Digamos que la más extraordinaria, para mí, en mi memoria, de todas esas experiencias, el más fascinante de los personajes que yo traté, fue Jorge Luis Borges,que apareció por Madrid en el año 1983 y sus editores de entonces, Alianza Editorial, me pidieron casualmente que le acompañara. Se lo podían haber pedido a otro porque yo no tenía experiencia, aparte de la de Cela, no tenía experiencia de cuidar a nadie como si fuera editor, yo era un periodista. Borges apareció por allí y no tenían quien le cuidara, y me pidieron a mí que le acompañara un fin de semana por Madrid, y, entonces, en el coche de mi mujer, que era un coche pequeñito, íbamos mi hija que tenía entonces 10 años, un amigo mío, Fernando Delgado el periodista, y yo mismo, le llevamos a varios sitios de Madrid. Él cantaba en el coche, recitaba poemas islandeses que él decía que narraban historias vikingas de su predilección, y le llevamos una de las veces a un restaurante que los de Alianza Editorial me habían dicho que seguramente, le gustaría. Era un restaurante caro, yo entonces no estaba acostumbrado a lugares caros, después sí porque después fui editor, y los editores tenemos que llevar a los escritores a lugares caros muchas veces, tienes que cuidarles, y cuidarles el estómago y que ellos estén contentos porque si no, se van a editorial. Pero, en todo caso, yo llevé a Borges a un restaurante de Madrid que se llama El Bodegón. Estábamos sentados Borges, mi hija, mi mujer, Fernando y yo, y le dije: Entonces, le dije el camarero que viniera, y el camarero empezó a decir lo que había, claro, a un ciego le tiene que decir lo que hay, porque tampoco entonces había cartas de braile ni nada, dice el camarero, tenemos esto, tenemos esto, tenemos vichyssoise, y Borges se quedo con la palabra vichyssoise que dice que le gustaba mucho y, entonces, pidió vichyssoise y, claro, beber vichyssoise un ciego es un elemento importante de dificultad, y ahí me ven a mí dándoles a Borges la vichyssoise en la boca, yo creo que es una de las cosas más extravagantes que he hecho pero no la más extravagante. Cuando ya se iba Borges fui a la habitación a ayudarle a cerrar la maleta, y él me dijo que le dejara una rendijita abierta. Y allí estuvo, yo hablando con él, hablaba de las cosas más naturales y más normales, es uno de los tipos más normales y divertidos que yo he conocido, no parecía un escritor, extraordinario, tan generoso, con buena memoria, estaba muy interesado en los apellidos de las personas, como el segundo apellido suyo es Acebedo, y mi madre tenía entre los apellidos Acebedo, él estuvo jugando con la posibilidad de que fuéramos parientes, supongo que con otro buscaría la posibilidad de ser pariente, hermano o lo que fuera, pero él eligió ese elemento. El padre de mi mujer se llama García Borges y, claro, para él eso era fantástico. Esas constelaciones que se juntan… Le dije, pues ponte el tercero. –El tercero es Borges. Se llama Jorge Onetti Onetti Borges, con lo cual el pobre tenía poca escapatoria… Y entonces, él dijo, como argumento para no bajar: Y bajó, y se encontró con sus amigos. La obsesión de él era que hubiera Arepas, a mí no me constaba que hubiera Arepas, pero había que bajarlo, y había que hacer que él se encontraba con aquellos amigos, aquello era importantísimo para ellos, era como tocar un trozo de la historia que los juntaba, la república de la correspondencia que habían tenido, y fue muy emocionante. Entonces, uno no tenía fronteras para escribir, la admiración y el momento te exigían una facundia literaria y poética fantástica, yo vivía entonces con los versos del capitán que es uno de los libros de poesía de amor más extraordinarios del mundo, yo estuve en Isla Negra y metí uno de esos libros de los versos del capitán en el agua y luego lo embadurné de arena, como homenaje a una de las chicas de las que me enamoré leyendo aquel libro extraordinario. Es decir, Neruda era para nosotros no sólo el sonido, era mucho más que el sonido, era como la huella de una uña en el alma de un niño, era fantástico conocer a Neruda. Luego, le llevamos al barco, ya él caminaba con dificultad, recuerdan ustedes que poco después se le declaró un cáncer, y poco después se produjo el golpe de estado en Chile, adonde él había acudido a ayudar a Salvador Allende a ganar las elecciones, que ganó, en efecto, la unidad popular y, en fin, ya conocen ustedes la historia.Así que ese encuentro fue para mí y para los compañeros míos que le fuimos a encontrar y agasajar uno de los grandes hitos de nuestra juventud. Un hombre que sabía dominar su ego, era un hombre al que yo le cogí un enorme cariño que llegó a ser un cariño familiar. Torrente Ballester, con Torrente Ballester cuento algunas anécdotas en el libro, una de las cuales fue peligrosísima porque cuando yo entré en Alfaguara, el primer libro que publiqué fue uno de Augusto Roa Bastos que, también, aparece ampliamente en el libro. Roa Bastos era un hombre tímido un poco tortuoso, incluso de aspecto, se sentaba y ponía las piernas como Aranguren, como si fueran árboles que trepaban y, entonces, cuando le pedí yo a Torrente que presentara el libro, que era el primero que yo presentaba en un ambiente de enorme fiesta, porque se reinauguraba Alfaguara en octubre de 1992 y yo era el responsable. Cuando estamos subiendo al estrado, el libro era La vigilia del almirante, estábamos subiendo al estrado para sentarnos y me dice Torrente que ya era bastante mayor, me dice: Yo creo que me puse pálido por dentro y por fuera, y le dije con esa desfachatez de la que hablaba antes: Les voy a contar lo más raro que me pidieron nunca, fue en invierno de 1999, me parece. Yo estaba en Tenerife, en una casa sin cobertura, pero de vez en cuando, como telefónico que soy, iba al balcón de la casa a ver si alguien había llamado y, en una de estas, observo que me ha llamado Carmen Balcells, la agente literaria. Son en torno a las seis de la tarde, hora de Canarias, y yo estoy en la playa de Tenerife donde tengo una casa, y llamé a Carmen. Ella es muy rápida, expeditiva e imperativa, no te da deseos, sino órdenes, es decir, sus deseos son órdenes, y entonces me dijo: –Cuando ustedes tienen la vuelta ciclista en la Cadena Ser, esa que retransmite Iñigo Marquínez, ustedes utilizan helicópteros, tú podrías llamar a la Cadena Ser si tienen contactos… –Ahora que estamos en una iglesia, no está mal invocar a Dios… Bueno, pues encárgate. Ahí me ves buscando hoteles de carretera para Nelia Piñón por orden de Carmen Balcells, en efecto, le conseguí un hotel, hablé con el señor del hotel, no había problema, tenían que ir al kilómetro no sé qué, allí se quedaron cada uno en su habitación, el taxista que se llama Dionisio y Nelia Piñón y, al día siguiente, a eso de las 12.00 horas busqué yo a Nelia Piñón y estaba feliz y contenta en Barajas, ya había superado la nieve, y estaba a punto de embarcar para Río de Janeiro y le pregunté que qué tal. –El hotel, Juanito, era un puticlub. Así que yo le conseguí un puticlub, ella se quedó encantada, durmió perfectamente, nadie le hizo proposiciones ni honestas ni deshonestas y resolvimos el asunto sin helicóptero por cierto. Así que en ese libro yo cuento cosas así, cuento también cosas dolorosas que me llenan de melancolía, que tienen que ver con la despedida de una época de la literatura, sobre todo, de la literatura en lengua castellana, tanto escritores latinoamericanos como españoles de una generación que va desde Francisco Ayala a Manuel Vicent y ahora, queridos amigos, me queda escribir de la generación que vino después. El otro día me dijo uno de los representantes de esa generación que si este libro se llama Egos revueltos, el próximo tendría que llamarse Egos duros… |
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