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Seguramente la primera inquietud que un libro, como este último mío, puede despertar, es la inquietud de qué se trata en este libro. Como el autor es profesor de filosofía y ha escrito otros libros de filosofía, pues uno tiende a pensar que será un libro de filosofía. Pero alguien podría decir ¿y cómo va a ser un libro de filosofía si la portada de un disco de los Beatles está en la cubierta y si en las páginas de este libro se encuentra uno con Superman, con los extraterrestres, con las operaciones de los servicios secretos, con la emperatriz Sisi, con las películas de Chaplin, con Jack el Destripador, cuya identidad se revela por primera vez en la historia con El Coyote y con el Correcaminos, con algunas brujas, en fin, muy perversas y, en fin, algunas zarzuelas del maestro Chueca? Y, claro, esto requiere desembarazarse de algunos prejuicios acerca de lo que es y lo que no es la filosofía. Para empezar, es verdad, que en el libro salen todos estos personajes de la cultura popular, y muchos más, pero tampoco puede pasarse por alto que también salen Platón, Aristóteles, Hegel, Nietzeche entre otros del mismo ramo también. De manera que, probablemente, todavía más llamativo que el hecho de que puedan encontrarse los personajes de la primera lista en un libro de filosofía, es el hecho de que se encuentren en el mismo libro con los personajes de la segunda lista. Porque esto parece como si transgrediera una regla implícita, que obliga a nuestras sociedades a separar cuidadosamente, digamos, la alta cultura, la cual pertenece a la filosofía, como quizás su signo más genuino; separar la alta cultura, digo, de la cultura popular; o la baja cultura, o la cultura de masas.
Tenemos a la filosofía por un saber más bien aristocrático y minoritario, de hecho reservado a una minoría que, además, es una minoría decreciente de especialistas más bien herméticos y un poco anacrónicos, que vive de espaldas y hasta uno diría que, orgullosamente de espaldas a las masas. Y uno de los pocos nombres importantes de la filosofía contemporánea, escrita en español, Don José Ortega y Gasset, pues, es especialmente recordado por sus diatribas contra las masas. Incluso los recientes planes para disminuir la dosis de filosofía en la enseñanza secundaria parecen atestiguar una vez más que la filosofía, pues, no es de este mundo y que pinta bastante poco en el tipo de formación cultural que requieren, digamos, los hombres del siglo XXI.
Pues, aquí ya tenemos una bonita madeja de prejuicios, que hay que desenredar. El más grave de todos, sin duda ninguna, es la idea de que la filosofía es una especialidad, algo que es cosa de especialistas. Porque ya no es que este autor o aquel otro, sino, sencillamente, toda la tradición histórica de la filosofía niega este supuesto. Es decir, lo único que interesa a la filosofía es aquello que necesariamente interesa a todos los hombres en cuanto tales, y solamente en cuanto tales, es decir, en cuanto que son hombres y antes de ponerles ningún otro apellido. Así que, si acaso hubiera que hacerle alguna objeción a la filosofía, a lo mejor tenía que ver esa objeción con lo desmesurado y hasta, incluso, arrogante, de esa pretensión de universalidad y no con su carácter especial o especializado.
Claro, este prejuicio se arraiga en otro que, en cierto modo, está más justificado, que es el de que los filósofos hablan y escriben en una jerga restringida y abstrusa. Digo que está más justificado, porque, en efecto, hay algunos filósofos que hablan así, aunque no sean mala gente, sino que lo hacen porque en un mundo, en el cual el saber está distribuido en especialidades y entregado a los especialistas, pues, naturalmente, la filosofía sólo puede sobrevivir, digamos, académicamente, disfrazándose de especialidad, o de asignatura, o de carrera, aunque claramente desborde por todas las partes este molde y no encaje bien en él.
Por esta razón el lugar de la filosofía en el mundo académico y en los planes de estudio siempre es un lugar disputado. Queda lugar a polémicas. La filosofía, aunque parezca raro decirlo, no mantiene una relación pacífica ni con las aulas ni con la calle. Muchas veces se han muerto de aburrimiento en las aulas y muchas veces se han muerto en la calle de diversión. Digamos, está un poco condenado el personaje del filósofo a ser siempre demasiado académico para el mundo y demasiado mundano para la academia. Es un incordio. Pero si nos atenemos a lo que podríamos llamar la fundación, la tradición, o sea que, si por ejemplo, al trabajo de Platón y Aristóteles en la Grecia antigua, pues, nos encontraremos con la sorpresa de que ninguno de estos autores escribía en una lengua especializada ni utilizaba términos técnicos. Hablaban en griego común, y el común hablante de griego entendía perfectamente como términos ordinarios todos esos vocablos que, como esencia, forma, sustancia, etc, pues, nosotros hemos revestido con una camisa de fuerza precautoria y solemne que, como sucede con todo lo que le ponemos esa armadura, pues, de pronto, nos lo presenta como extraños habitantes de un manicomio. |