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D. Abel Hernández

Escritor y periodista

Suárez y el Rey. Encuentros y desencuentros

En Bilbao, a 2 de noviembre de 2009
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Porque es otra de las grandes figuras que hay que venerar en esa época de España; igual que el Cardenal Tarancón. Creo que son los tres y Sabino Fernández Campo, desde la otra parte, sobre todo al final, cuando el 23 F y todo esto, pues, según Gutiérrez Mellado, sí es verdad que lo dijo, pero el Partido Comunista había cambiado. Después de una reunión en Pozuelo de Alarcón, cerca de Madrid, en una finca de José Mª Armero que es el que hace de intermediario, se ven en contra de la voluntad de Torcuato Fernández Miranda y de Osorio y de la mayor parte de la gente del gobierno o cercana; se ven Suárez durante varias horas con Carrillo que acaba de llegar con la peluca y todo aquello que ustedes recordaran. Hay una intermediaria ahí que yo resalto mucho que es Carmen Díez de Rivera, que tiene un papel, que le llamó la musa de la transición, que era como saben hija natural de Serrano Suñer y, aunque parezca morboso, fue una vida atormentada, una vida tremenda, una mujer inteligentísima, y Carmen Díez de Rivera, como saben es una anécdota que no viene mucho a cuento, pero que pare que era hija natural de Serrano Suñer que fue el cuñadísimo de Franco; ella no lo sabía y hubo un momento que se enamoró perdidamente de uno de sus hermanos de sangre y cuando ya estaba con los papeles para la boda, y el sacerdote que les iba a casar le dice “mira, no puedes casarte”, ella se hundió; se fue a África de misionera, una tragedia tremenda; bueno, luego volvió y Suárez la llevó de Secretaria suya en televisión y, luego, estuvo de Jefe del Gabinete en Moncloa. Yo la conocía bastante, era admirable, era fantástica, y se llevaba muy bien tanto con el Rey como con Suárez, e hizo muchos papeles de intermediación importantes.

La legalización del Partido Comunista provocó un estallido tremendo, desde entonces, sobre todo por la reforma, porque luego el Partido Comunista aceptó la Corona, aceptó la bandera y aceptó todo. Carrillo dijo públicamente que lo importante no era monarquía o república sino democracia o dictadura y que le daba lo mismo, y que él aceptaba la monarquía. Eso, además, influyó en que el Partido Socialista que estaba reticente, sobre todo que unos sectores duros del partido aceptaran la Constitución, la monarquía, con la pinza de Santiago Carrillo. Luego, ha evolucionado a su aire, que no me convence mucho, porque creo que Carrillo ahí cumplió un papel también muy importante; quizás el político con Jordi Pujol, aparte de los que hemos dicho que tuvo un papel verdaderamente importante en la transición. Estoy hablando de la historia de una amistad entre Suárez y el Rey que dura toda la transición democrática, las primeras elecciones hasta la Constitución.

Según me cuenta Sabino, es admirable; se llevan maravillosamente, puede haber un día unos celos de unos o de otros; la primera consigna que da Suárez a sus colaboradores y lo cuenta en el libro el actual jefe de la Casa del Rey, que fue jefe de su gabinete, Alberto Aza. Lo cuenta expresamente; la primera consigna que les da a ellos, es que todo lo que haga bien el Gobierno hay que atribuírselo a la Corona porque hay que fortalecer la institución monárquica y que todos los errores del gobierno había que privar de esos errores a la Corona; en aquel momento a la corona que había que consolidar. Hay forcejeos; el Rey quiere que todavía manden los militares, que no es el ejecutivo; Suárez destituye a los embajadores de Francia y de Estados Unidos porque despachan con el Rey en vez de despachar con el Presidente Ejecutivo del gobierno; y hay algunas otras tensiones muy fuertes, por ejemplo con Giscard d’Estaing, que desprecia a Suárez y le puentea con el Rey, etc. El Rey, en algún momento dado, también siente celos de Suárez, porque cree que también está siendo demasiado protagonista, pero en general no hay tensiones; hay mucha confianza, hay una gran lealtad, y hay, sobre todo, mucho afecto.

Gracias a esos sentimientos se puedo hacer lo que se hizo en España. Esto, yo creo, que es evidente, pero nadie, yo creo, que hasta ahora había tratado demasiado, así, con más detalle, la importancia que tuvo esta concordia entre los dos principales protagonista. ¿Cuándo se acaba la concordia? Esa sería la segunda parte del libro, que sería el desencuentro; el desencuentro ocurre, sobre todo, a partir del año 80, después de las segundas elecciones generales, después de aprobada la Constitución. Adolfo Suárez es recibido de una forma tremenda por el Partido Socialista; la investidura fue tremenda; Felipe se tiró a la yugular; parece que hubo un Consejo de Willy Brandt, -según cuenta Joseph Meliá, el Secretario de Estado de Comunicación-, que era el que abastecía de ideas a Felipe González y era un poco el patrono y daba dinero al Partido Socialista; y él aconsejaba que hay que acabar con Suárez. Entonces, se planea la voladura controlada del centro. Para eso había que acabar con el, digamos, el clavillo del abanico, que era Adolfo Suárez; y van a por él. Y hay una agresividad tremenda, a los pocos meses.

Una anécdota, que cuento también en el libro, es que después de la investidura, que fue un desastre, fue muy mal planteada, Suárez fue investido Presidente en las Cortes, pero no hubo debate previo y aquello fue muy mal planteado, de hecho, moralmente ganó Felipe González, y al día siguiente que creo que era el 31 de marzo del 79, están Adolfo Suárez y Martín Villa comentando lo mal que había salido aquello, en la Moncloa; “qué desastre, qué mal empezamos”, se había roto ya lo del consenso para preparar la Constitución y cada uno tiraba por su lado; era la lucha política despiadada; el PSOE quería conseguir poder como fuera; ya quería tocar poder; era necesario, tenían que entrar en el Gobierno como fuera; hubo unos intentos de gobierno de coalición, después, etc.

Y a los pocos meses, hubo la famoso moción de censura, que fue tremenda para Suárez, en aquella en la que, si recuerdan, Adolfo Guerra le llamó “Tahúr del Mississippi” y le dijo que la democracia española no aguantaba más a Suárez y etc. Como dato, después de las elecciones del 79, Felipe González, que era el jefe de la oposición, ni siquiera llamó para felicitar al pobre Adolfo Suárez, que empezó a tener todos los palos por todos los lados. A todo esto, empieza a desvencijarse su propio partido. Uno de los grandes fallos de Suárez, que él reconoce, es que nunca consiguió hacer un partido político.

Era un hombre con visión de estado, era incapaz de hacer un partido político, era un gran político, con una gran visión, con una gran intuición, pero no supo hacer un partido político; y esa fue su perdición. Entonces, el partido suyo se vuelve contra él. El PSOE a muerte, empiezan a buscar un gobierno de concentración nacional, cuando ya desisten del gobierno de coalición y empiezan a buscar soluciones poco recomendables, al Rey le calientan la cabeza todos los días Sabino Fernández Campo, unos y otros, diciéndole que así no se puede seguir; y a todo esto Suárez está bloqueado, Suárez está hecho polvo. Hay un dato que me han dicho después, no está en el libro, que una de las explicaciones también es que Suárez tiene, en aquellos tiempos, una enfermedad en la boca tremenda, con unos dolores espantosos y tomando muchos analgésico; incluso se cae redondo al suelo, desmayado alguna vez; le tienen que operar, pasa así meses, tomando nolotil y tomando analgésicos fuertes.

El pobre lo pasa muy mal y en medio de toda esta vorágine que viene contra él, él poco a poco se da cuenta, se da cuenta de que está perdiendo la confianza del Rey. El Rey me dice a mí, y eso lo cuento aquí, que el día San Juan del año 80, en la recepción, que fuera con un mensaje suyo a Adolfo, porque yo entonces me consideraba muy amigo suyo, a decirle que, la frase es textual, “no hay que cambiar a Suárez, pero Suárez tiene que cambiar”. Él no se atrevía, tenía pánico a ir al Parlamento, tenía pánico a aparecer; estaban sus compañeros de partido de la UCD, los varones conspirando contra él; no le hacían caso; le nombraron un portavoz parlamentario que era su enemigo público; Fernando Abril Martorell intenta sustituirlo, dice que es un arroyo que ya no da agua; que lo que puede dar son problemas; total él se da cuenta de que ha perdido, que no puede seguir adelante.

Ahí hay una duda. Adolfo Suárez empieza a tener fuertes depresiones; otros me dicen que nunca ha sido depresivo, pero parece que sí que él está muy hundido, que eso tiene que ver con la enfermedad de después; que viene mucho antes de lo que se dice, de la pérdida de su cabeza, de su memoria, etc. Pues yo no lo sé; lo cierto es que en aquel momento estaba en una situación muy mal, pero yo, quizás, probablemente no tienen exactamente del todo que ver. Este sería el desencuentro. En el libro lo cuenta con detalle lo que ocurrió; y si ustedes tienen el libro lo pueden leer; Sabino Fernández Campo, que es testigo directo.

Después de aquello hay otra circunstancia, cuando se marcha por la puerta del despacho del Rey, cuando ya ha dimitido y el Rey le ha aceptado la dimisión. Le dice, “pero te daré un título”. La negociación del título es muy dura, y el Rey exige, no tiene nada que ver, como han interpretado algunos, que Suárez exige un título para dimitir; no, no; Suárez dimite y, después, negocian la concesión del título, y él dice que quiere tener un título; parece que le corresponde tanto como a Torcuato Fernández Miranda. El Rey se resiste porque exige que Suárez deje la política, él dice que deja la política, monta un despacho en Antonio Maura, en Madrid, pero al final el mismo día que le dan el título, en el boletín, monta un nuevo partido, con lo cual, el Rey deja de hablarle; y ahí está el desencuentro; o le deja de llamar, o le llama muy esporádicamente, solamente en el cumpleaños.

Hay un distanciamiento, hay un desencuentro; la lealtad entre ellos se mantiene; Suárez está muy disgustado y dura en la etapa de Felipe González, de 14 años en el gobierno ¿Cuándo se restablece la amistad? Pues cuando Suárez deja la política definitivamente y empieza a ser víctima no sólo personal, de sus fallos de memoria y de su pérdida psicológica y neurológica, sino también de los males en su propia casa, sobre todo, con la enfermedad de Amparo, que, cuando se muere –Amparo es la clave de la vida de Suárez-, cuando muere Amparo, él se queda literalmente desamparado. Y, luego, la hija, cuando muere Mariam, él ya no se entera de que ha muerto Mariam. Cuando su hijo le dice, “papá, Mariam ha muerto”, le dice “¿quién es Mariam? Ya no sabe; no va al entierro, no va a ningún sitio. Cuando le llama el Rey, “¿cómo estas Adolfo?”, le dice, “pues ya ve usted, señor, pues ¿como voy a estar?, cuidando enfermas”. Ya habían muerto las dos hacía tiempo. Vamos, Mariam aquel día y Amparo unos cuantos años antes.

Total que, cuándo se reencuentran, el Rey le ha mantenido el afecto, ahora mismo le tiene auténtico cariño y compasión; le concedió el Toisón de Oro; esta famosa foto, ese día, que la hizo su hijo, que ahora es motivo de discordia en el libro y que, seguramente, ya adelanto, que en la segunda edición se cambiará por otra foto de Adolfo Suárez y el Rey, para que nadie se enfade. Es una foto maravillosa; es una foto de coleccionista. Digo voy hacer propaganda, comprad el libro porque os quedáis sin la foto.

Adolfo Suárez está, pero no existe; vive, pero no existe; no conoce a nadie; no conoce a sus hijos ni al Rey. Tiene buen aspecto, está bien cuidado, gracias a la familia, sobre todo a su hija Laura, la pequeña, que se ha ocupado de su padre. Sólo responde al cariño, al afecto. El Rey llama para preguntar, esta foto la ha puesto en la sala de audiencias; la ve todos los días. Y aquí acabo. El Rey se acuerda de aquellos tiempos y yo creo que añora los tiempos de la concordia, del consenso, cuando los españoles íbamos hacia una dirección y no este guirigay. Y Adolfo Suárez, yo creo que tanto él como el Rey, se merecen, como digo, el respeto y la admiración de todos los españoles. Y yo creo que este es un poco el motivo de este libro.

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