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El libro es muy variado; tiene la ventaja de que se puede abrir desde cualquier tema. Abarca desde el siglo XVI, desde los problemas alrededor de Felipe II, el gobierno de la monarquía, hasta antes de ayer; porque hay cosas escritas justo antes de publicarse, como el tema de los afrancesados, con motivo de 1808, que todos hemos estado muy activos. Y, además, también, rompiendo tópicos, yo cada vez que oía que la Guerra de la Independencia había sido una guerra civil, saltaba de mi asiento, o donde estuviera, porque, claro, puse el ejemplo de que eso es como si, en la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi invade Francia, pues dijeran que había sido una guerra civil entre los franceses; no, no, mire usted, ha sido una invasión extranjera y lo que ocurre es que los nacionales, unos son colaboracionistas, otros son resistentes y los demás, pues, sobreviven como pueden; y, entonces, pues eso pasó en nuestra Guerra de la Independencia; por lo tanto, fue un tema que hemos estado ciertos tipos de historiadores muy activos, porque es de esos mitos que no se pueden tolerar.
Como los propios afrancesados; los afrancesados también, en otro trabajo que hay en el libro sobre las relaciones entre España y Francia en el siglo XVIII, los afrancesados hay que distinguir siempre entre un afrancesamiento cultural que, efectivamente, participan todos los ilustrados españoles y toda la Europa del XVIII, puesto que Francia era una gran potencia cultural y el afrancesamiento político del compromiso con José I y con Napoleón y aún así la frontera, pues, a veces, es muy difusa.
Hay trabajos sobre la transición española, y hay también un elogio de la concordia. ¿Dónde fue eso? También el año pasado en unos premios que da cada año la Fundación Fernando Abril, y ahí de alguna forma es un trabajo enfrentado a todo el jaleo que hemos tenido de la mal llamada memoria histórica y a la manipulación que la política y que los políticos hacen de la historia.
Sí querría decir unas palabras sobre la explicación del título; esa obra de Calderón que es una comedia, de las comedias de Calderón tiene un tono irónico todo el tiempo, porque, es verdad, que a veces lo peor sí es cierto, pero alguna vez no lo es; y, desde luego, cuando la leí me quedé con el título e inmediatamente, pensé en esa imagen que los españoles, yo pertenezco a una franja generacional educada en el franquismo en un buen instituto de enseñanza media, soy producto de la enseñanza pública, cosa que ahora no se podría decir, un buen instituto de enseñanza media y una universidad que funcionaba, pero tanto por la derecha como por la izquierda, por decir en términos muy convencionales, pues, resultaba que la historia de España era un desastre; se salvaba desde el franquismo a los Reyes Católicos, algo menos a Felipe II y, a partir de ahí, pues, ya venía la decadencia del siglo XVII. El siglo XVIII había sido un desastre porque para algunos les parecía que no había hecho la revolución que tenían que haber hecho y para otros era extranjerizante, porque se había imitado las costumbres francesas; el siglo XIX el tópico es también; hay varios trabajos sobre el siglo XIX y también nos hemos ocupado en exposiciones y en muchos otros trabajos de romper ese mito de que en España no hubo liberalismo.
Es esto un invento verdaderamente curioso, porque es uno de los, o el tercer país que, en 1812, la Constitución supone una constitución liberal, que, como en todo el resto de los países, pues, sufre apagones, sombras y luces pero todo el siglo se mantiene con el régimen liberal y, luego, a partir de 1834, tenemos un régimen, un sistema liberal con la Restauración que se mantiene teóricamente, al menos hasta 1923, y de forma efectiva por lo menos hasta 1902.
El otro día que tuve que presidir una tesis doctoral de una persona muy joven que hacía la tesis sobre las elecciones de 1933; algo que está poco estudiado y, entonces, decía que había elegido ese tema porque él es un historiador de contemporánea y al entrar en la literatura española del siglo XX se encontraba que había montañas de estudios sobre la II República, desde el 31 hasta 36, y por supuesto, la Guerra Civil y, sin embargo, esos habían sido cinco o seis años muy calamitosos, muy duros, que acaban en una guerra civil, en una guerra civil en pleno siglo XX y, sin embargo, de los casi 50 años anteriores que había habido una estabilidad constitucional no se decía nada; y, entonces, eso le llamó la atención, una visión fresca, una visión sin prejuicios y, a partir de ahora, se centro en esas elecciones de 1933, nada estudiadas, porque se estudian las del 31, las del 36, y se saltaban ese año 1933, en la que sacaron mayoría absoluta las derechas de la época y, por lo tanto, se rechazó la labor de los dos años o el tipo como se hacían las reformas en los dos años anteriores, sin romper en ese momento para nada la constitución.
En ese sentido, como decía, esa imagen de que España, el famoso poema de que en España siempre es la más triste historia. Yo tuve la suerte también de tener unos maestros excepcionales -Díaz del Corral y D. José Antonio Maravall- que también saltaban de su asiento con eso de que España es diferente; España no es diferente, es singular en algunas cosas, como cualquier otro país, pero similar a todos los demás. Y faltaba historia comparada en España, había eso que Maravall llamaba el narcisismo de la diferencia, y un narcisismo de la diferencia que llevaba a un victimismo; el decir somos diferentes, somos lo peor siempre, nos vamos a enzarzar entre nosotros y, por lo tanto, este país, pues, no se puede hacer nada con ello, es decir, se adopta una visión determinista, una visión victimista, una visión resignada; como si las cosas pasaran como los fenómenos de la naturaleza; contra esa imagen absolutamente falaz.
Contra el esencialismo de pensar que existen unos caracteres nacionales, dados de una vez para siempre, es por lo que están escritos y lo que presta, desde luego, es unidad a todos estos escritos. En la larga duración en la historia no se puede hablar de éxitos ni de fracasos. Hay un libro de un hispanista que se llama El éxito nunca es definitivo, refiriéndose a la monarquía hispánica de Felipe II. Pues, efectivamente, el éxito nunca es definitivo, y el fracaso tampoco; no tiene sentido hablar en esos términos y, por lo tanto, la necesidad de esa historia comparada, la necesidad de luchar contra el maniqueísmo y contra la proyección que se hizo a partir, yo creo, de la Guerra Civil especialmente y del franquismo, de las dos Españas. Si algo realmente a mí siempre me ha llamado la atención del tardofranquismo y es que hasta el último momento estuvieron insistiendo en la división entre vencedores y vencidos y, entonces, esa imagen nos hemos encontrado por políticos, por medios, etc, de una manera superficial, esa imagen de las dos Españas. Hay dos, y hay 24, igual que en Francia o Inglaterra o en Alemania, pero esa imagen falaz, pues crea realidad y esa imagen, además manipulada y apelando a vivencias emocionales y a sentimientos, se convierte en parte de la realidad. |