a la singular República
Vasca en Cantabria. Ese mismo día los rebeldes entraban en
Santander, acabando con la frágil resistencia republicana en
la provincia, que no aguantó dos semanas.
El día 27 de agosto a las nueve de la mañana comenzaron
a subir las primeras personas en ser evacuadas en aplicación
del pacto vasco-italiano en dos barcos atracados en Santoña,
el Bovie y el Seven Seas Spray. Finalmente accedieron a las embarcaciones
unas 3.000, de las que dos centenares eran importantes responsables
políticos y militares; pero militares franquistas, siguiendo
las órdenes del propio Franco, las desalojaron a las nueve
de la noche, imponiéndose a los militares italianos que organizaban
la operación. El Pacto de Santoña comenzaba a naufragar
en las aguas de su bahía.
Como el mando en la zona seguía en manos de los Flechas Negras,
los italianos acordaron con los vascos mantenerlos concentrados en
un lugar, a la espera de resolver el problema planteado por la oposición
de Franco a consentir su huida y el resto de los acuerdos del pacto.
Como era el único sitio cuyas dimensiones lo permitían,
eligieron los vascos el penal de El Dueso de Santoña, donde
apenas unas horas antes habían puesto en libertad a los presos
derechistas, cumpliendo otro de sus compromisos con el ya ex-enemigo.
Debe ser la primera vez en la historia que hay unos presos en libertad
dentro de una cárcel.
Durante la semana en la que se mantuvo esta insólita situación,
los nacionalistas albergaban aún esperanzas de huida a Francia,
aunque los dos barcos que habían llegado para ello ya habían
partido el 29 de agosto. Todas sus ilusiones se desvanecieron el 4
de septiembre, cuando los franquistas se hicieron cargo del penal
y del territorio de la antigua República Vasca de Santoña,
relegando definitivamente a los italianos. Los presos pasaron a serlo
como los demás en la España franquista y comenzaron
a ser juzgados y sentenciados.
El 15 de octubre se produjeron los primeros fusilamientos. Las víctimas,
a modo de castigo ejemplar, fueron un grupo de 14 personas que representaban
y militaban en las instituciones, partidos o sindicatos que habían
empuñado las armas contra los invasores: Gobierno vasco, PNV,
ANV, ELA-STV, PSOE,PCE-EPK,CNT e Izquierda Republicana.
Entre los condenados a muerte estuvo Juan Ajuriaguerra, que llegó
a protagonizar una huelga de hambre, pero su pena capital fue conmutada
por presiones del gobierno italiano, sostenidas directamente ante
Franco por el conde Ciano. Fue una de las pocas cesiones del general
gallego a sus aliados italianos en la crisis desatada entre los fascistas
de Roma y de Salamanca a costa del Pacto de Santoña. Con astucia
y un cierto cinismo, Franco, enterado de las negociaciones desde el
principio y con detalle, las dejó seguir, aunque siempre le
parecieron absurdas, porque su opinión era que a un ejército
como el de los nacionalistas vascos, desmoralizado, en retirada, sin
ánimo de lucha y prácticamente copado desde la pérdida
de Bilbao, no se le podía ofrecer otra opción que la
rendición incondicional.
Además el Pacto de Santoña fue técnicamente
una chapuza evidente, abortada en su ejecución final por sus
propios errores y dilaciones. La estrategia de los nacionalistas durante
las negociaciones, basada en prolongarlas todo lo posible creyendo
que así obtendrían mejores condiciones, resultó
finalmente suicida. Incumplieron los plazos de entrega de hombres
y armamento, no aprovecharon los tres días en los que los italianos
permitían su huida por mar y no fueron capaces de enviar a
Santoña los catorce barcos previstos.
Tras Santoña la resistencia republicana en el Norte tenía
los días contados. Si el repliegue a Asturias hubiera incluido
a los batallones nacionalistas, la previsión de aguantar hasta
la llegada del invierno, que podría frenar la invasión
de los franquistas, podría tener algún sentido. Sin
ellos y con el golpe moral que su capitulación suponía,
parecía una utopía.
A Asturias sí llegaron combatiendo batallones vascos, pero
fueron algunos republicanos que habían podido abandonar Santander.
Pertenecían a la división del comandante Ibarrola. Eran
concretamente los comunistas Guipúzcoa y Larrañaga y
el anarquista Isaac Puente. Su combatividad en el último bastión
republicano en el Norte fue ejemplar. Su valentía y su heroísmo,
codo con codo con combatientes asturianos, sobre todo con los anarquistas
liderados por Higinio Carrocera, logró contener 20 días
a los fascistas en El Mazucu, la última gran batalla en el
Norte. La Legión Cóndor alemana convirtió a aquel
monte de Llanes en un verdadero infierno, que sólo el coraje
de aquellos hombres que llegaban exhaustos, combatiendo desde Irún,
logró poner freno, aunque sólo fuese en un épico
soplo final.
El 20 de octubre caía Asturias y el Norte republicano. Los
que salvaron la vida y lograron un hueco en uno de los barcos que
zarparon hacia Francia, en una epopeya inenarrable, intentaron huir
a Francia. Entre ellos estaban muchos de los vascos que siguieron
combatiendo por la República en el Norte, hasta su naufragio
definitivo en las aguas asturianas del Cantábrico.
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