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DIARIOS
El tratamiento periodístico del terrorismo
Por Arcadi Espada
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No obstante, retomemos el asunto porque,
al fin y al cabo, nuestro tema de hoy es precisamente ése,
el terrorismo como tal, algo de lo que se habla en los salones
intelectuales no sin cierta ligereza. Seguro que ustedes han
oído muchas veces a politólogos, semióticos,
filósofos de lo cotidiano, en fin, a toda una serie de
títulos nobles de la cultura, que silenciar el terrorismo
es la mejor manera de acabar con él. E incluso habrán
oído muchas quejas y lamentos interesados en bajar el
diapasón o los colores de las informaciones referentes
al terrorismo porque, según dicen, «se le da juego».
Efectivamente, sin ninguna prueba, todos esos filósofos
de lo cotidiano aseguran que el terrorismo se acabaría
o al menos entraría en barrena si se limitara el efecto
propagandístico, es decir, si los medios tuviéramos
una actitud mucho más sobria con él. Naturalmente,
éste es uno de esos lugares comunes y habituales en la
práctica cultural y periodística que nos demuestran
que forman parte de tópicos, de aquellas verdades que
son moneda corriente y cuyo carácter empírico nunca
nadie se ha preocupado de observar.
Pero es que además de ser seguramente falso, en España
existe una prueba de todo lo contrario. Hasta la muerte de Miguel
Ángel Blanco, por poner una huella en el camino, el terrorismo
y sus víctimas han sido minimizados, y los asesinos, mitificados
por activa y por pasiva. Y no me invento nada al afirmar tal
cosa. Esto es la derivación de un análisis sobre
los periódicos de la época. Y aunque no fuera así,
aunque esa prueba o deducción posible no existiera, yo
seguiría pensando que el terrorismo ha de ser exhibido
en los medios. Es más, si se demostrara que la extinción
del terrorismo lo aumenta o favorece también pensaría
que éste debe estar en los medios, entre otras cosas,
porque la dignidad de las víctimas así lo reclama.
Es decir, no comparto ninguna de esas erudiciones a la violeta
de muchos periodistas, profesores o no en universidades, que
están tentados de convertir los periódicos en una
suerte de parques temáticos en los que el mal nos exhiba.
Yo creo que los periódicos no están hechos para
divertir a nadie; los periódicos están hechos para
dar cuenta de nuestra vida. Y evidentemente, en ese dar cuenta
de nuestra vida, en ese espejo deformado o no al borde del camino,
la violencia, la ira, la sinrazón, el irracionalismo,
el crimen y la pena de muerte al fin merecen su lugar. Por eso,
porque el mal está en la vida, creo firmemente que debe
estar presente en los medios.
E igualmente debe aparecer en este libro, en algunas otras referencias
que hay, que son muchísimas, acerca del asunto del terrorismo,
a propósito de lo cual me gustaría hacer un comentario.
No olviden ustedes que es un libro que sucede en el 2001, año
en el que se registró el acto terrorista más espectacular
de la historia. Entonces, por tal motivo y por lo que les decía
hace unos instantes, en este libro insisto no sólo en
que el terrorismo esté presente en los medios, sino también
en que aparezcan en ellos los propios terroristas, e incluso
los amigos de los terroristas. A mi modo de ver, siempre y cuando
no se olvide una lección que a mí me parece importante,
los terroristas han de estar en los medios como lo que son, es
decir, como lo que les hace noticia. No hay nada más lamentable
y patético que un futbolista en un programa de libros,
y a la contra, nada más patético que un poeta retransmitiendo
un partido de fútbol. En fin, nada más patético
que todas estas escaramuzas, que todos estos enmascaramientos
que se practican con la realidad, y nada más patético,
naturalmente, que un terrorista en los medios como filósofo
de la historia o como científico de guerra.
Un terrorista ha de estar en los medios como lo que es, ajeno
a todo criterio moral, como lo que le hace ser noticia: la muerte,
la diseminación de la muerte. Por lo tanto, creo que cuando
algunos periodistas, tanto vascos como no, me preguntan qué
hay que hacer en los medios con el mensaje terrorista, con las
acciones terroristas o con ellos mismos, me parece que la solución
está clara: atenernos a lo que son y a lo que es la materia
prima de nuestro trabajo, esto es, la atención a los hechos
y a lo que es estrictamente la noticia. Ustedes saben que una
noticia no es nada más que una segmentación de
la realidad, no determinada, por cierto, por los periodistas,
sino por una multiplicidad de parámetros culturales. Y
en esa segmentación, dicha realidad se ordena de mayor
a menor. Eso es lo que forma nuestro querido artefacto llamado
lead, la pirámide invertida en la que arriba está
lo más importante y abajo está lo menos importante.
Y naturalmente, en el acto terrorista lo importante es la destrucción
de páncreas, cerebros, columnas vertebrales, corazones,
familias, etc., y lo secundario son las causas, es decir, las
metáforas. Por lo tanto, nada más sencillo sin
siquiera la necesidad de llegar a enarbolar cualquier consideración
moral: los terroristas han de estar en los medios por lo que
les hace noticia, por la destrucción que llevan consigo.
Ésa es la noticia terrorista y en ella es en lo que debemos
convertir a los terroristas, porque de lo contrario suceden cosas
tan terribles, lamentables e indignantes para la condición
humana como las que estos días puede descubrirse en los
diarios.
No obstante, a continuación, y para ir terminando, cambiaré
de asunto. Dejaré de referirme al terrorismo vasco para
referirme a la otra gran sangría, al otro gran "cáncer"
europeo: la actividad de la mafia en Italia. Estos días,
en los periódicos españoles se ha tratado de una
manera provinciana, vergonzosa, minúscula, paleta, la
condena en un tribunal de segunda instancia del que fuera máximo
dirigente de la Democracia Cristiana y gobernante italiano durante
cuarenta años, Giulio Andreotti. La noticia en concreto
es que un tribunal de Perugia le ha condenado a veinticuatro
años de prisión por el asesinato de Mino Pecorelli.
Es una noticia de primer orden, puesto que, al menos que yo sepa,
no hay demasiados presidentes de gobierno europeos condenados
en firme por el asesinato de un periodista y por la connivencia
con instancias mafiosas. Pues bien, ¿cómo han reaccionado
nuestros diarios ante esa noticia? De dos maneras. La primera,
soslayando la importancia central que para mí tiene ese
hecho: es verdad que Fraga estaba en una cacería, pero
supongo que algún lugar había en el diario para
ocuparse de Andreotti. Eso, en primer lugar. Y en segundo lugar,
lo que ya es muchísimo más indignante, ensalzando
la supuesta calidad de "zorro" político del
tal Andreotti. Todavía tengo fresco el perfil que un diario
de este país publicaba sobre su figura, atribuyéndole
las sucias y habituales metáforas (y digo «sucias»
porque así son cuando encubren, y no cuando descubren),
y componiendo un rostro de pillín capaz incluso de dar
lecciones a los políticos españoles con esa frase
tópica que utilizan los italianos para dirigirse a nuestros
políticos: manca finezza. Y en general, todos los
diarios españoles le han tratado como un zorrito hábil.
Pero quizá lo más indignante de todo sea que no
sólo se le dibuja de tan burda manera a Andreotti, sino
también a cualquier capo de la mafia. No en vano, aproximadamente
cada 6 meses se publica algún reportaje sobre ésta
en las páginas de algún coleccionable, de algún
suplemento dominical. Por ejemplo, hace poco murió en
Nueva York un tipo muy peculiar, un tal Joe Bananas, y ciertos
diarios le dedicaron unas páginas muy graciosas comentando
que era un hombre hermético y que representaba los valores
transcendentales del cuerpo mafioso. Es decir, unas cosas realmente
jocosas acerca de un asesino en serie. Y lo peor de todo es que
está visto que sobre la mafia sólo pueden circular
ese tipo de antropologías o de cómics hollywodienses
que alejan la realidad de lo esencial. ¿Y qué es
lo esencial de la mafia? Algo que les sorprenderá a ustedes
mucho más que cualquier aventura cinematográfica
de Bananas o cualquier guiño sobre el asesino Andreotti:
que entre 1983 y 1993, esta organización fue la responsable,
sólo en Italia, de la muerte de 10.000 italianos. Diez
años, 10.000 italianos. Mil por año. Es decir,
el conjunto de muertes que ETA ha provocado en España
en veinticinco años -y perdonen ustedes la obscenidad
de la aritmética tratándose de cadáveres-.
Entonces, ese pilluelo, ese Joe Bananas y toda esa putrefacción
periodística han conseguido que en el imaginario de todos
nosotros prevalezcan todas esas metáforas perversas por
encima de la cruda realidad de los hechos.
Estamos hablando de 10.000 italianos. Una guerra civil "tragada"
también gracias, naturalmente, a los medios. Con esto
no estoy diciendo, por supuesto, que el periodismo sea capaz
por sí mismo de acabar con el terrorismo. El periodismo
es uno de los instrumentos de los que el hombre se ha dotado
para hacer su vida más libre y más digna. Por eso
quiero dejar claro que la actitud de los periodistas no es suficiente
para acabar con el terrorismo. Ahora bien, debemos procurar no
asesinar dos veces a los muertos.
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