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Cervantes y los vascos
En los fastos del quinto centenario del nacimiento de Miguel de Cervantes, la Junta de Cultura de Vizcaya, dependiente de la Diputación, organizó una serie de conferencias y certámenes para conmemorar el referido natalicio .
Se contó con ilustres presencias, como la de don Luis Astrana Marín y hubo, amén de su conferencia dedicada a "Cervantes en Argel", varias intervenciones de entre las que destaco dos: las palabras dedicadas al auditorio por don Javier de Ybarra y una miscelánea de escritos de E. Calle Iturrino titulada "Pequeños ensayos cervantinos".
Calle Iturrino, en ocasiones llevado más por la imaginación y el entusiasmo que por el rigor investigador se preguntaba en uno de sus textos "¿Por qué simpatizó Cervantes con los vizcaínos?" y se lamentaba de que "esto es lo que todavía no se ha averiguado, y es un verdadero dolor que el primer escritor español no nos legara el nombre de aquel o de aquellos de nuestros coterráneos que le ganaron la simpatía" . La afirmación no era, en verdad muy consistente.
Precisamente en las páginas de presentación del librito Javier Ybarra había reflexionado sobre la cuestión, con pureza lingüística y acierto intelectual al narrar los avatares del linaje y la existencia de fray Diego de Ahedo, autor de importantes e inquietantes historias de cautivos y secuestrados en Argel, al cual se tiene por el primer panegirista de Cervantes y lejanísimo antepasado de Ybarra.
Era el año de 1947. Estaba a punto de empezar a editarse la monumental Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra de Luis Astrana Marín (1948-1958) en la que se desharían muchos tópicos y fantasías, se echarían las vías sobre las que rodarían los datos más veraces sobre Cervantes y en fin, se produciría un fabuloso punto y aparte en los escritos cervantinos.
Arrancaban de finales del siglo XIX escritos de vascos en los que se analizaba la relación entre los naturales de este señorío y Cervantes. Ocioso es traer a la memoria el libro de Apráiz y Sáenz del Burgo que recordarán todos Vds. se titulaba Cervantes vascófilo, o sea, Cervantes vindicado de su supuesto antivizcainismo; el autor se definía a sí mismo en la portada del texto "natural de Vitoria y vizcaíno, alavés y guipuzcoano por todos sus abolengos". Apráiz llevaba desde 1878 reivindicando la vascofilia de Cervantes contra toda vascofobia y, al final, sus tesis parecían asentarse sobre rigurosas investigaciones. Naturalmente, a nadie se escapa que, desgraciadamente, construir un Cervantes culturalmente de una manera o de otra, no encierra sino querer poner un grano de arena en una montaña que nada tiene que ver con Cervantes, ni con su ajetreada vida, ni con su calidad literaria, ni con verdades objetivas. Y es que, en fin, por la boca muere el pez.
En los caps. VIII y IX de El Quijote I, tiene lugar el enfrentamiento victorioso de don Quijote con el escudero vizcaíno. Se trata más que de una reyerta, de un torneo en toda regla, en toda la regla tragicómica de la obra, en el que vence el manchego, aun eso sí, tras haber perdido una oreja y media celada. El vizcaíno es escudero de una noble dama y ambos pelean según las normas de la caballería. Los vascos entonces disfrutaban de hidalguía universal, o al menos por ella pleiteaban. Mas como no había rentas de la tierra para todos, tenían que ganarse el pan de cada día como podían o como entonces se podía: emigrando a la Corte, emigrando a las grandes casas señoriales, bien de escuderos, bien de lacayos, cuidando siempre, eso sí, no mancillar la función social del hidalgo. Otros, muchos, emigraban como secretarios. Tópico manido, pero cierto y bien conocido. Entonces se conocía tres tipos de vascos: el emigrante inculto, durísimo en sus formas; el valeroso guerrero en tierra o en la mar y el secretario reservado, impenetrable.
Aparecen los vascos los vizcaínos por antonomasia-, de nuevo, en La casa de los celos, en La gran sultana doña Catalina de Oviedo, en El vizcaíno fingido; El rufián dichoso.
Pero no sólo ahí. Cuando el secretario Gabriel Pérez del Barrio Angulo edita la Dirección de secretarios de señores y las materias, cuidados y obligaciones, lleva un poema encomiástico de Cervantes. Gabriel Pérez era de Orduña.
¿Qué dirá aquel que en el parlamento de la nación quiso que los vascos no conmemoraran a Cervantes porque él sólo había hecho chanza de ellos si hubiera leído La gran sultana cuando Cervantes equipara la antigüedad de la lengua vizcaína "a la etiopia y abisina"? Y el cadí pregunta, "Paréceme lengua extraña [
] esa lengua de valor, por su antigüedad es sola; enséñale la española que la entendemos mejor".
¿Qué quiso decir Cervantes, sino lo que dice el personaje de la segunda jornada de El rufián dichoso cuando severa que
"Ello así es;
pero nunca hablo cosa
que toque en escandalosa;
que hablo a la vizcaína"?