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José Álvarez
Junco, Catedrático de Historia de los Movimientos Sociales
y Políticos de la Universidad Complutense de Madrid
'MATER DOLOROSA. La idea de
España en el siglo XIX'
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José Álvarez Junco./
EL CORREO |
Como ustedes podrán comprobar
a lo largo de esta conferencia, el trabajo que les presento me
ha llevado bastantes años, ya que me ha tocado recorrer
un periodo de la Historia bastante largo. No es sólo lo
que el título del libro refleja, es decir, la idea de
España en el siglo XIX, sino mucho más.
En este libro, he intentado remontarme a tiempos lejanos y llegar
a la formación de la identidad española; en concreto,
al problema que supone la adaptación de ésta a
la era de las naciones. Sé que ustedes creerán
que el concepto, la realidad, de naciones ha existido
siempre, pero no es así, ni mucho menos. En las sociedades
antiguas, la gente se dividía de otras muchas maneras:
eran cristianos o musulmanes, nobles o plebeyos, y, por supuesto,
hombres o mujeres. Las naciones se convirtieron en el criterio
más importante de definición social a partir de
las revoluciones liberales, o sea, a partir del XIX, y se mantienen
como tal criterio significativo hoy día. Con ellas se
generaron, además, los derechos políticos. Para
nosotros, es fundamental ir por el mundo diciendo «yo soy
alemán», por ejemplo, y lo decimos mucho antes que
«yo soy médico», o «soy hombre»,
o «soy anciano». Nuestra nacionalidad es motivo de
orgullo porque, en resumen, define nuestra identidad y de ella
derivan nuestros derechos. Como digo, esto no quiere decir que
antes no hubiera identidades; de hecho, la identidad española,
de la que les voy a hablar a continuación, es ciertamente
muy antigua, lo que ocurre es que no adquiría el sentido
de nación que hoy conocemos.
Así que, entrando en materia,
¿qué era España? En principio, terminológicamente
hablando, el nombre más antiguo para designar el territorio
fue Iberia, de origen griego; lo de Hispania se
lo colocarían los sucesores de los helenos, los romanos.
Pero ¿a qué territorio respondían estas
denominaciones? Desde luego, no era una nación, sino un
espacio geográfico que englobaba a Portugal y que, por
tanto, no coincidía con la España de hoy día.
Cuando hablamos de la España romana, por ejemplo, realmente,
estamos haciendo una proyección hacia el pasado de una
situación actual, porque la España romana nunca
existió. En todo caso, habría una Hispania romana
que, por cierto, nunca fue una provincia, sino varias que, como
he dicho, incluían territorio luso. Y, por supuesto, los
romanos no concebían este espacio como una nación,
sino como un terreno muy grande, habitado por una serie de tribus.
Fue la historiografía del siglo XIX, esa visión
nacionalista del pasado, la que proyectó hacia atrás
las realidades de su tiempo, España, Francia, Inglaterra,
Alemania, etc., e intentó encajarlas en épocas
remotas para poder explicar que su ideología venía
de mucho tiempo atrás, que era muy antigua. De hecho,
los nacionalismos alternativos más recientes y minoritarios,
surgidos de culturas no reconocidas oficialmente por los Estados,
como el vasco o el catalán -cuáles, si no-, han
seguido el ejemplo de sus antecesores para justificar que su
existencia es poco menos que eterna. Así que no hay nada
que hagan hoy día que no hiciera ya el nacionalismo español,
por ejemplo, cuando se empeñaba en afirmar que los españoles
opusieron resistencia a los romanos y lucharon contra ellos,
lo que no es más que una falta de sentido histórico.
Si a Viriato le hubieran preguntado si luchaba por España,
ni siquiera hubiera entendido la pregunta. Alguien le hubiera
tenido que explicar qué quiere decir eso de España,
porque él no tenía ni la más remota
idea y tampoco existían mapas que lo señalaran.
Él sólo conocía unos cuantos valles y unas
comarcas, ni el conjunto de la Península ni mucho menos
el concepto político.
Entonces, aclarado este primer punto,
¿cuándo se empieza a hablar de esa identidad española
(no de España como nación, ojo)? Con la llegada
de los griegos, alrededor del siglo IX antes de Cristo, como
muy pronto. Pero, para entonces, ya habían ocurrido bastantes
cosas en la historia de la humanidad, en las civilizaciones que
nos dejaron legado escrito y restos arqueológicos, que
construyeron grandes ciudades y monumentos. Efectivamente, la
fabulosa civilización egipcia, por ejemplo, había
pasado por su momento de esplendor, así como las grandes
civilizaciones india, china, persa, babilona, etc., y en ninguna
de ellas hay la más mínima referencia a España,
o Hispania, o Península Ibérica, o Iberia ¿Por
qué? Por una razón que los nacionalistas españoles
no entienden ni entenderán nunca -en realidad, sean del
nacionalismo que sean, los nacionalistas, en general, no comprenden
estas cosas-: que España no es el centro del mundo. Obviamente,
con esto, no quiero decir que el mundo tenga centro, mas, si
supusiéramos alguno, éste debería ser el
núcleo de desarrollo de las grandes civilizaciones; es
decir, Oriente Medio, las zonas de Egipto y Persia, el cruce
de los continentes europeo, asiático y africano, cerca
de ese Afganistán que está tristemente de actualidad,
y no la Península Ibérica. Si piensan ustedes en
un mapa de entonces, ésta no sólo no se encuentra
en el centro, sino que, encima, se sitúa en un extremo,
en el borde último del Oeste. Por eso los romanos hablaron
del Finisterre, del fin de la Tierra, y por eso,
también, fue un lugar de aventuras, de exotismo. Ahí,
a un sitio tan lejano, es adonde va Hércules para llevar
a cabo las hazañas que los dioses le habían encomendado
como castigo y ahí, donde se acaba el Mediterráneo,
coloca las tremendas rocas que lo cierran, Ceuta y Gibraltar,
con su inmensa fuerza de semidiós.
En esta tierra excéntrica es
donde desembarcan, sucesivamente, fenicios, primero, griegos,
después, y, por último, cartagineses, para establecer
colonias a medida que se van haciendo con el Mediterráneo.
Pero la Península Ibérica no entrará en
contacto con una civilización "central" hasta
la llegada de los romanos. Sólo éstos conseguirán
incluirla en su imperio; en un extremo, sí, mas en un
extremo perfectamente protegido porque no había enemigos:
no había bárbaros del Norte que pudieran atacar
como atacaban en las zonas de centro de Europa, ni ataques por
mar, ni desde el Sahara. Así que se convirtió en
una zona muy bien protegida, integrada y, en definitiva, romanizada.
Se cubrió de ciudades, carreteras, puentes y recibió
un idioma básicamente común, el latín, que
lo hablaban la inmensa mayoría de los habitantes de la
Península al término de esa época y que
consiguió unificar, más o menos, el territorio.
Ahora bien, las visiones de los nacionalismos son tan deformadoras
que se han alejado de esta realidad. El nacionalismo español,
en concreto, se ha basado en el mito de la independencia de España
y la belicosidad de los españoles contra cualquiera que
ha intentado dominarles. Cuando los libros de Historia estudiados
en el XIX hablaban de la dominación romana, dedicaban
casi todas sus páginas a describir cómo habían
luchado los españoles contra dicha dominación romana,
y había páginas y páginas sobre Viriato,
sobre Sagunto contra los cartagineses, sobre Numancia contra
Roma, etc. Tras esto, en unas cuantas líneas, ventilaban
esta parte histórica; esos cinco o seis siglos que, en
realidad, fueron fundamentales. Sin duda alguna, las centurias
de mayor paz del país, aunque, paradójicamente,
siempre se les haya dado más importancia a los aspectos
bélicos que a los pacíficos ¿Por qué?
Porque se quería demostrar que los españoles eran,
por encima de todo, amantes de su independencia y fieros luchadores
por su libertad (entonces, ustedes dénse cuenta de cómo
ha heredado el nacionalismo vasco los mitos del nacionalismo
español, hasta qué punto son miméticos)
SIGUIENTE>>>
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