España perdió la ocasión de tener una guillotina
F.L.: Además, de perder la Ilustración.
Arturo Pérez-Reverte: Claro. En una entrevista que me hicieron hace ya cosa de un mes, dije una cosa que es un símbolo, aunque hubo gente que la tomó literalmente, dije: España perdió la ocasión de tener una guillotina. Pero, claro, cualquier lector lúcido se da cuenta de que perdimos la revolución, o sea, en un momento en el cual, cuando estaban las ideas nuevas, cuando estaba esa corriente de cambio, esa Europa que se estaba agitando por una corriente de cambio que al final terminó imponiéndose de una u otra forma, la Francia vencida impuso al final esa idea a una Europa reaccionaria. Perdimos la oportunidad de barrer la casa, de que no fuesen los aristócratas ni los confesores reales ni los párrocos de ejercicios espirituales quienes nos condujeran hacia el futuro, sino que fuesen ideas nuevas, libros y cultura. Es una época que me interesa mucho, justamente por eso. Todavía ahora cuando abro un periódico o cuando miro un telediario a veces me salta a la cara como el muñeco ese de la caja que salta con el muelle, el fantasma de todos eso que no fueron guillotinados física o idealmente en su momento, que se infiltraron, fueron adaptándose a los tiempos que vinieron de una u otra forma, liberales, carlistas, monárquicos, como quieran llamarlos, falangistas, franquistas, republicanos... Siempre esa misma gente, enquistada en los mecanismos sociales e ideológicos españoles y todavía están ahí, cuando oyes hablar de asuntos, no voy a entrar ahora en ellos, te das cuenta de que siguen estando ahí, de que los mismos que se cargaron la Constitución del año 12, los mismos que decían a Felipe II hay que quemar más herejes, hemos quemado pocos esta semana, siguen estando ahí, adaptados a su tiempo, mutados en lo que sea.
El español no es inocente
F.L.: Lo que pasa es que también hay que tener en cuenta que, a veces, el pueblo ha estado muy a favor de ese tipo de cosas, porque aquí cuentas también cómo la gente estaba encantada con que Fernando VII volviera.
Arturo Pérez-Reverte: Ha habido un mito que se me ha caído a mí con los años. Cuando era joven y leía historias –yo siempre he sido muy lector de historias porque mi abuelo y mi padre lo eran, y se te queda la tendencia a eso–, yo siempre creí que era verdad eso que decía el poeta anónimo del siglo XI de que hubo un vasallo qué fuera si tuviera un buen señor... De hecho, he hecho novelas sobre eso, pero con los años, con las canas, con las marcas en la cara, con la lucidez que te da el tiempo, que por muy tonto que seas, los años te dan lucidez, y si lees libros y miras y tienes sentido común, me he dado cuenta, o que querido darme cuenta, de que no es verdad, de que el español no es inocente, de que nos somos inocentes. Por ejemplo, basta entrar en internet. España es un país muy singular en ese sentido, si yo en internet opino, o un artículo, imagínate un artículo mío o de otro, tú mismo, opino que el aborto es bueno o que el aborto es malo, u opino que no tengo opinión sobre el aborto, enseguida saltara la jauría. Los que están en contra de ti, te dirán de todo, por supuesto, fascista lo primero, digas lo que digas, pero es que los que te defienden serán tan radicales que tampoco te van hacer un favor y te van a brear. Entonces, ese enconamiento, ese cainismo, ese no querer ver al adversario convencido, sino vencido y, a ser posible, exterminado es muy español. Ten en cuenta cuando nos quejamos del político, los votamos nosotros, salen de nosotros. Con el tiempo, he llegado a creer o a convencerme o de tener casi la certeza de que somos responsables de buena parte de nuestra historia, de que tenemos la historia que nos merecemos, no es que los malos, el rey malo, el cura malo, el obispo... No, no, es que ese Rey sabía que iban a tener nuestro aplauso.
Ahora salía de ducharme del hotel, y he puesto la tele un momento para ver cómo iban los aviones, y ha aparecido Sálvame, programa que está muy bien, lo hace Jorge Javier Vázquez es un profesional, moverse en un plató es una maravilla, técnicamente es un espectáculo fascinante, y miraba yo al público: señoras respetables de 50 años, marujas, abuelas y tías, como mi madre: ¡Bonita! ¡Te queremos, Belén, guapa! Desechas en agua de limón y, bueno, digo, es que tenemos las belenes estebanes... Es que Belén Esteban somos nosotros, es la cristalización de nuestros ensueños y nuestros vicios, entonces, claro, me temo, lo cual es un consumo por otra parte es un analgésico, me temo que cada vez somos menos inocentes y eso paradójicamente me consuela, porque cuando dices esto se va hacer puñetas, por lo menos nos lo hemos ganado a pulso.
¿Sabes luego lo que pasa? Hay días que dices se acaba esto ya, que caiga a pal y todos hacer puñetas, pero luego bajas a la calle y oyes a la misma maruja hablando con su hija, o ves al del bar, o al niño con la mochila... Entonces, eso te mantiene una especie de dualidad entre el desprecio por ti mismo como español y por su propia historia y, al mismo tiempo, la admiración por ti mismo, por tus vecinos como españoles también por nuestra sufrida historia y ahí me muevo, y ahí con eso hago novelas, y con eso hago artículos.
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