La verdad es que la historia de John Dos Passos a mí me conmovió porque era la historia de un muy amigo al que han asesinado a su amigo español. Cuando me puse a investigar la historia de Robles se me ocurrió, aunque yo no soy muy avezado en esto de Internet, se me ocurrió empezar a buscar a ver que había de Robles y de Dos Passos en Internet y descubrí el archivo de Robles, que estaba todo custodiado precisamente por la universidad John Hopkins de Baltimore -es decir, la misma universidad en la que el había trabajado como profesor- y, rápidamente, escribí pidiendo fotocopias y gracias a esas cartas y a esos documentos, empecé a reconstruir la historia, la historia de Robles, la historia de John Dos Passos.
Hubo un detalle que me pareció muy conmovedor -y creo que muy humano- que es la historia del seguro de vida que tenía contratado Robles en los Estados Unidos. Era un seguro de vida que sólo podía hacerse efectivo en el caso de que muriera Robles y su muerte fuera certificada. Pero, claro, Robles murió en esas circunstancias oscuras, su muerte resultó muy incómoda para la República, hasta el punto de que ninguna autoridad republicana quiso certificar la muerte de Robles. ¿Qué consecuencias tenía esto? Pues que la viuda, la hija y el hijo de Robles no tenían dinero para salir de España y para instalarse en otro sitio. Hubo entre tanto una persona que se ocupó de ir pagando las cuotas de Robles para que el seguro de vida se mantuviera en vigor y, esa persona fue John Dos Passos; hasta que, finalmente, ese seguro pudo hacerse efectivo, John Dos Passos fue pagando todas las cuotas -y eso que entonces no iba precisamente muy sobrado de dinero- pero fue pagando para que la familia tuviera al menos una expectativa de un ingreso importante al cabo de un tiempo. La viuda entretanto, la viuda de Robles, había intentado por todos los medios que la muerte de su marido se certificara, pero como esa muerte podía ser utilizada por la propaganda antirrepublicana, sobre todo en los Estados Unidos donde Robles era un profesor muy conocido, la administración republicana se negó en todo momento.
Y lo que hizo la pobre mujer era hacerse amiga de las mujeres de altos políticos republicanos y, cuando unos meses más tarde, el gobierno se traslada a Barcelona, ella iba todas las tardes a tomar el té con la mujer de Negrín y la mujer de Álvarez del Vayo y por las cartas y por los testimonios que he conseguido reunir, la escena me parece, la verdad, entre patética y enternecedora. La pobre mujer, ahí, recordando todas las tardes su tragedia y continuamente sugiriendo a esas mujeres que se acordaran por la noche de decirle a sus maridos, "bueno, lo de Robles, ese papelito que tenéis que firmar, ¿os acordáis? La pobre Margara que está esperando a ver cuándo firmáis eso". Pero la guerra acabó y en ningún momento se le firmó ese papel. Sólo al cabo de unos meses, ya en París, un día Margara, la viuda, acude a ver a Negrín, y le dice: "Bueno, ahora ya la guerra ha terminado, ahora ya no te importará firmarme un papel". Y es entonces cuando Negrín le firma el papel; y con ese papel puede cobrar esa póliza de seguro que la aseguradora norteamericana no quería pagar mientras no se certificara esa muerte.
A mí me parece que en estas historias lo interesante siempre es el elemento humano. Me parece que lo que hace que estos relatos tengan vida y fuerza está, sobre todo, en esas pequeñas peripecias personales, en ese elemento, digamos, emocional y humano, que nos implica como personas y que nos hace sentirnos cercanos a las desgracias de los personajes. |