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AULA DE CULTURA VIRTUAL

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Transcipción de la conferencia de José Álvarez Junco

Para empezar a desbancar teorías, Sagunto fue una ciudad de colonización griega aliada con Roma y, por tanto, estaba básicamente habitada por colonos griegos; es decir, aunque todavía no podamos hablar de españoles para aquélla época, suponiendo que pudiéramos hacerlo, ni siquiera lo serían. Y Numancia, por su parte, era una ciudad celtíbera, así que, de ser posible, tampoco podríamos confirmar su nacionalidad española. Pero es que, además, ni numantinos ni saguntinos en su totalidad entregaron sus vidas antes de ser invadidos; cuando vieron que no había nada más que hacer, dejaron la ciudad a expensas del enemigo y pusieron a salvo sus vidas, como haría cualquier persona en su sano juicio. Ahora bien, la mitología nacionalista, con esas historias de hogueras e inmolaciones que todos hemos podido leer, siempre ha insistido no sólo en la belicosidad de los españoles, sino también, visto lo visto, en su imbecilidad.

Siguiendo el acontecer histórico, termina el imperio romano y llegan los visigodos, que, según la visión nacionalista, por fin establecen una unidad política en la Península Ibérica, olvidándose de Portugal, por supuesto. Dicha unidad se conjuga, por si fuera poco, con la conversión al catolicismo. Los visigodos, cuando llegaron a España, eran cristianos que tomaban su doctrina de Arrio, quien postulaba una versión de la Santísima Trinidad que no era la aceptada por la Iglesia romana, así que habían sido declarados herejes, y fue en tiempos de Recaredo cuando decidieron convertirse, incluido el monarca, al catolicismo. De ahí que se diga que en la época visigoda fue cuando realmente se fundó la identidad española, y que, en la Plaza de Oriente, de Madrid, frente al Palacio Real, figure como primer rey de España, de los visigodos, Ataulfo, quien verdaderamente fue un caudillo, un guerrero, que recorrió Portugal e Italia para terminar entrando por los Pirineos y acabar muriendo en Barcelona dos meses después de haber entrado en la Península Ibérica y que nunca llegó a dominar más de un 10% del territorio peninsular. Por lo que decir de éste que fue el primer rey de España es mucho decir.

¿A qué se debe esta idealización de los visigodos? Probablemente, a que, en su última etapa, cuando Recaredo se convirtió al catolicismo, el gobierno comenzó a regirse por los concilios eclesiásticos. Es decir, los reyes visigodos llegaron a un acuerdo con la Iglesia católica, con los obispos del momento, y delegaron en ellos la toma de una serie de decisiones políticas fundamentales; entre otras, la elección del rey, nada menos, ya de por sí una fuente de conflicto constante entre los visigodos. Entonces, no es de extrañar que los seglares escribas de las crónicas de aquella época la consideraran gloriosa, pacífica y maravillosa, un periodo de unión fecunda entre el pueblo y sus reyes, todos alrededor de una misma religión, a pesar de que, en realidad, no fuera una etapa ni muchos menos tranquila, siquiera en el último siglo, cuando ya eran católicos conversos. Precisamente en ese momento fue cuando hubo una serie de cruentas guerras civiles en las que uno de los bandos contó reiteradamente con enemigos exteriores tales como los musulmanes, que, a comienzos del siglo VIII, cruzaron el Estrecho de Gibraltar, entraron en la Península Ibérica y, tras una pequeña batalla entre unos 10.000 guerreros árabes y las tropas del último rey visigodo, don Rodrigo, se apoderaron de todo el territorio sin problema. No conocemos ninguna ciudad -por tanto, gran parte de lo que se nos ha contado es, como ya he dicho, mentira- que resistiera hasta el último momento; que hiciera una hoguera en el centro de la ciudad a la que se arrojaran los ciudadanos para no morir en manos enemigas. Más bien se entregaron, firmaron pactos con los invasores y sobrevivieron con bastante tranquilidad, al menos, en aquellos primeros momentos, ya que los musulmanes de aquella primera etapa eran bastante tolerantes: permitían que los católicos pudieran seguir practicando su culto, por ejemplo, e incluso reunir concilios, elegir a sus obispos, mantener, en definitiva, una organización cristiana. Claro que todo tiene una explicación, y es que a los propios musulmanes les convenía que esta situación se mantuviera; si esta gente se convertía al Islam, pagaba menos impuestos, así que preferían que no lo hicieran. De hecho, cuando esta situación cambió, también lo hizo su tolerancia.

Pero ¿qué significan estos siglos de dominio musulmán? Que España, la Península Ibérica, vuelve a convertirse en una tierra excéntrica, "fuera del centro". Además, esta vez, sí es tierra de fronteras, porque los musulmanes cruzan los Pirineos pero son derrotados por Francia, así que tienen que volver y queda establecida, justamente al norte de la Península, una frontera que, como todos sabemos, poco a poco, irá bajando. El caso es que, como ya he mencionado arriba, los primeros 300 años de dominio musulmán (entre el año 700 y el 1000) fueron relativamente pacíficos y de bastante esplendor cultural, sobre todo, en la época del Califato, en Córdoba, en la época de los Abderramanes, especialmente, con Abderramán III. Efectivamente, este monarca, que gobernó 60 años sobre un 85% de la Península Ibérica, tiene muchísima relevancia, y, sin embargo, nadie le ha dedicado una estatua en la Plaza de Oriente, porque no fue rey de España ¿Y por qué no fue rey de España? Evidentemente, porque no era cristiano. Así que vean ustedes qué jugarretas nos hace el nacionalismo: un señor que dominó tanto territorio durante tantísimo tiempo no fue rey de España porque no tiene una característica que nosotros le exigimos al pasado para que lo podamos considerar español; en cambio, otro señor, Ataulfo, que sólo estuvo dos meses y murió en Barcelona sin haber conocido nada más que su frontera es el primer monarca del país. Ni que decir tiene que, entonces, estas interpretaciones nacionalistas son una fuente constante de errores.

 

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