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Transcripción de la conferencia
de Xabier Azkargorta- 2
Los sociólogos, que suelen poner
su oído a los latidos de la comunidad con tanto atino,
podrían hablarnos muy bien de todas estas resonancias
y seguramente nos aportarían múltiples definiciones
del deporte, del fútbol, recogidas de miles de gargantas,
de opiniones, bien entusiasmadas, bien decepcionadas. Porque,
efectivamente, entusiasmo y decepción son
los conceptos más utilizados para valorar cualquier sentencia
que se haga sobre el deporte que ahora nos ocupa. Pero por encima
de ellos, hay una concepción del fútbol que engloba
ambos, y es que al fútbol se juega como se vive, idea
que crea todo un estilo y una manera de entenderlo. Ha llegado
a meterse tan dentro de la sociedad que uno va a Sudamérica,
por ejemplo, y contempla un juego imprevisible, poco programado,
con mucha creatividad, con ingenio, con "realismo mágico",
hablando en términos literarios; ve el fútbol alemán
y éste está totalmente estructurado, es ejecutado
con una precisión de reloj suizo; ve el fútbol
español y es una mezcla de la tecnología europea
y dicho "realismo mágico", es decir, una mezcla
de varios estilos, y ve el de Japón y se da cuenta de
que es un juego cuadriculado donde no hay lugar a la improvisación,
donde no se sabe escribir en hoja en blanco, donde no se quiere
tomar decisiones, sólo obedecer. Entonces, qué
duda cabe, se juega como se vive. Y a este respecto, por si les
interesa, hay dos libros a los que suelo recurrir: uno que apunta
a un punto de vista tribal de la sociedad, que es el libro de
D. Morris, El deporte rey, que estudia el fútbol
desde su simbología, sus líderes, sus banderas,
sus pinturas, como si fuera un arte beligerante, y otro más
entrañable y más cariñoso, que es de Santiago
Coca y se titula Hombres para el fútbol. Aquí
es donde se recoge la idea que les acabo de exponer.
No obstante, lo más importante
de ello es la conclusión: precisamente porque el fútbol
se juega como se vive, éste genera múltiples conflictos.
Obviamente, es un deporte en equipo, y en cualquier trabajo de
equipo hay problemas de integración del 'yo' en el 'nosotros',
del individuo en el conjunto, del yo 'íntimo' en el yo
'público'. Además, toda esta fase de integración
en el fútbol tiene su repercusión en la sociedad
y viceversa ¿Por qué consideramos que es importante
que el niño pequeño juegue al fútbol?; no
sólo porque es un fenómeno social que elige todo
el mundo, sino porque a través de él, el niño
está aprendiendo un modelo de convivencia. Cuando juega
con el balón, se da cuenta de que no puede ni vivir ni
jugar solo, de que necesita a alguien, a sus compañeros,
por ejemplo. Y se da cuenta, asimismo, de que tiene que distinguir
entre dichos compañeros y sus rivales, es decir, de que
los primeros están 'con' él, y los segundos, 'contra'
él. Y de que hay unas normas de competición, un
reglamento que cumplir, y de que si no lo cumple, habrá
un señor que lo juzgará y sancionará debidamente,
incluso teniendo que expulsarle si fuera necesario. Y de que
hay un entrenador, una persona cuyas indicaciones debe seguir.
Pues bien, todo eso se lo encontrará después en
la vida; tendrá compañeros, competidores, normas
sociales, castigos si no las cumple, directores, profesores,
jefes a los que subordinarse y toda esa serie de cosas ya conocidas.
Pero tendrá la ventaja de que el fútbol le habrá
predispuesto para afrontarlas como es debido; es decir, a través
de este deporte coléctivo y sin tener necesidad de aguantar
chapas como la que les estoy dando ahora, aprenderá
el modelo de conducta social y comprobará cómo
en ese aprendizaje van surgiendo los conflictos; los habidos
en él consigo mismo, los habidos entre él y sus
compañeros, con su sociedad, etc. Por tanto, sería
interesante ir revisando cómo dichos conflictos.
En primer lugar -y les voy a hablar
únicamente de fútbol porque ustedes se darán
cuenta de que, en realidad, les estoy describiendo la situación
de la sociedad actual-, habría que tratar los conflictos
surgidos por problemas marginales, es decir, por problemas que
sólo afectan a uno o varios jugadores, pero no al equipo
entero. En este caso, surgen por contratos no firmados, o firmados
a tiempo parcial y sin seguridad; contratos por los que el futbolista
dice: 'el entrenador me margina', o 'no cuenta conmigo', o 'no
me pone en mi sitio', o 'no me valora como merezco', o 'no me
pagan suficiente', o 'no me seleccionan', o 'estoy en el banquillo'.
O sea que esta gente siempre termina echando la culpa a los demás,
y los problemas que en un principio son marginales los convierten
en prioritarios. Todo eso que dicen de 'no, yo no he jugado,
pero hemos ganado. Lo importante es que gane el equipo' algunas
veces sí es verdad y otras veces no, y cuando no lo es,
es porque el individuo prefiere anteponer su compromiso, su seguridad,
su confianza, su ganancia, a las del colectivo.
En segundo lugar, están los
conflictos surgidos de lo que llamaríamos 'problemas de
contrastes', o lo que es lo mismo, de las contradicciones del
propio futbolista. Cuando un jugador no quiere asumir su responsabilidad,
no da todo lo que podría dar, se relaja, se esconde, sólo
cumple si está obligado a cumplir. Entonces, se "parte"
en dos; está siempre en el sí pero no, en
el no pero sí; es decir, tiene un conflicto muy
serio entre lo que quiere y lo que siente porque muy pocas veces
le coinciden ambas cosas. Y eso es algo que nosotros practicamos
en nuestra vida diaria como personas: a veces, sólo queremos
cumplir, 'a mí no me compliques, yo estoy bien así',
o 'para qué vamos a cambiar si siempre hemos hecho lo
mismo y no nos ha ido mal', y sin embargo, podemos ofrecer mucho
más. Recuerdo que cuando estudiaba en el colegio de San
Francisco Javier, me repateaba que le dijeran a mi padre 'su
hijo puede más'. Yo pensaba que con lo que hacía
no estaba mal, pero siempre le decían lo mismo, siempre
podía hacer más.
En tercer lugar, y dejando aparte esta
faceta individual, habría que hablar de los conflictos
sociales en el equipo a partir de apetencias particulares. Hay
un ejemplo clarísimo en el caso de los jugadores muy ambiciosos
de un equipo muy conformista, o en el de los que son muy buenos
y se encuentran en un equipo que va a descender a Segunda División.
Acuérdense de que incluso en la política se produce
habitualmente la sumisión de un individuo, de sus pensamientos,
a una idea de partido, de disciplina colectiva, por decirlo de
alguna forma, así que seguimos comprobando que lo que
se da en el fútbol se da en la vida misma.
Como también surgen conflictos,
tanto en este deporte como en nuestra sociedad, por determinadas
ambigüedades. El no tener objetivos claros y ni siquiera
conocer los métodos para conseguirlos crea duda; podríamos
decir que la ambigüedad es la madre de todas las inseguridades.
Entonces, tenemos que pelear contra dicha ambigüedad con
exactitud, con objetivos claros y conociendo perfectamente el
trabajo y la metodología que nos conducen hacia ellos.
No basta con eso de querer es poder; yo creo que querer
es poder sólo si le unimos la inteligencia, porque el
que es inteligente nunca quiere lo que no puede. De hecho, muchos
de los problemas, de los conflictos, de los delitos, nacen precisamente
cuando alguien quiere lo que no puede. Otra cosa es que hagamos
un análisis de nosotros mismos tal y como he dicho, con
objetivos claros, sin ambigüedades, con sinceridad, y descubramos
que podemos más de lo que pensábamos, entonces
sí, querer es poder; pero de lo contrario, esta máxima
se convierte en un mal recurso de malos pedagogos ¿Qué
tendremos que hacer por tanto?; pues definir cómo queremos
jugar, a dónde queremos llegar, cómo entrenaremos
para lograr tal fin, etc. Ni más ni menos que lo que resulta
necesario en nuestra vida diaria, en la que resolvemos qué
hacer, si hacer esto o lo otro, qué es lo mejor y todo
lo demás. Y esto debe ser así porque cuando hay
inseguridad por falta de objetivos es cuando empieza la mutua
inculpación; cuando la gente no está segura, la
culpa siempre es del otro: 'porque tú has hecho... ',
'porque yo no tego la culpa... '. Y es cuando se crea, también,
una gran inestabilidad emocional en el equipo, que resulta emocionalmente
inestable porque es ambigüo, porque de repente es capaz
de lo más grande y de repente es capaz de lo peor, porque
va cambiando de un domingo a otro.
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