LA AUTOESTIMA
DE LOS HIJOS: UN RETO PARA LOS PADRES
D. Aquilino Polaino
Catedrático de Psicopatología de la Universidad
Complutense de Madrid
Bilbao, 17 de Mayo de 2004
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Cuando eso se consigue, la reconstrucción mental que los
padres tienen en su representación de lo que es su hijo
se ajusta a la realidad, y entonces se va camino de que el hijo
sea estimado.
Concluiré enumerando dos derechos de los niños.
El primero es que cada niño tiene derecho a tener padre
y madre, y no familia monoparental, en régimen de transición,
disfuncional, reconstruida, parafernálica o medio-pensionista.
Un niño tiene derecho a tener padre y madre, y, además,
a tenerlo desde la propia raíz de su naturaleza, es decir,
a proceder de un espermatozoide y de un óvulo, ya que
eso tiene implicaciones y resonancias afectivas para el desarrollo
de su personalidad, para toda su construcción psicológica.
En segundo lugar, el niño tiene derecho a que su padre
y su madre se quieran y se traten muy bien. Cuando un hombre
tiene un conflicto con su esposa (y viceversa), ambos saben que
están conculcando un derecho de los hijos, porque es de
lo que nos servimos para ejercer la educación sentimental
de los hijos. Cuando un hijo ve que su padre es respetuoso con
su madre, que se preocupa tremendamente cuando ella tiene el
más mínimo problema, que es atento y tierno, que
la apoya y la admira, que no consiente que sobre esa mujer que
es su esposa alguien diga lo más mínimo negativo,
el chico va a aprender a querer, y va después a querer
a una chica.
En definitiva, cuando se encuentran un hombre y una mujer se
casen o no, por lo menos ejercen influencia cuatro personas
(el hombre, la mujer, la familia de origen del hombre y la familia
de origen de la mujer). Los sentimientos que cada uno de ellos
generó en su intimidad viendo y observando las relaciones
afectivas de sus padres salen a flote. Evidentemente, no es necesario
que el marido y la mujer estén dándose todo el
día besos para demostrar lo mucho que se quieren, pero
deben mostrar de vez en cuando algún detalle de ternura.
De todos modos, no se trata solamente de algo tan concreto: hay
toda una atmósfera que se respira. La ausencia de gritos,
de críticas o de descalificaciones, el hecho de que a
un hijo sólo se le hable bien del otro... En definitiva,
si los padres quieren que sus hijos se estimen como personas
en lo que realmente valen y sepan ser generosos y estimar a cada
persona en lo que cada persona vale, tienen que partir de un
hecho: los hijos tienen que aprender todo eso de las relaciones
afectivas que los padres mantienen entre sí.
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