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Transcipción de la
conferencia de José Álvarez Junco
Pero pongamos punto y final a la Edad
Media y fijémonos en lo que ocurre a comienzos de la Edad
Moderna. A finales del siglo XV, comienzos del XVI, ocurre algo
muy importante: Fernando e Isabel contraen matrimonio y unen,
así, los tronos de Castilla y Aragón (no obstante,
no alcanzan la unidad nacional, como gustaban afirmar los nacionalismos),
aunque nada es tan simple como parece. Para empezar, Isabel no
era la heredera original del trono de Castilla. Su hermano, el
rey Enrique IV El Impotente, adivinen ustedes por qué,
no tenía descendientes. Su única hija reconocida,
Juana, era producto, o eso decían los partidarios de la
hermana del rey, de los amores de su esposa con don Beltrán
de la Cueva, de ahí que la llamaran La Beltraneja.
Así que las dos candidatas al trono, hermana e hija, Isabel
y Juana, respectivamente, eran mujeres. Por otro lado, los otros
dos grandes reinos de la península, Portugal y Aragón,
estaban representados por dos príncipes a los que interesaba
casarse con alguna de estas dos; en concreto, al bando portugués,
le interesaba Juana La Beltraneja y, al bando aragonés,
Isabel. Esta última fue más rápida y se
casó con Fernando de Aragón falsificando unos documentos,
ya que ambos eran primos y no se podían casar sin la dispensa
papal. Digamos que fue todo un matrimonio de conveniencia; Aragón
ganó la guerra contra Cataluña gracias al apoyo
castellano, a su casamiento con Isabel, por lo que, en contra
de lo que muchos piensan, no hubo una absorción de Aragón
por parte de Castilla, sino, más bien, todo lo contrario.
La verdad es que ambos cónyuges fueron dos políticos
muy hábiles, y así lo demostraron al organizar
un formidable ejército, emprender, con un pretexto sutil,
la guerra contra el reino de Granada y, posteriormente, conquistarlo.
Además, un tiempo más tarde, tuvieron la fortuna
de toparse con un navegante aventurero que creía que el
mundo era mucho más pequeño de lo que es y que
podría llegar a las Indias navegando hacia el Oeste, gracias
a lo que, sin él saberlo, se encontró con un continente
lleno de riquezas que, poco a poco, fueron llegando al reino
castellano-aragonés.
Cuando murió Isabel, Fernando,
que sabía muy bien lo que valía un matrimonio,
decidió aprovechar su viudedad y casarse con una de las
candidatas al reino de Navarra. De nuevo, la situación
era muy complicada, así que mandó un nuevo ejército
y se apoderó del territorio navarro, consiguiendo, de
resultas, toda la Península ¿Tenía éste
una idea de unificación? En absoluto; lo único
que querían tanto él como su mujer era tener el
mayor número posible de reinos, no unir España.
Si llevaron a cabo dicha unión, fue de casualidad, a base
de unir y unir, (salvo Portugal, claro); sólo eso explica
que controlaran territorios tan dispares (incluso italianos),
con legislaciones diferentes, con monedas distintas, incluso
con aduanas dentro de los reinos. Desde luego, de unión
nacional, nada. El concepto de nación, de estado,
no existía; era una monarquía resultante de la
aglomeración de reinos y de señoríos que,
gracias a una confluencia de circunstancias, llega a convertirse
en hegemónica en Europa, en una monarquía poderosísima.
Precisamente a partir de ahí comienza a surgir el mito
de España y de lo español.
En ese contexto, surgen la gran cultura
y la literatura áureas, ésta, ya, en castellano,
en su inmensa mayoría. En esos momentos, surgen los grandes
poetas y dramaturgos, el gran novelista Cervantes, una situación,
en definitiva, de la que comienzan a sentirse especialmente orgullosas
las elites castellanas, incluidos los portugueses, que acaban
siendo absorbidos por Felipe II, o los catalanes, que hablan
castellano como lengua de la unión. Realmente, es una
monarquía durante la que, aun no teniendo una cultura
oficial y poseyendo funcionarios, por ejemplo, que se expresan
en distintos idiomas, el castellano se va imponiendo como la
lengua fundamental y, para los siglos XVI y XVII, el panorama
cultural se convierte en lo mejorcito a escala universal. No
obstante, muy pronto entrará en decadencia; apenas dura
dos reinados o tres, un siglo. El esfuerzo era excesivo; estaba
manteniendo demasiados frentes abiertos en Europa y los recursos
extraordinarios que le llegaban de América no eran suficientes.
No había suficiente población masculina en la Península
como para mantener tantos ejércitos, con lo cual, toda
ella se despobló, sobre todo, el reino de Castilla, que
era el que más sufría las exaltaciones de hombres
y dinero. Así, entró en una crisis bastante fuerte
a finales del reinado de Felipe II, y mucho más a medida
que avanzaba el siglo XVII, por lo que esa primera forja de identidad
alrededor de la cultura castellana también estuvo teñida
de un cierto halo de sufrimiento. Por una parte, dominábamos
a otros y éramos los mejores, pero, por la otra, teníamos
grandes problemas. Y eso se refleja en el panorama cultural;
hay toda una literatura de la decadencia a lo largo de aquel
siglo.
Ya en el siglo XVIII, llega la dinastía
de los Borbones, que emprende, nuevamente, una tarea de centralización.
Ésta, por fin, consistirá en construir no un Estado
nación, mas sí un estado centralizado en el que,
al menos, los distintos reinos no tengan privilegios, no tengan
distinto tratamiento legal, fiscal o administrativo. Poco a poco,
a lo largo del periodo dieciochesco, cada vez hay más
centralización, y, en la última parte de éste,
bajo el reinado de Carlos III, empiezan a surgir claras expresiones
de lo que pudiéramos llamar un nacionalismo moderno, lo
que no quiere decir, ¡ojo!, que esta ideología esté
plenamente construida, como se empeñan en señalar
algunos autores. Simplemente es que, en representantes de aquella
época, como Cadalso o Jovellanos, ya se empiezan a vislumbrar
algunos conceptos propios de quien concibe el territorio como
nación. Ahora bien, lo que no podemos asegurar -y da la
impresión de que no ocurrió- es que esas expresiones
calaran en la masa de la gente y éstas llegaran a tener
una conciencia nacional como españoles.
A comienzos del siglo XIX, y debido
a la invasión napoleónica, hay una rebelión
generalizada contra los ejércitos franceses. Suele describirse
como espontánea, muy mayoritaria, desde luego, entre las
capas populares ¿Es esto una expresión de nacionalismo,
de conciencia nacional, española? Es muy dudoso; más
bien parece, según los últimos estudios, una expresión
de conciencia localista y de protesta contra las injusticias
y las barbaridades cometidas por las tropas francesas a medida
que iban pasando por los sitios. En realidad, lo que había
era mucho odio contra nuestros vecinos, y, sin ser españolismo,
el tener enemigo fue algo muy bueno, así lo es siempre,
para cultivar los nacionalismos, como todo el mundo sabe. Entonces,
por un lado, partiendo del hecho de que hay una explosión
antifrancesa, sí podríamos afirmar que cierto fenómeno
nacionalista había surgido; sin embargo, por otro lado,
teniendo en cuenta que es una protesta promovida fundamentalmente
por el clero, sobre todo, por los párrocos rurales, imbuidos
de una ideología antiilustrada y antirrevolucionaria («estos
franceses ateos vienen a quitarnos nuestra religión y
nuestras tradiciones», pensarían), tendríamos
que descartar dicho tinte de nacionalismo. En definitiva, lo
que no nos permite hablar de un sentimiento nacional pleno es
que está muy mezclada la religión en todo esto,
aunque ella también sea un componente, y muy importante,
de la nación.
En aquellos primeros momentos de revuelta,
no se concibió que ésta fuera la famosa guerra
de la Independencia; eso se inventa mucho más tarde. Lo
que sí es cierto es que, en medio de esa revolución,
las elites intelectuales se refugian en la única ciudad
que queda libre de las tropas francesas, en esa peninsulita casi
imposible de conquistar por tierra que se llama Cádiz.
Y precisamente la llegada de la intelectualidad será el
poso de la posterior elaboración de la primera Constitución.
Además, a la lista de reformas legales emprendidas, le
acompañará la defensa de toda una mitología
nacional. La lucha será tomada como algo necesario para
preservar la identidad y la idea de nación española
frente a los invasores extranjeros. Se comienza a pensar que
dicha nación española es la dueña de este
país, que, a pesar de que los Borbones hayan cedido su
corona a Napoleón y éste les halla nombrado hermanos
suyos, en principio, no tienen derecho a hacerlo porque la nación
no pertenece a la familia real, sino a los españoles.
Así que, como vemos, ya es innegable la existencia de
una conciencia nacionalista. Precisamente en ese punto, empieza
mi libro.
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