LA AUTOESTIMA
DE LOS HIJOS: UN RETO PARA LOS PADRES
D. Aquilino Polaino
Catedrático de Psicopatología de la Universidad
Complutense de Madrid
Bilbao, 17 de Mayo de 2004
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Hay casos muy parecidos al siguiente: un padre trabaja las veinticuatro
horas, matricula a su hijo en la mejor universidad a la que ha
podido enviarle y le da todo el dinero que necesite; pero el
hijo no ha pasado ningún momento con su padre. Tiene veinte
años, pero no sabe lo que piensa ni lo que siente su padre.
El hijo lo admira, pero no sabe nada de su padre.
Ejemplos como éste aparecen todos los días. Evidentemente,
como yo no puedo sustituir al padre de un chico así, cuando
llegan a mí casos como éste dejo muy claro que
yo no soy un padre vicario, por lo que recomiendo al hijo que
rompa el fuego y empiece a hablar con su padre. Debe observar
qué le gusta, las cosas de su propio comportamiento que
están manifestando clamorosamente su manera de ser. De
esta manera, llegará el día en el que el padre
empieza a contar también cosas. Entre dejar a un hijo
una buena casa o haber compartido con él ciento ochenta
horas a lo largo de la vida durante las que los dos se lo han
pasado de maravilla, es preferible lo segundo.
Cuando analizo la comunicación entre padres e hijos, entiendo
que un padre se comunica bien con su hijo si ocurren estos tres
hitos. Primero: durante el 70% del tiempo que han pasado hablando,
el padre no ha dicho nada, sino que ha escuchado. Segundo: durante
un 15% de ese tiempo, el padre ha hablado. Tercero: durante un
15% del tiempo en el que ni padre ni hijo han hablado, se han
mirado. Ahora bien, es necesario tener muy claro que hablar con
un hijo no es decir "Ven, tenemos que hablar" y pronunciar
el discurso de siempre, sino charlar de nada formal, de nada
normativo eso, en el día a día, ya irá
saliendo. Una educación afectiva excelente pasa,
por ejemplo, por contar al hijo la primera vez que el padre salió
con una chica, y qué sintió; o qué ocurrió
aquella vez en la que la chica lo dejó, y lo mal que lo
pasó durante un año y medio; o cómo eran
las relaciones con su padre (el abuelo). Todo esto ayuda a que
el hijo se vaya viendo en los diversos nudos de la cadena que
constituye toda saga familiar.
Hay padres, por ejemplo, que no son capaces de mirar de manera
complaciente o acogedora a los ojos de sus hijos. Es decir, cuando
el hijo tiene ya más de trece años, se acabó.
También sucede que hay muchos padres que son incapaces
de echarse al suelo a jugar con un hijo que tiene menos de cinco
años. Es decir, el padre entra en escena cuando el niño
cumple cinco años, porque antes lo delega en la mujer.
En definitiva, actualmente hay una tremenda "hambre de padre".
El padre cree que ha dado todo al hijo, pero se ha olvidado de
darle lo más importante: su intimidad, su amistad, su
afirmación, una excelente valoración de sí
mismo. La gente joven es muy insegura, y hay que afirmarla en
lo que vale. Los jóvenes cometen gravísimos errores
por sobreestimarse en unas cosas e infraestimarse en todas las
restantes. La mayor parte de la gente joven vive en una especie
de carcasa muy negativa y enormemente depresógena, porque
no está segura de nada. Si a esto le añadimos que
el padre sólo recuerda al hijo las cosas negativas que
tiene, y nunca las positivas, ¿cómo va afirmarse
el chico frente al mundo?
Desde mi punto de vista, hay ocho errores que deben ser evitados
en toda educación de la autoestima en los hijos. El primer
error es la sobreprotección. No se puede estar todo el
día pasando al niño la mano por la espaldita ni
besuqueándolo o manoseándolo. No se puede estar
con el corazón colgado de un hilo porque no se sabe qué
va a ser del hijo. En definitiva, no hay que sobreproteger.
En segundo lugar, no pueden crearse relaciones de dependencia.
Lo que puede hacer un hijo no lo debe hacer un padre. Las relaciones
de dependencia no son sanas; responden a una afectividad morbosa,
patológica, y además son una antítesis contradictoria
de la misma afectividad. Para que uno quiera, tiene que ser libre,
no se quiere por decreto o por cumplir una normativa. La dependencia
es especialmente peligrosa en la relación madre-hijo.
Hay mujeres que, en su matrimonio, sustituyen y compensan la
falta de estimación por su marido por la de los hijos.
Y esto resulta peligroso tanto para el matrimonio como para el
futuro del hijo.
La rigidez es el tercer error. No se puede ser como una barra
de acero. La vida es más compleja cada día. La
complejidad creciente que está viviendo nuestro país
es una cosa que se puede palpar segundo a segundo. Hay que desterrar
los argumentos del tipo "Sí (o no) porque soy tu
padre" y enfocar el diálogo dejando claro que el
padre es el padre y no un amigo, pero abriendo la
puerta a hablar, para ver si se llega a un entendimiento.
El cuarto error es el perfeccionismo. Hay padres que quieren
tanto a sus hijos, que se mueren por que sean perfectos, cuando
el propio perfeccionismo es una imperfección. ¿Quieren
los padres, so capa de la perfección, lograr una imperfección?
No se puede exigir a nadie algo para lo que no está hecho.
El permisivismo es decir, el "todo vale"
es el quinto error. Es lo que se ha cometido en España
durante veinte años, con lo cual la propia enseñanza
en la vida universitaria está hipotecada. Si el niño
se ha educado durante veinte años sólo con el criterio
de "gusta/no gusta", después no se le puede
explicar lo que es una psicosis de transición, porque,
a lo mejor... no le gusta. Ha habido sobreabundancia de recursos
económicos, lo cual es bueno y hace que estemos más
desahogados, pero hay que introducir la austeridad y saber privarse
de una cosa y decir que no. Eso son normas con las que las personas
se socializan.
El sexto error es el autoritarismo. Se trata de la actitud contraria.
Era lo que ocurría en España hace cincuenta años,
porque en este país hemos pasado de extremo a extremo.
Sobre esta materia, hay dos escuelas en el plano académico
e investigador. La primera sostiene que era peor el autoritarismo
que el permisivismo. La segunda demuestra que, para la educación,
es peor el permisivismo que el autoritarismo. Yo creo que ninguna
de los dos posturas es buena.
La indiferencia es el séptimo error. Es el peor de todos
los errores que se pueden cometer al educar a un niño.
Nadie puede "pasar" de sus hijos, como no puede "pasar"
de ninguna persona a poco que sea humano. En síntesis,
los conflictos no deben eludirse por el simple hecho de tener
la fiesta en paz. Además, la actitud indiferente de los
padres, como siempre, acaba trasladándose a los hijos,
que serán tan pasotas como los padres (y precisamente
por ellos).
Finalmente, la incoherencia puede considerarse el octavo error.
No se puede decir una cosa y hacer la contraria. La gente joven
se rebela contra eso, y es muy sensible a la injusticia. Por
ejemplo, al joven le gustaría que lo que uno piensa, siente,
dice y hace fuera igual, porque ése es el ideal de autenticidad
aunque se trata, lógicamente, de un ideal imposible,
porque no hay persona que lo pueda lograr. Sin embargo,
cuando los hijos ven que el padre dice una cosa y después
hace, piensa y siente otra distinta, concluyen que se encuentran
ante un cínico o un hipócrita, alguien falso e
inauténtico.
Una vez enumerados los errores principales que se cometen a la
hora de educar en la autoestima, me referiré a lo que
sí debe hacerse. Más arriba he aludido a la comunicación,
por lo que me detendré ahora en otro asunto muy importante:
hay que afirmar a cada hijo en lo que realmente vale. Cada persona
tiene muchas más cosas positivas que negativas, y en los
hijos hay que saber ver no sólo lo malo, sino también
lo bueno. Por cada cosa negativa de un hijo hay que saber ver
diez positivas. .
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