Y es que, además, escuchar, aparte de conectarnos intelectualmente con aquello que estamos escuchando o racionalmente con aquello que estamos escuchando, también nos conecta emocionalmente con eso que estamos escuchando. Un maestro en emocionar a la gente fue Alfredo Krauss y decía que la emoción es un momento de la inteligencia. Eso es lo que dicen los científicos: cuando hablan de inteligencia emocional dicen que las emociones, la forma de administrar nuestras emociones está en el cerebro, no está ni en nuestro corazón, ni en nuestro estómago ni en ningún otra parte de los lugares aledaños. Cuando escuchamos música el primero que se emociona en el mundo de la música es el compositor, que está escribiendo música. Esa imagen que nos ha dado Hollywood, de que el compositor para escribir música está dándole un acorde a un piano y escribiendo dos notas, y vuelve a darle otro acorde al piano y le da otras dos notas, eso está bien en Hollywood. Pero el compositor, cuando lee una partitura, escucha música, igual que cuando nosotros leemos un libro escuchamos palabras dentro de nuestra cabeza. El compositor escucha la música que está componiendo y él es el primero que se emociona a la hora de componer aquella obra.
¿Ustedes creen que, sin emoción, Beethoven pudo componer esa novena sinfonía? Estoy seguro que la partitura estaba llena de lágrimas. No me cabe la menor duda. Y, luego, llega la emoción de alguien que tiene que administrar su emoción de una manera muy extraña y es el intérprete. El intérprete puede emocionarse. Eric Kleiber, el gran director de orquesta, decía que él no llegó a dirigir bien la novena de Beethoven hasta que no la dirigió más de ciento y pico veces, porque se emocionaba cuando se ponía a escuchar música. ¿Se imaginan que eso le pasa a un cantante de opera? Si se nos pone a llorar la prima donna, se nos acabó la opera. Llorando no se puede cantar. Si se emociona alguien... A ustedes, cuando se emocionan, ¿no se les cierra la garganta?, ¿cómo se emociona el intérprete? Pues tiene que controlar la emoción para hacer que el público se emocione, y luego se emociona el que escucha. Y éste, ¿dónde se emociona? ¿por qué se emociona?
Pues aquí la respuesta es individual, porque por mucho que los científicos quieran investigarlo, la respuesta emocional que cada uno damos depende de nuestro estado de ánimo, de nuestras vivencias, de nuestro nivel de educación. Pero lo cierto es que todos nos podemos emocionar independientemente de nuestra clase social, nuestra religión o lo que sea. Nos han dicho toda la vida que la música es el lenguaje más universal que existe, pero la música es inoperante para contar la historia más sencilla del mundo. Esa de Hollywood: chico conoce a chica, se enamoraron, superaron algunas pequeñas dificultades y luego fueron felices y comieron perdices,... Eso, escuchando violines no es capaz uno de llegar a esa conclusión. La música es una tecnología y la música, además, varía mucho históricamente de una latitud a otra. Esos cantos apasionados, encendidos, casi pornográficos, que eran los madrigales medievales, a nosotros nos parecen fríos y distantes. Y cuando los Beatles estaban locos con Blangadesh, ¿se acuerdan ustedes de los conciertos aquellos para Blangadesh? Salió Ravi Shankar a afinar su instrumento, el sitar, que iba a tocar y recibió una ovación del público, porque pensaron que había hecho una interpretación genial afinándola. De una latitud a otra cambia la música. Luego, no es cierto que la música sea tan universal como nosotros pensamos.
¿Qué es lo que sí es la música? La música lo que sí hace es ser el motor y el espejo de nuestras emociones. A veces la utilizamos como motor de nuestras emociones y a veces como espejo. ¿Cuándo la utilizamos como espejo? Pues esos días que estás triste, tristísimo, y coges seis cajas de kleenex y te sientas con la música más triste de toda tu discoteca, que no quiero parar de llorar en las próximas tres horas. O cuando estás exultante y alegre y te pones una música maravillosa, y te pones a bailar. O lo hacemos al revés, estamos tristes y nos ponemos una música alegre, o lo contrario. Y es que ¿por qué pasa esto? Porque la música llega a nuestro cerebro a través del sistema límbico. El sistema límbico es donde se administran nuestras emociones, y forma parte de nuestro inconsciente, no de nuestro consciente. El resto de la información que recibimos de otros sentidos de la vista o del tacto, pasa primero por el consciente, y luego también llega al inconsciente. Y la música, luego, también llega a la parte consciente. Pero, por eso, al oír una cadencia se nos ponen toda la carne de gallina, porque antes de procesarla con la parte consciente de nuestro cerebro, o con la parte más racional, nuestra parte inconsciente la ha procesado antes y ha llegado a la zona de nuestro cerebro donde se administran nuestras emociones.
Esto es lo que ha dado origen a la musicoterapia. De la dicotomía entre qué se hace si se piensa racionalmente o si se siente, de esto lleva hablando la humanidad. ¿Qué pasa cuando está sometido a una fuerte tensión emocional? ¿somos capaces de pensar racionalmente? Pues parece que no, parece que nos cuesta mucho más pensar racionalmente cuando estamos sometidos a una fuerte tensión emocional, bien sea de pena o bien sea de alegría. Esto lo dijo Pascal de una forma mucho más poética, cuando dijo aquello de hay razones del corazón que la propia razón ignora. Dice que cuando estas enamorada no eres capaz de pensar, o cuando estas con una pena muy profunda, este no es el momento de tomar decisiones. Esto la ciencia lo utiliza cada vez más y, por ejemplo, la música la han utilizado con gente de la tercera edad que ha visto mermadas sus facultades cerebrales, o con enfermos de Alzheimer, a los que sentaban a escuchar la misma cantidad de minutos de música agradable como de desagradable. ¿Y por qué? Porque los dos lóbulos de nuestro cerebro, el lóbulo derecho administra las sensaciones agradables y el lóbulo izquierdo las sensaciones desagradables.
Todos tendemos a nuestra zona de comodidad, a lo que nos resulta agradable, cómodo. Por eso queremos escuchar la música que ya conocemos, porque nos resulta agradable, nos resulta cómodo. Por eso los compositores actuales lo tienen tan difícil. En nuestra vida hacemos lo mismo: nos sentamos, nos cuesta más trabajo cada vez, cuando vamos cumpliendo más años, cambiar o asumir nuevos retos o nuevos desafíos. Y esa otra música desagradable activa también el lóbulo izquierdo del cerebro y te permite asumir estos nuevos retos.