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D. Juan Cruz

Periodista y escritor

Egos revueltos. Una memoria personal de la vida literaria

En Bilbao, a 12 de abril de 2010
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Digamos que la más extraordinaria, para mí, en mi memoria, de todas esas experiencias, el más fascinante de los personajes que yo traté, fue Jorge Luis Borges,que apareció por Madrid en el año 1983 y sus editores de entonces, Alianza Editorial, me pidieron casualmente que le acompañara. Se lo podían haber pedido a otro porque yo no tenía experiencia, aparte de la de Cela, no tenía experiencia de cuidar a nadie como si fuera editor, yo era un periodista. Borges apareció por allí y no tenían quien le cuidara, y me pidieron a mí que le acompañara un fin de semana por Madrid, y, entonces, en el coche de mi mujer, que era un coche pequeñito, íbamos mi hija que tenía entonces 10 años, un amigo mío, Fernando Delgado el periodista, y yo mismo, le llevamos a varios sitios de Madrid. Él cantaba en el coche, recitaba poemas islandeses que él decía que narraban historias vikingas de su predilección, y le llevamos una de las veces a un restaurante que los de Alianza Editorial me habían dicho que seguramente, le gustaría. Era un restaurante caro, yo entonces no estaba acostumbrado a lugares caros, después sí porque después fui editor, y los editores tenemos que llevar a los escritores a lugares caros muchas veces, tienes que cuidarles, y cuidarles el estómago y que ellos estén contentos porque si no, se van a editorial.
Por cierto, una vez apareció por Madrid Zoe Valdés que no era ni autora nuestra, pero iba a presentar su libro, no encontraron presentador o presentadora y me pidieron a mí que lo presentara, y me dijo ella, a quien entonces ella yo no conocía:

Pues, hombre, no está mal, ¿no? Yo asocio la felicidad a un bocadillo de salchichón y una botella de agua de Perrier, pero, bueno, ella se quejó, así es la vida.

Pero, en todo caso, yo llevé a Borges a un restaurante de Madrid que se llama El Bodegón. Estábamos sentados Borges, mi hija, mi mujer, Fernando y yo, y le dije:

–Don Jorge Luis, ¿qué quiere usted comer?

–Pues lo que nos diga el camarero.

Entonces, le dije el camarero que viniera, y el camarero empezó a decir lo que había, claro, a un ciego le tiene que decir lo que hay, porque tampoco entonces había cartas de braile ni nada, dice el camarero, tenemos esto, tenemos esto, tenemos vichyssoise, y Borges se quedo con la palabra vichyssoise que dice que le gustaba mucho y, entonces, pidió vichyssoise y, claro, beber vichyssoise un ciego es un elemento importante de dificultad, y ahí me ven a mí dándoles a Borges la vichyssoise en la boca, yo creo que es una de las cosas más extravagantes que he hecho pero no la más extravagante.

Cuando ya se iba Borges fui a la habitación a ayudarle a cerrar la maleta, y él me dijo que le dejara una rendijita abierta.

¿Para qué? Para que respiren las camisas…
Era un hombre extraordinario, en uno de esos momentos, que estaba en el Hotel Palace, me dijo:

–¿Por qué no me lleva usted a un sitio del Palace que yo tengo bien localizado que es el único sitio del mundo donde puedo ver el color amarillo?

Y, entonces, yo le llevé y él me fue guiando hasta que se sentó en un lugar que está en la rotonda del Palace, en un determinado ángulo, me dijo:

–Aquí, aquí es donde yo veo el color amarillo.

Y allí estuvo, yo hablando con él, hablaba de las cosas más naturales y más normales, es uno de los tipos más normales y divertidos que yo he conocido, no parecía un escritor, extraordinario, tan generoso, con buena memoria, estaba muy interesado en los apellidos de las personas, como el segundo apellido suyo es Acebedo, y mi madre tenía entre los apellidos Acebedo, él estuvo jugando con la posibilidad de que fuéramos parientes, supongo que con otro buscaría la posibilidad de ser pariente, hermano o lo que fuera, pero él eligió ese elemento. El padre de mi mujer se llama García Borges y, claro, para él eso era fantástico. Esas constelaciones que se juntan…

Por cierto, tengo una anécdota dolorosa y no con el hijo de Onetti que era escritor y era una persona extraordinariamente generosa y tímida, al contrario que al padre que ha pasado a la historia como tímido y no era nada tímido. Juan Carlos Onetti era un gran humorista, un tío con el que te divertías lo que te daba la gana Ha pasado a la historia como un borracho, si hubiera sido tan borracho no hubiera escrito tanto, y además, era un tipo que se fijaba mucho en las cosas, era un periodista sensacional, un columnista extraordinario, y era muy divertido.Pues el hijo, que trabajó con nosotros en Alfaguara un tiempo, publicaba libros, publicó algunos libros y era un buen escritor, tenía un estilo muy propio, y un día yo le dije:

–Pero Jorge, es que firmar como Jorge Onetti es muy fuerte, la gente enseguida te asocia con tu padre, ¿por qué no te pones el segundo apellido?

–Es que el segundo también es Onetti.

Le dije, pues ponte el tercero.

–El tercero es Borges.

Se llama Jorge Onetti Onetti Borges, con lo cual el pobre tenía poca escapatoria…

Bueno, antes de que Borges llegara a mi vida, en el año 70, poco después de aparecer Cela por Tenerife, yo era un intrépido periodista, yo me metía en todos los fregados, y entonces, a veces, me llamaban desde el Puerto de Tenerife para decirme si venía alguna personalidad en los barcos, y pasaba por allí Pablo Neruda y entonces me dijeron que por qué no iba a verle a bordo. Yo ya tenía una manía que luego me ha quedado para los restos, soy una persona que cuando era editor, y durante mucho tiempo en mi vida, era como el flautista de Hamelín, invitaba a dos amigos a cenar, y terminaban siendo 18. Yo no quería que Neruda se quedara en el barco, y quería que bajara a ver a esos amigos de la generación de Gaceta de Arte, de la generación republicana que, por otra parte, tuvo correspondencia a través de la revista Caballo Verde para la poesía, entonces, yo les dije que esperaran en un sitio estratégico de Santa Cruz, con el compromiso de que yo iba a hacer lo posible para que Neruda bajara.
Entonces subí al barco y estaba tan ansioso por ver a Neruda, a pesar de que yo conocía a Neruda, había visto fotos, le había escuchado recitar en los discos que poníamos clandestinamente en el Colegio Mayor, aquella voz suya que parecía la sirena del barco, pregunté a algunas personas, ¿usted es Neruda?

Y era obvio que no eran Neruda, hasta que finalmente, estaba Neruda, junto con unos amigos y junto con Matilde, que, en efecto, era una mujer muy apuesta, muy guapa, un poco mal encarada, y él estaba fumando pipa, yo le dije:

–Pues somos tinerfeños, queremos que usted baje, hay unos republicanos, escritores, de la generación de los 30, que le querrían conocer, estarían encantados de poderle saludar...

Y entonces, él dijo, como argumento para no bajar:

–Es que mientras esté Franco en el poder en España, yo no bajo a suelo español…

Yo tenía entonces bastante desfachatez, ahora no, y le dije:

–Don Pablo, pero usted bajó en Barcelona, acaba de bajar en Barcelona hace seis días, estuvo caminando por allí con Gabriel García Márquez viendo la estatua de Colón y el Museo Marítimo…

Entonces, levantó los ojos, esos ojos como de indio, como de Atagualpa que tenía Neruda, me miró, y dijo:

–Tiene usted la razón.

Y bajó, y se encontró con sus amigos. La obsesión de él era que hubiera Arepas, a mí no me constaba que hubiera Arepas, pero había que bajarlo, y había que hacer que él se encontraba con aquellos amigos, aquello era importantísimo para ellos, era como tocar un trozo de la historia que los juntaba, la república de la correspondencia que habían tenido, y fue muy emocionante. Entonces, uno no tenía fronteras para escribir, la admiración y el momento te exigían una facundia literaria y poética fantástica, yo vivía entonces con los versos del capitán que es uno de los libros de poesía de amor más extraordinarios del mundo, yo estuve en Isla Negra y metí uno de esos libros de los versos del capitán en el agua y luego lo embadurné de arena, como homenaje a una de las chicas de las que me enamoré leyendo aquel libro extraordinario. Es decir, Neruda era para nosotros no sólo el sonido, era mucho más que el sonido, era como la huella de una uña en el alma de un niño, era fantástico conocer a Neruda. Luego, le llevamos al barco, ya él caminaba con dificultad, recuerdan ustedes que poco después se le declaró un cáncer, y poco después se produjo el golpe de estado en Chile, adonde él había acudido a ayudar a Salvador Allende a ganar las elecciones, que ganó, en efecto, la unidad popular y, en fin, ya conocen ustedes la historia.Así que ese encuentro fue para mí y para los compañeros míos que le fuimos a encontrar y agasajar uno de los grandes hitos de nuestra juventud. Un hombre que sabía dominar su ego, era un hombre al que yo le cogí un enorme cariño que llegó a ser un cariño familiar.

Torrente Ballester, con Torrente Ballester cuento algunas anécdotas en el libro, una de las cuales fue peligrosísima porque cuando yo entré en Alfaguara, el primer libro que publiqué fue uno de Augusto Roa Bastos que, también, aparece ampliamente en el libro. Roa Bastos era un hombre tímido un poco tortuoso, incluso de aspecto, se sentaba y ponía las piernas como Aranguren, como si fueran árboles que trepaban y, entonces, cuando le pedí yo a Torrente que presentara el libro, que era el primero que yo presentaba en un ambiente de enorme fiesta, porque se reinauguraba Alfaguara en octubre de 1992 y yo era el responsable. Cuando estamos subiendo al estrado, el libro era La vigilia del almirante, estábamos subiendo al estrado para sentarnos y me dice Torrente que ya era bastante mayor, me dice:

–Qué libro tan malo.

Yo creo que me puse pálido por dentro y por fuera, y le dije con esa desfachatez de la que hablaba antes:

–Pero Don Gonzalo, no lo diga hoy…

En efecto, no lo dijo pero lo pensaba y mientras yo le estaba oyendo, en el subtexto yo iba viendo a Torrente diciendo qué libro tan malo, qué libro tan malo.

Les voy a contar lo más raro que me pidieron nunca, fue en invierno de 1999, me parece. Yo estaba en Tenerife, en una casa sin cobertura, pero de vez en cuando, como telefónico que soy, iba al balcón de la casa a ver si alguien había llamado y, en una de estas, observo que me ha llamado Carmen Balcells, la agente literaria. Son en torno a las seis de la tarde, hora de Canarias, y yo estoy en la playa de Tenerife donde tengo una casa, y llamé a Carmen. Ella es muy rápida, expeditiva e imperativa, no te da deseos, sino órdenes, es decir, sus deseos son órdenes, y entonces me dijo:

–Juanito, ¿tú conoces alguna empresa que alquile helicópteros?

Mi tendencia siempre, pues soy así y soy idiota porque me meto en charcos en los que nadie me llama, mi tendencia enseguida es decir que sí, por lo que pueda pasar, porque soy un periodista, saber qué pasa, y quiero saber qué pasa, a ver cómo se arregla, en realidad quiero saber cómo se arregla, yo le dije que para qué.

–Cuando ustedes tienen la vuelta ciclista en la Cadena Ser, esa que retransmite Iñigo Marquínez, ustedes utilizan helicópteros, tú podrías llamar a la Cadena Ser si tienen contactos…

–Pero, Carmen, ¿para qué?

–Pues te voy a explicar. Resulta que mi amiga Nelia Piñón la escritora brasileña está en este momento paralizada en medio de la nieve en un pueblo de Soria y yo necesito mandarle un helicóptero para que la rescaten, porque está allí con el taxista que la está llevando a Madrid para tomar un vuelo mañana a Río de Janeiro…

¡Ay, mi madre! Y ya me ves tú, llamando a las páginas amarillas, llamando a los helicópteros, los helicópteros existían pero ninguno se atrevía a ir a Soria desde Málaga, que era donde estaban, a rescatar a nadie, porque era muy arriesgado. Entonces a esos de las diez o las once de la noche, ya me ven ustedes haciendo todas las llamadas, era como un trabajo de forzado, al final, le digo

–Carmen, tenemos que buscarle un hotel a Nelia, que pase el temporal, y ya mañana Dios dirá.

–Ahora que estamos en una iglesia, no está mal invocar a Dios… Bueno, pues encárgate.

Ahí me ves buscando hoteles de carretera para Nelia Piñón por orden de Carmen Balcells, en efecto, le conseguí un hotel, hablé con el señor del hotel, no había problema, tenían que ir al kilómetro no sé qué, allí se quedaron cada uno en su habitación, el taxista que se llama Dionisio y Nelia Piñón y, al día siguiente, a eso de las 12.00 horas busqué yo a Nelia Piñón y estaba feliz y contenta en Barajas, ya había superado la nieve, y estaba a punto de embarcar para Río de Janeiro y le pregunté que qué tal.

–El hotel, Juanito, era un puticlub.

Así que yo le conseguí un puticlub, ella se quedó encantada, durmió perfectamente, nadie le hizo proposiciones ni honestas ni deshonestas y resolvimos el asunto sin helicóptero por cierto.

Así que en ese libro yo cuento cosas así, cuento también cosas dolorosas que me llenan de melancolía, que tienen que ver con la despedida de una época de la literatura, sobre todo, de la literatura en lengua castellana, tanto escritores latinoamericanos como españoles de una generación que va desde Francisco Ayala a Manuel Vicent y ahora, queridos amigos, me queda escribir de la generación que vino después. El otro día me dijo uno de los representantes de esa generación que si este libro se llama Egos revueltos, el próximo tendría que llamarse Egos duros…

No lo sé, lo cierto es que prometo escribirlo y espero que me salga bien y que sea un libro, desde mi punto de vista, digno de los lectores, digno de esa historia, y también un libro noble en el que nadie busque ni ajustes de cuentas, ni excursiones innobles, por lo que en otros lugares se pensaría y yo he huido de ello, que son o cotilleos o chafardeos, este es un libro al que yo he aspirado a darle, pues, la nobleza del abrazo y es un libro más para contar que para cortar

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