Con todo mi agradecimiento, llego hoy a esta cita con el Aula de Cultura de "El Correo", mi periódico de cabecera desde joven, y me emociona estar hablando en la ciudad donde nací y de la que nunca me he despegado. Vengo acompañando a Santa Teresa, desde su sosegado reposo en la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial donde nuestro señor D. Felipe II tuvo el acierto de acoger sus manuscritos.
Hoy llega a Bilbao el alma viva de la Santa entre las páginas de su segundo libro EL CAMINO DE PERFECCIÓN en su primera redacción. La autora lo conservó en el famoso cofrecillo en su celda del Convento de San José, y que después de su muerte ocupa un lugar destacado junto al resto de sus libros en el Monasterio de El Escorial. Llega a nosotros en la extraordinaria versión facsimilar, obra del P. Tomás Álvarez en colaboración con su custodio, el Patrimonio Nacional.
Una viejuca, con lentes y pocas fuerzas.
Santa Teresa nunca llegó a cruzar el abrupto Puerto de Orduña para entrar en nuestra tierra como fue la intención, al proponerle que fundase un convento en la entonces menos relevante que ahora ciudad de Orduña. En el año 1580, ha sobrevivido a la gripe universal que causó tantas muertes y de la que ha salido ya, según su propia descripción, convertida en una viejuca, con lentes y pocas fuerzas.
Un año después se encuentra en Soria. Después de aquí, me han escrito ya de dos fundaciones que tampoco puedo ir, una en Ciudad Real y otra en Orduña, escribe al Sr. Reinoso. No aceptó viajar a Orduña por estar ya comprometida con la que sería su última fundación. Sólo en 1946 nacerá el Carmelo orduñés en Nuestra Señora de la Antigua.
En su viaje a Burgos, todos los elementos se pusieron en su contra. Los ríos Arlanza y Arlanzón se desbordan, los caminos se inundan. El arzobispo que propuso crear este convento se ha echado atrás. La madre llega enferma con sus monjas en carretas y sus acompañantes a pie o en mulo.
Humanamente todo ha fallado. Sólo encontraron una acogida cariñosa y cálida hospitalidad en casa de Doña Catalina de Tolosa, nuestra paisana que desde el Duranguesado se mudó a Burgos con su esposo –Un señor vizcaíno, dirá la Santa– y su numerosa prole.
Se querrán entrañablemente, consolará a la Madre Teresa en sus duros meses de Burgos, y cuando enviude será monja carmelita en Palencia, con sus hijas en diversos conventos. Todo esto lo narra con ritmo trepidante en su libro de viajes: Las Fundaciones.
...cuántos personajes, letrados veo ante mÍ!
Ahora, ante el libro, parece que oímos su voz, que cautivó a tantos de sus contemporáneos diciéndonos: ¡Válgame dios, qué ambiente tan deleitoso me ha preparado vuestra merced, mi señor D. Fernando, cuántos personajes, letrados veo ante mÍ! Yo siempre fui amiga de letras, y en verdad fue así porque desde los 7 años, en una sociedad donde el 90% de las mujeres eran analfabetas, ella ya leía el famoso Flos Sanctorum.
Ávila, La ciudad musical y sonora, como la llamó D. Miguel de Unamuno es la patria de Teresa, Diamante de piedra berroqueña. Aquí, entre sus muros, la familia Sánchez Cepeda tiene su hogar: un caserón rodeado de huertos, antigua CECA que los Reyes Católicos cerraron, por ello se la conocía como la Casa de la Moneda.
D. Alonso de Cepeda y Dª Beatriz Ahumada marcaron la infancia de su hija. Llenaron la casa de libros en romance para sus numerosos hijos: dos del primer matrimonio de D. Alonso y diez del segundo, hidalgos cultos en un mundo de analfabetos como fue el siglo XVI en España. Para contrarrestar la invasión de los libros de caballería que su mujer devora, D. Alonso introduce en sus bibliotecas vidas de santos, clásicos, Séneca, Cicerón, etc. y para los niños, el Flos Sanctorum.
FLOS SANCTORUM
El Flos Sanctorum era un libro importante. Probablemente, D. Alonso lo compró en la edición en romance editada en Sevilla en 1520-21, en momentos de mejor economía. Un libro caro, de grandes páginas, con preciosas xilografías y letra gótica que los niños difícilmente podrían leer, pero que en el caso de Teresa marcó su vida.
El interés del Flos Sanctorum o Leyenda de los Santos, fue por la influencia tan grande que tuvo entre los siglos XIII, cuando se escribió, y el XVI en los personajes mayores y menores de la época. Su autor Beato Iacopo Varazze, un dominico, contemporáneo en aquella Baja Edad Media de otros ilustres dominicos, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Poco antes, han muerto San Francisco de Asís y Dante y se ha fundado la Universidad de Salamanca.
Su trayectoria como dominico es influyente en la Orden, con el rechazo a las herejías de la época –los cátaros–, con el Papado y después de una vida activa, es arzobispo de Génova, su tierra natal. El Flos Sanctorum, famoso incunable, es el libro del que más ediciones se conservan después de la Biblia.
A España llega en el siglo XV y tiene un especial interés para nosotros. Se edita con el nombre de Leyenda de los Santos con seguidores y detractores, nada menos que Luis Vives y Melchor Cano maltratan al Santo Dominico… por hacer de los Santos una vida sin demasiado rigor histórico. Sus defensores, sin entrar en detalles, piensan que muchas catedrales que se levantan "en su tiempo tienen como decorados las deliciosas descripciones y leyendas recogidas por el Dominico Genovés". Sus historias y milagros han quedado pintados y esculpidos en los retablos y capiteles de las catedrales de toda Europa.
Pero a nosotros nos interesa centrarnos en los precoces lectores de la Casa de la Moneda y en otro gran fundador vasco.
Por aquellos años, Iñigo de Loyola convalece de sus heridas y pide novelas de caballería para pasar el tiempo, y le dan un Flos Sanctorum. Con resultados enormemente importantes en la trayectoria de su vida.
Teresa y su hermano Rodrigo leen y contemplan embelesados las páginas del Flos Sanctorum, popularísimo tebeo en versión castellana. Ambos, como Iñigo en su casa de Loyola, seguirán fascinados las viñetas que mostraban a Cristo en la Pasión y a los niños mártires.
"Despertar a la vida"
Ciertamente a Teresa, entre estas viñetas o dibujos, lo que más influyó en su vida fue la representación de Cristo en el huerto. Se clavó en su mente para siempre. Jesús no dormía, sino que sudaba sangre en la noche de Getsemaní…
Ella sitúa su "despertar a la vida" a la edad a mi parecer de seis o siete años.
A sus 50 años, en el Libro de la Vida, recordará ese modo de oración inspirado en el tebeo: Procuraba representar a Cristo dentro de mí, a donde le veía más solo. Parecíame que estando solo, afligido y necesitado, le había de admitir más a ella y así se acercaba despacio para limpiar su rostro de sudor y sangre. De estas simplicidades, dice, tenía muchas…Simplicidades, que le convirtieron en Doctora de la Iglesia.
Muchas noches, las más, y durante muchos años, antes incluso de ser monja, se dormía contemplando esta imagen de la pasión en el huerto. Ello nos lo dirá, con experiencia propia, lo bueno de mirarle dentro de sí… Toda su vida fue amiga de imágenes y representaciones sagradas. En sus futuros conventos procuraba que las hubiera.
La joven Teresa empieza a despertar al mundo, a entender las gracias de naturaleza que el Señor le había dado, que según decían eran muchas. Y en lugar de agradecer tantos dones, los usaba para ofenderle. Busca gustar. Trae galas. Se preocupa del cuidado de cabellos, manos, olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas por ser yo muy curiosa.
En casa sin puertas guardadas, con su padre viudo y los servidores encubriendo sus coqueteos, primos y amigos animan su frivolidad. Empezó con uno de sus primos una relación seria con idea de matrimonio, aprobado por todos, confesor, parientes, etc. Ella nunca perdió de vista su ideal de la honra. Su padre, preocupado, corta este despertar al mundo de su hija favorita, ingresándola en un colegio para doncellas. Sus futuros sufrimientos al pensar en estos años de juventud le producían verdaderos remordimientos.
Vuelve, por fin, a su antigua inquietud por salvar su alma, cueste lo que cueste. Cuando niña hizo una escapada a tierra de moros para ganar el cielo fácil y rápidamente, animada por el ejemplo de los niños descabezados en las imágenes del Flos Sanctorum.
Empieza a plantearse la entrada en un convento, aunque es enemiguísima de ser monja y pide a sus compañeras de internado que recen para que Dios no la llame por ese camino, al que se resiste.
El matrimonio ahora le parece insuficiente para su naturaleza impetuosa y veraz.
En esos dilemas de ser monja o no, vence su determinada determinación de servir a Dios con heroica abnegación y para no volverse atrás, así se lo dice a su padre.
Su padre se opone rotundamente diciendo: Monja si acaso, pero después de mis días.
En la madrugada del día 2 de noviembre, cuando las campanas de Ávila tañen a difuntos escapa de casa camino del Monasterio de la Encarnación. Ha cumplido 20 años. Todo esto nos lo narra con realismo en el Libro de la Vida.
Los cuatro manuscritos de Santa Teresa se han salvado durante casi 500 años gracias a Felipe II que los solicitó para la Biblioteca del Monasterio del Escorial. Ahora van a revivir en estos facsímiles otros 500 años o más, gracias al inenarrable trabajo del erudito P. Tomás Álvarez. Anteriormente, salieron a la luz en versión facsimilar los otros tres: Castillo Interior, Libro de la Vida y Libro de las Fundaciones. Por fin ha rematado su obra con este último, familiarmente llamado Camino, el más frágil y deteriorado. Este es un escrito sin título ni nombre de autor. Se lo pondrán después los editores en las años 1565-1566.
El reflejo de lo que fue su vida
Este nombre de Camino fue el reflejo de lo que fue su vida, un continuo caminar. Recorrió los caminos del alma con tropiezos durante 27 años en el Monasterio de la Encarnación, tomando atajos que la desgastaban, caminando hacia locutorios y mundos ajenos a su búsqueda de Dios.
En este largo y penoso caminar se topó por fin con su Señor, Un Cristo muy llagado y, a partir de ese encuentro, caminó en su compañía bajo soles y lluvias, en posadas y palacios, para dejarnos su huella en 17 conventos femeninos y en la Reforma masculina.
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