Juventud y tardía adultez
Todos conocemos a gente mayor que se resiste a envejecer. Personas que temes mirarse al espejo por la mañana y verse cada día más vieja. Viven en continua tensión y rivalidad entre dos etapas de su vida: su juventud y su tardía adultez. Cierto que no es fácil renunciar a la imagen de uno mismo en épocas pretéritas, pero hemos de tocar con los pies en el suelo.
Envejecer, en el fondo, es un proceso de individualización de interiorización del individuo. Nos desprendemos del hombre exterior, del personaje superficial que durante años presentábamos en los compromisos sociales, pura fachada que gustar y contentar a todo el mundo. Ahora, nos toca sacrificar a este personaje exterior en aras de que fructifique nuestro hombre interior, la autenticidad que llevamos dentro. Esto es lo que nos brinda el envejecimiento: redescubrirnos como somos en realidad, personalidad auténtica, sin maquillajes. Y ojalá al final de este viaje a nuestro propio interior seamos capaces de exclamar con humos: ¡Estoy encantado de haberme conocido!
La época más pletórica de nuestra vida
Aunque la edad machaca nuestras articulaciones, disminuye la agudeza sensorial, nos hace perder la memoria y nos somete a múltiples achaques cotidianos, si sabemos, disfrutaremos de la época más pletórica de nuestra vida. Los años que median entre los primeros indicios de la vejez y el momento de despedirse definitivamente de todo lo terrenal pueden constituir la verdadera cosecha de nuestras vidas.
Hay más estudios que demuestran que una buena relación de pareja es un buen antídoto ante la muerte, al menos para retrasarla un poco. Y ser soltero no le hace a uno candidato a la longevidad. En vista de estos resultados, no cabe la menor duda de que el amor no solo mueve montañas, sino que también ayuda a sobrevivir.
El cuidado de los nietos
Un proverbio galés dice que el amor perfecto, en ocasiones, no viene hasta que se tiene el primer nieto. Y muchas madres trabajadoras reconocen que el papel de las abuelas es fundamental para poder compatibilizar sus responsabilidades laborales y personales. También algunos abuelos colaboran en el cuidado de los nietos, supliendo así la escasa oferta de servicios públicos y dado los poco racionales horario de trabajo de los padres.
Siete de cada diez mujeres mayores de 65 años aseguran que cuidan o han cuidado a sus nietos, según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas. La situación más común es el cuidado de tarde y/noche, particularmente después del colegio y esperando a que los padres terminen sus jornadas laborales. Y el lugar privilegiado para estas actividades de cuidado es la vivienda de los abuelos, lo cual puede facilitar la tarea y al mismo tiempo reforzar el simbolismo de este hogar como lugar de la memoria y de la reunión de generaciones.
A menudo, en casos de familias desorganizadas con problemas serios e hijos adolescentes, me toca –como psicólogo de familia– echar mano de los abuelos como colaboradores en el proceso de mejoría. Son mis agentes terapéuticos.
Y si hablamos de familias rotas por un divorcio, hay estudios que dicen que casi un 40% de los hombres regresa al hogar paterno, mientras que sólo un 20% de las mujeres recurre al refugio afectivo o económico de los padres. Pero este regreso a casa de papá y mamá de un adulto casado cuyo matrimonio ha fracasado no suele se un volver a empezar constructivo y positivo, sino una auténtica regresión. Así, el adulto que ya se había ejercitado como padre o madre vuelve a convertirse en un niño que se deja dirigir por sus propios progenitores.
Cuando los padres se separan, los niños suelen perder a dos abuelos, generalmente, los paternos, ya que la custodia suele concederse a la madre cundo los niños son pequeños. Y la cosa se complica cuando el progenitor custodio vuelve a rehacer su vida sentimental. Hay que recordar, sin embargo, que sea la circunstancia que sea, los abuelos siempre serán los abuelos.
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