Clara tiene 35 años; pluriempleada, divorciada, con dos niños y en crisis con todo lo que le rodea: el trabajo en una productora de televisión, su ex marido, los hijos, el sexo... Leyendo las cosas que le pasan a Clara es difícil no reír e imposible no emocionarse.
Clara no destaca por su inteligencia práctica, ni por su físico rellenito, ni por su estatus social, ni por su glamour. La protagonista que he creado se parece a ella en lo fascinante de su naturalidad. Naturalidad hablando de las funciones que desarrolla en su día a día, según el rol que le corresponda al momento. Así, desde la voz de Clara, la técnica audiovisual freelance protagonista de Los caracoles…., os hablo de la maravilla del amor entre hermanas, de las quimeras que se presentan ante momentos clave en la educación de los hijos, del absurdo de los baremos directivos que marcan las tendencias televisivas de hoy, del orgullo de los hombres frente al sexo y del placer de las mujeres, cuando éste se descubre.
Ahí es donde he tratado de romper esquemas. Poniéndose en la piel de una mujer que se explica a si misma su vida intentando darle un sentido. Y en esa búsqueda de sentido, el sexo, la satisfacción sexual, debe encajar a la perfección. Si no, no hay pareja que valga. Esto es lo poco que Clara tiene claro de los diferentes elementos que, por primera vez, empieza a saber barajar con soltura en su vida.
Sin entrar en el argumento para no revelarle pistas al lector, podría decirse que el lector o la lectora vivirá el proceso vital de Clara, ubicado entre dos acontecimientos cruciales en la vida de una persona que marcan el principio y el final de la novela. A veces, los acontecimientos trágicos de la vida nos empujan a crecer y abrir unos ojos nuevos para los que no creíamos estar preparados. A Clara le sucede exactamente eso. El dolor de la pérdida y, sobre todo, el esfuerzo en la superación de la misma la convierten, de forma inconsciente pero irremediable, en una persona mucho más serena, mucho más segura, mucho más “ella”.
“Me acarició con deseo y noté que lo que estaba viendo le gustaba. Recobré la seguridad y volví a excitarme como al principio. Tuve la tentación de tumbarme en el sofá, pero Roberto me retuvo sentada y me invitó a levantar la cabeza para ver cómo, arrodillado ante mí, se deslizaba con su boca desde mis pechos hacia abajo. Muy despacio, muy suave, muy seguro. Mientras bajaba, Roberto no apartaba su mirada de la mía y mi excitación se convirtió casi en histérica cuando sus labios y su lengua se metieron por el interior de mis muslos. Desde ese momento, y hasta el final, no se me ocurre otra manera de describir nuestra relación sexual como la mejor que he tenido en toda mi vida. Que yo recuerde. Roberto sabe hacer las cosas, eso es indiscutible, pero no creo que todo el mérito fuera suyo, ni de la cantante de jazz esa a la que no había oído en mi vida, ni de esa casa maravillosa en el centro. Me parece que la responsable de haber disfrutado tanto del sexo fui yo, que fui más yo que nunca.” (Pág. 233-234) |