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Hay una frase de Angel Ganivet, que cito en el epígrafe del libro, que define muy bien lo que fue el Dos de mayo y lo que fue el pueblo español entonces; dice: "los que dieron la cara no fueron, en verdad, los doctos; esos pasaron todo el sarampión napoleónico y en nombre de las ideas nuevas se hubieran dejado rapar como quintos e imponer el imperial uniforme; los que salvaron a España fueron los ignorantes, los que no sabían leer ni escribir". El único papel decoroso que España ha representado en la política europea lo ha representado ese pueblo ignorante que un artista tan ignorante y genial como él, Goya, simbolizo en aquel hombre o fiera que, con los brazos abiertos, el pecho salido, desafiando con los ojos, ruge delante de las balas que lo asedian. Eso es el Dos de mayo, eso fue la Guerra de la Independencia y Goya, que era un tipo inteligente, lo vio muy bien. Goya era afrancesado, era liberal; cuando miras los cuadros de Goya, cuando miras los grabados de Goya, te das cuenta de que no hay buenos ni malos, de que Goya no está con ninguno de los dos; por eso Goya fue un pintor políticamente incorrecto. Goya no fue bien visto hasta mucho después. Preferían cuadros heroicos, cuadros con actitudes neoclásicas, serenas, héroes que van a morir por la patria con la bandera en alto. Goya estuvo proscrito, en ese sentido, como te digo. Entonces, cuando miras a Goya con detalle, cuando lo estudias despacio, entonces, te das cuenta que hay un pueblo cruel ignorante y bestial que está matando a un enemigo cruel y bestial. Entonces, te das cuenta de que ese día la inteligencia se quedó fuera; ese día los cultos, los doctos, sabían que lo suyo no era ni uno ni otro, que ese pueblo defendía una causa equivocada y que el enemigo, que era la modernidad, no podía ser abrazado porque era el enemigo. Esa es la gran tragedia, lo que después Unamuno repitió, yo creo que ese día es donde, por primera vez, el intelectual español tiene que elegir entre: el pasado rancio y oscuro y el futuro abierto y teóricamente luminoso. Todo eso es lo que..., pero claro, yo quería despojarlo, yo quería irme a ese tipo; yo quería ponerle cara y motivaciones al que está gritando en el cuadro de Goya.
Almudena Cacho: El que está gritando no pertenece al que siente traicionada su inteligencia y que no saben en qué lugar colocarse. Es un pueblo llano, muy distinto, en el que hay putas, rufianes, hay gente que pide salir de prisión para luchar y promete volver a ella -y de hecho lo hacen-, es un pueblo que está muy bien descrito, en el sentido de que uno lo vive muy cerca cuando lee cómo, armados con palos o con cuchillos de cocina, con agujas de hacer punto, se lanzan al francés, a clavarles la chaira por detrás de la coraza, y cómo se dejan la vida en el intento con una despreocupación que llama mucha la atención.
Arturo Pérez-Reverte: Era otra gente, era otro mundo. Además, iban al cielo. Eso es muy importante: iban al cielo si se morían. Entonces, no era como ahora; entonces, claro, era más fácil morir antes que ahora, en ese sentido. Pero, fíjate, hay una cosa que es muy singular. Cuando 18 años después viene el ejército francés -los 100.000 hijos de San Luis con el Duque Angulema- vienen a España a reponer en el trono a Fernando VII y a cargarse la Constitución , ese mismo pueblo lo recibe con abrazos; lo que demuestra muy bien por qué luchaban ese día, por la nación; ahí se equivocaron los liberales. Es que lo terrible del Dos de mayo, lo asombroso es que todo ese coraje, todo ese valor, toda esa locura de la gente, lo que hace en la calle, es por defender lo rancio, lo oscuro, lo peor; lo peor que hemos tenido en España, las sombras, la sacristía, la monarquía; esa monarquía que, entonces, era infame y corrupta absolutamente. Entonces, pregunta ¿qué habría sido de este país con otra gente? Todo ese sacrificio generoso, toda esa gente, ese coraje que demostró esa gente; esa gente educada, bien gobernada, ¿qué no habría sido capaz de hacer en un país más decente que este? Y, después, pero claro, no puedes evitar sentirte conmovido, cuando hablas, las mujeres. En la puerta de Toledo había un coracero francés -era un tipo que llevaba un caballo que medía dos metros- y el tipo medía 1,70 como mínimo, e iba además rebozado de acero; bueno, pues a esos tíos los pararon las Manolas del barrio de la Paloma con tijeras de pescadero y con navajas, a agarrarse a los caballos. Fue la segunda oleada la que por fin rompió la barrera de gente que había delante. Entonces, cuando estás moviéndote por ellos y les ves cara, Manola Sánchez, pescadera, mató a un francés y murió acuchillada a golpes; Paco Fernández, carpintero... Entonces, por una parte estas horrorizado, porque dices "¡qué bestias y que mal empleado ese valor y ese coraje!" y por otra parte dices, "yo el valor lo sigo admirando, prefiero un tipo equivocado, valiente a un tipo de razón y cobarde". No lo puedo evitar; en eso soy muy elemental; creo que el valor sigue siendo una virtud. No podía evitar conmoverme ante todos estos ejemplos de nombres y apellidos que tenía delante, cuando estaba trabajando en el libro.
Almudena Cacho: Las mujeres tienen bastante presencia en el libro. Hay un fragmento, en las páginas 221 y 222, que dice: "la maja lo sabrán más tarde los artilleros, se llama Ramona García Sánchez, tiene 34 años, vive en la cercana calle de San Gregorio; al poco rato la releva un artillero, no es la única que en este momento participa en el combate, la inquilina del número 11 de la calle de San José, Clara del Rey, de 47 años, ayuda al teniente Arango y al artillero Sebastián Blanco a cargar y a apuntar uno de los cañones en compañía de su marido Juan González y sus tres hijos. Otras mujeres traen cartuchos, vino o agua, para los que pelean y entre ellas está la joven de 17 años Benita Pastrana, vecina del barrio, que salió a la calle al saber herido a su novio Francisco Sánchez Rodríguez, cerrajero de la plazuela del Gato. También combaten la malagueña Juana García, de 50 años, la vecina de la calle Francisca Olivares Muñoz, Juana Calderón que pasa fusiles a su marido José Beguí y una muchachita quinceañera que cruza a menudo la calle sin inmutarse por las descargas francesas, llevando en el delantal munición para su padre y el grupo de paisanos que disparan contra los franceses desde el huerto de las Maravillas, hasta que en una descarga cerrada cae muerta por una bala. El nombre de la joven nunca llegará a saberse con certeza aunque algunos testigos y vecinos afirman que se llama Manolita Malasaña. Aquí hay una relación de muchas mujeres que están, junto o no, a sus maridos, peleando; y hay como un afán por dejar sentado quiénes eran, lo que hacían, con quién convivían y en qué situación se encontraban en ese momento. Tuviste ese prurito de buscar cada nombre, cada situación y dejarla escrita. |