Y es que esto de que la música llegue directamente a la zona de nuestras emociones, nosotros lo podemos entender muy fácilmente si lo trasladamos al lenguaje. El lenguaje es un sonido y, sin embargo, el lenguaje lo procesamos racionalmente. ¿Qué es lo que no procesamos racionalmente? Los tonos. ¿Cuántas veces decimos eso de "me ha dicho una cosa y no me ha gustado el tono en el que me lo ha dicho"? O al revés. ¿Ustedes se han fijado que los españoles somos muy proclives a esto. Vemos a dos amigos que llegan, hace mucho que no se ven y se dirigen el uno al otro una serie de insultos: "¡Pedazo de tal! ¡Qué alegría verte!" Si pusiéramos por escrito lo que se han llamado, la conclusión sería que están al borde de la agresión física. O esa charla con la que las madres hablan a los niños, que resulta absolutamente ininteligible. Da lo mismo: la entienden el hijo y la madre. Lo que importa es el tono, no lo que se dicen. Si escuchamos lo que dice una madre a un niño, o lo que decimos todos cuando nos acercamos a un niño pequeño, y nos lo ponen por escrito, pues vamos a decir que nosotros no hemos dicho jamás eso. Pero lo importante es el tono en el que nos llega. Entonces, ¿es universal el lenguaje, o lo que es universal es que somos capaces de emocionarnos a través de la música?.
Decíamos cómo la música nos puede afectar emocionalmente. Uno de los sentimientos que puede provocar la música y que todos reconocemos es el de tristeza, a pesar de la belleza de la música. No tiene nada que ver, puede ser una música extraordinariamente bella y extraordinariamente tranquila, pero puede llegarnos directamente al corazón y sacarnos la parte más melancólica, más triste, que todos llevamos dentro. Yo, como conclusión, diría que la capacidad que tiene para llegar a nuestro corazón es innegable, pero, además de eso, es que nos da belleza. El arte y la cultura creo que sacan lo mejor de nosotros mismos, creo que nos hacen mejores personas, más felices y más libres y, encima, nos lo hacen de forma bella y nos hacen crecer.