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D. Juan Cruz

Periodista y escritor

Egos revueltos. Una memoria personal de la vida literaria

En Bilbao, a 12 de abril de 2010
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Poco tiempo después apareció por Tenerife, Marisol, la cantante. Yo entonces tenía el pelo negro largo, era moreno, mi madre decía que era bien parecido. Yo le estaba haciendo una entrevista a Marisol para la televisión y uno de los chicos de la escuela pasa y le dice a otro: Mira ¡qué curioso! Joselito entrevistando a Marisol… Ese fue mi recuerdo de la segunda conversación periodística, en este caso con una anécdota que es más o menos divertida, pero cuando se produjo mi bautismo de fuego con escritores fue cuando yo tenía 19 años, poco tiempo después, cuando pasó por Tenerife Camilo José Cela.

No es un libro de entrevistas
En el libro se cuenta el encuentro con Julio Caro Baroja, esos son digamos los primeros encuentros que se narran en este libro, y no se narran como entrevistas, no es un libro de entrevistas, yo no he querido publicar en esta ocasión, sino las impresiones, es decir, ese momento que queda después de haberte encontrado con alguien, y que alguien te pregunta cómo es, cómo es esa persona, cómo es Borges, como son los que te encontraste en tu vida, porque hay como cien etcéteras aquí.Está Borges, está Rulfo, está Onetti, está, evidentemente, Camilo José Cela, está Umbral, está Sábato…

Cómo son esos personajes, no sólo qué te dijeron porque muchas veces lo que se dice no es lo que se es, lo que se dice es lo que uno ha almacenado de su memoria, y de su reconocimiento, y lo traslada al otro para que sepa con él. Yo lo que cuento aquí es cómo fue el encuentro, cómo fue la despedida y qué quedo de ellos, y qué memoria tengo de ellos.

Camilo José Celá
Bueno, pues el segundo gran escritor que apareció por la isla fue Camilo José Cela. Camilo José Cela tenía muchos amigos en Tenerife, que es una tierra que tiene mucho que ver con un periodo de la modernidad literaria en Europa. En los años 30, cuando el surrealismo coincidió digamos en Europa y en España con una ansiedad de modernidad que luego interrumpieron las distintas guerras y, sobre todo, en el caso nuestro la Guerra Civil española, fue un lugar de encuentro internacional, fue allí donde se acogió por primera vez la gran primera exposición surrealista que hubo en el mundo. Allí estuvieron André Breton, Benjamin Péret, muchos escritores franceses que acompañaron la exposición surrealista, que fue acogida por un grupo de escritores, intelectuales, y artistas tinerfeños en 1935, en torno a una revista que se llama Gaceta de Arte. Esa gente conocía mucho a Camilo José Cela, que era muy amigo de uno de ellos que se llamaba José Arocena y que era un abogado extraordinario pero sin pleitos, que se dedicaba sólo a leer y que tenía en su mesa de trabajo, nada y una foto, es decir, como no tenía pleitos, no tenía papeles de estos abogados que tienen papeles, papeles… Él no tenía nada, sino una foto de Ignacio Aldecoa, que por ahí yo me aficioné a Ignacio Aldecoa, pero, en fin, esto es otro capítulo.

Lo cierto es que Cela llegó a Tenerife y como yo era un reportero inquietísimo, que yo cada vez que venía alguien interesante me desplazaba para verle, para entrevistarle para estar con él… Estos amigos me llevaron allí, yo entrevisté a Cela, le acompañé luego con los amigos al hotel y en el hotel Cela se sintió indispuesto, tenía gripe, algo de fiebre y estaba solo. Entonces, el médico, un amigo nuestro le dijo que se metiera en la cama. Él nos miró despavorido, asustado, ante la perspectiva de tener que irse a la cama solo, era tarde pero no tan tarde para dormir ya. Yo estoy solo, yo no puedo irme a la cama solo, tiene que acompañarme alguien hasta que duerma, porque tenía pavor, aquel hombretón que ya era una de los jefes de filas de la literatura española, uno de los grandes escritores de Europa, además un hombre con un ego bien pertrechado, no era capaz de irse solo a la cama y, entonces, debatieron un poco qué podíamos hacer. Entonces a Don José Arocena se le ocurrió que yo acompañara a Cela a su cuarto del hotel y con un movimiento de cabeza me indicaron que yo era el elegido para hacer ese acompañamiento. Yo, la verdad, es que no me sentía equipado para hacer de ama de cría, pero sentí que aquella era mi responsabilidad en aquel momento, así que subí con Cela al cuarto. Él subió era un hombre muy solemne, ustedes lo han visto en la televisión, en persona, una voz importante, caminaba como si estuviera desplazando un barco.

En el cuarto, se sentó en un sillón de cuero muy hermoso, muy gruñido oscuro, donde él fue poco a poco asentándose como si estuviera llegando a un trono preparado para él. Sacó una libretita pequeña, una libreta oscura y, entonces, se puso a escribir. Tenía el dedo curvo de tanto usar la pluma, es decir, el dedo de Cela era un dedo casi oponible, y era muy sorprendente verlo escribir porque no tachaba nada y tenía una letra como los que estudiaron en colegios de pago, una letra perfecta, muy bien hecha, la e con sus agujeros, los dibujitos de la a como la arroba de internet ahora, etc. Daba gusto verlo escribir, daba envidia verlo escribir a los que teníamos ya entonces la vocación de la escritura y yo, en aquel momento, era el privilegiado testigo de uno de los grandes escritores españoles, viéndole escribir y debo decir que le interrumpí y a él no le importó, bueno, en definitiva yo le estaba haciendo un favor, y le dije:

–Don Camilo, ¿qué está escribiendo usted?
–Estoy escribiendo Oficio de Tiniebla V.

Es curioso, porque que una persona tenga ya el título y además el numeral…

–¿Y por qué cinco?
–Porque hay cuatro libros antes que este que también se llaman Oficio de Tinieblas.

Y ahí veías tú a Cela escribiendo ese libro, que yo no sé si alguno de ustedes han leído pero era como el ingreso en la modernidad de la escritura de Cela que había abandonado, por así decirlo, el tremendismo o el realismo e ingresaba, con ese libro, en una atmósfera que, luego, estuvo en Cristo Versus Arizona, que es uno de los grandes libros de Cela, pero este era como un experimento y él estaba escribiendo y escribiendo hasta que se cansó de escribir y yo allí esperando a que el hombre se acostara, pues se levantó del sillón y se fue al cuarto de baño. Allí se cambió de ropa y se puso un pijama de seda, precioso, un pijama de estos que te daban ganas de tocarlo. No lo hice, claro, pero era tan espectacular para mí entonces, porque yo nunca había visto un pijama de seda, yo en realidad nunca había visto nada en la vida, estaba viéndolo todo por primera vez, de hecho este libro es sobre cómo se ven las cosas por primera vez… Entonces se acostó, y le dije:

–Don Camilo entonces me puedo ir…
–No –me dice con esa voz imperativa–, no, tú te quedas aquí hablando hasta que yo me duerma.

Y eso hice, me quede allí hablando hasta que de pronto el sueño le venció y se quedó Cela durmiendo, esa fue mi primera experiencia, muy concreta, de acompañamiento de un escritor.

Luego mi vida, la vida editorial, la vida literaria, la vida periodística me ha puesto cerca de otros escritores, algunos como a Paul Bowles le llevé al traumatólogo, a John Berger, Berger es un personaje extraordinario, yo he sido su editor, una vez llegó a Madrid, y a su compañera se le había perdido el pasaporte y tuvimos que ir a una comisaría, se le arreglaron pero, luego, a él se le rompió un diente, y tuvieron que ir al dentista, fue como un precipitado de situaciones curiosas. Berger habla, piensa, como si la cabeza la estuviera haciendo ruido por dentro, y le ves y es como si sufriera, como si estuviera reconstruyendo un vaso o una piedra extraordinario. He llevado a Borges al cuarto de baño, a María Zambrano también, he estado arreglando el pasaporte de muchos de ellos, he vivido noches enteras tratando de levantar de una depresión a Eliseo Alberto, he bebido con ellos, he vivido con ellos, este libro es el resultado de todas estas experiencias.

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