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D.Igancio Martínez de Pisón

Escritor

Las pequeñas historias que hacen Historia

En Bilbao, a 28 de enero de 2008
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Ignacio Martínez de Pisón

Mi interés por la Guerra Civil y por la postguerra fue lo que me condujo también a investigar el mundillo, el ambiente de los fascistas italianos en España, de lo que luego ha salido esta novela. Sólo contaré un detalle que creo que fue el foco de inspiración del que surgió Dientes de leche. Soy de Zaragoza, es la ciudad en que nací, en la ciudad en la que me formé, y es una ciudad a la que vuelvo con mucho frecuencia aunque vivo en Barcelona. Siempre me había llamado la atención que en Zaragoza hay un edificio a la que llaman la Torre de San Antón, la torre de los italianos, un edificio extraño, de un estilo que no sabía muy bien definir, pero que luego he sabido que era estilo pues puramente fascista, mussoliniano. No sabía qué era ese edificio y resulta que es un mausoleo en el que están enterrados la mayoría de los 3.500 fascistas italianos caídos en la Guerra Civil española, que vinieron a pelear en España en el bando nacional. Vinieron 80.000 italianos. Eran voluntarios, al menos teóricamente; en la práctica muchos de ellos eran campesinos pobres que venían aquí huyendo del hambre y que se aseguraban una soldada que enviar a sus familias en Italia; y muchos de ellos no sentían la ideología fascista con particular entusiasmo, pero el caso es que peleaban. Vinieron aquí a pelear como voluntarios de Mussolini y de esos 80.000 murieron 3.500.

Al acabar la guerra Mussolini se fija en Zaragoza por ser una ciudad fundada por César Augusto, también una ciudad que ya durante la guerra había acogido algún edificio de especial significación fascista -por ejemplo el hospital legionario italiano más importante, el hospital italiano fascista más importante de la España Nacional estaba en Zaragoza, en un colegio, que es el colegio de los Agustinos- y el regimen de Mussolini llega a un acuerdo con el régimen de Franco. El Ayuntamiento le cede un terreno para que se construya ahí ese mausoleo, y ese va a ser un edificio en el que se van a reunir los restos de los 3.500 fascistas caídos en España durante la Guerra Civil y a va servir para conmemorarlos a perpetuidad como héroes. Pero, entre tanto, esa torre lo cierto es que tarda en construirse, esa torre que se empieza a construir, empieza a planearse al poco de acabar la guerra pues se construye, empieza a construirse con cierta tardanza, y mientras se está construyendo, en Italia están ocurriendo cosas como por ejemplo que Mussolini es depuesto, que al cabo de un tiempo acaba la Guerra Mundial y para entonces Italia cambia de régimen.

Entre tanto, la torre acaba teniendo problemas presupuestarios lógicos. El nuevo régimen italiano decide "hombre, es que aquí, la verdad un edificio de estilo fascista... que el nuevo régimen italiano esté financiado un edificio de tan claro estilo mussoliniano, pues no es lo correcto". Entonces deciden que en vez de mantener el presupuesto para seguir levantando ese edificio hasta los 80 metros previstos, pues lo dejan en 42, es decir, en la mitad. Y al reducir altura que debía alcanzar la torre -dejarla en la mitad-, pues también el espacio dedicado a los nichos o a los ataúdes queda reducido a la mitad. Con lo cual, ya no se van a poder poner los ataúdes de tamaño natural, digamos, de tamaño del ser humano, sino que ya los restos se van metiendo en unas cajitas, que son más o menos la mitad de un ataúd, y ahí los huesecillos se dejan pues un poco machacados y apretados unos sobre otros para que quepan. Además, como tampoco hay dinero para traer mármol italiano, como en el proyecto original estaba previsto, se acaba revistiendo las paredes de la torre con piedra de Calatorao que es un pueblo que hay al lado de Zaragoza y, evidentemente, piedra mucho más económica que el mármol de Carrara.

Pero lo que más dolió a los fascistas que estaban entonces construyendo ese edificio es que, al haberse producido el cambio de régimen, ese edificio no iba albergar solamente los restos de fascistas italianos, sino que iba a coger restos de italianos caídos en España, pero defendiendo la República. Y, aunque hay una desproporción total, porque hay casi 3.500 fascistas y sólo unas decenas de comunistas italianos enterrados en ese mausoleo, lo cierto es que, al menos la nueva administración italiana en el año 45-46, pues al menos consigue hacer que ese mausoleo acoja restos de ambos bandos, lo cual me parece loable.

En general, toda la historia de los italianos en España tiene algo pues de chapuza; es como de las películas de Alberto Sordi y de Victorio Gassman, que siempre estaban intentando escaquearse y que intentaban cómo escapar del frente y que no les pasaran los tiros cerca. Y hay muchísimos expedientes en los que se investigan casos sospechosos de autolesiones. Hay algunos que hasta se inyectaban gasolina en la pierna y entonces la pierna se le hinchaba y se le ponía azul y así conseguía o creían conseguir ser repatriados y acabar con la guerra. No eran unos jóvenes ardorosos que venían aquí a luchar por los ideales del fascio, sino que eran señores ya de treinta y tantos años, la mayoría que tenían mujer e hijos en Italia y que venían aquí solamente por ganar un poco de dinero. Así se explica que la principal victoria republicana fue de la Guadalajara, en la que los italianos salieron corriendo y, desde luego, si yo fuera un soldado de treinta y tantos años con una mujer y unos hijos en Nápoles y que he venido una guerra solamente para cobrar un sueldo, pues, yo, en cuanto viera tiros me echaría a correr. Yo haría lo mismo que ellos. Y a mí, pues, esa historia de los italianos en España me recuerda bastante a esas películas, a esas comedias de Alberto Sordi.

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