Les voy a hablar de un libro que en cierta medida, para los que hayan leído Pasión India, es y no es una continuación. Es una continuación histórica. Pasión India acaba en la independencia de la India en 1947; es la crónica de los últimos años del imperio británico a través de los ojos de una española que lo vivió en primera fila. Yo quería continuar el escribir sobre la India. Ya he escrito cuatro libros; uno de ellos sobre la India de los pobres, que presente aquí con Dominique Lapierre hace unos años -Era medianoche en Bhopal-; otro que era el libro Pasión India sobre el final del Imperio, el nacimiento de un nuevo país; y me interesaba contar la India de 1947 hasta nuestros días; y con esto doy por cerrado, digamos, un ciclo de interés propio y particular sobre este país, que conocí por primera vez a los 14 años.
Yo creo que todavía no me he repuesto del schock que supuso aquella primera visita; un país con tanta gente que dormía en la calle; un país con elefantes en las aceras, con osos amaestrados, con encantadores de serpientes en todas las esquinas -porque estoy hablando de la India de 1967-68-, y me fascinó tanto y me turbó y me perturbó tanto, que luego, cuando fui adulto, quise volver; y ya a partir de ahí me enganché; y mi interés fue creciendo; y ya con los años, pues, vas haciendo amigos, vas conociendo gente, vas conociendo los resortes de esa sociedad, vas a empezando a entender las claves para entender ese mundo tan complicado que es la India. Y poco a poco, pues, se convirtió en mi patria literaria y, bueno, no creo que lo siga siendo siempre, pero es una fuente inagotable de inspiración la India. En este caso, encontré otro personaje que me fascinó desde el principio, para contar esta India moderna, esta India que va desde 47 hasta nuestros días; y este personaje es Sonia Gandhi. Todo el que ha estado en la India y el que ha viajado a menudo a la India, se ha topado tarde o temprano con la figura de los Gandhi. Esa familia omnipresente en el país que lleva gobernando, el segundo país más poblado del mundo desde la independencia; tarde o temprano, y yo por circunstancias también personales y particulares -porque mi tío, cuando iba a la India siempre iba a visitar a Indira Gandhi, que era muy francófila y le encantaba hablar francés- y yo siempre de pequeño oía hablar de los Gandhi, de la familia Gandhi. Dominique tenía un problema para liberar una ambulancia que estaba en la aduana y que no le dejan salir, pues llamaba a Rasyid Gandhi, cuando él era primer ministro, y conseguía más o menos arreglar el tema.
Y yo estaba en la India cuando mataron a Rasyid Gandhi en un atentado terrorista. Y me dio, claro, mucha pena. Mucha pena porque Indira había muerto hacía poco. Vamos, Sanjay también había muerto en accidente de aviación. Una serie de desgracias. Un poco como los Kennedy. Son unas familias que llevan esa especie de marca, como golpeadas por la desgracia. Tienen algo en común todas estas familias dinásticas, hablemos también de los Bhutto, que eran amigos de los Gandhi. Los Bhutto también golpeados por la desgracia, quizá porque la proximidad al poder tiene algo de abrasador; acaba el poder por quebrarte como persona, o por hacerte vivir un peligro que puede acabar por destrozarte completamente.
Sonia Gandhi para mí tenía una ventaja añadida; es que era una italiana, es decir, era una mujer occidental que se casó con el hijo de Indira Gandhi, con Rayid Gandhi. Entonces me permitía contar todos estos años de la India desde el punto de vista nuestro, desde el punto de vista occidental y eso es muy importante, porque nos permite entender mucho mejor el país y el mundo en que se desenvuelve, en este caso, esta familia. Porque no es nada fácil entender la alta política india: ¡menudo follón de país!. Lo que he intentado hacer, entonces, en El sari rojo, es tejer, valga la comparación, un sari con tres hilos. |