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D. Marta Rivera de la Cruz

Escritora y periodista. Finalista del Premio Planeta 2006

Españoles en el Holocausto

En Bilbao, a 29 de enero de 2007
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Después de un tiempo, donde su actividad se hizo de una forma más controlada, Climent, que trabaja muy bien, llegó a poder moverse con cierta independencia dentro de la oficina y entonces decidió, corriendo un riesgo que no hace falta explicar, duplicar todos los documentos que iba consignando. En vez de hacer una ficha hacía dos y escondía una. Se le ocurrió, además, una forma muy original de esconderlas. Cuando tuvo ya demasiadas fichas para guardarlas en un cajón, decidió meterlas en cajas, que supuestamente estaban llenas de folios en blanco, de fichas en blanco. ¿Qué paso cuando el campo iba a ser liberado y los SS empiezan a destruir documentación? A nadie se le ocurre quemar lo que pensaban que eran cajas de fichas vírgenes para ser rellenadas. En realidad, estaban llenas de fichas con nombres y con registros de prisioneros. Y, después, otra cosa que hizo este español Climent, con un riesgo absoluto para su vida, fue enterrar en un lugar del campo decenas de fichas de los SS, que él también iba confeccionando y eran SS que habían trabajado en el campo y que luego fueron destinados a otros destinos. ¿Qué ocurrió? Que cuando llegó la hora de la liberación del campo, para juzgar a SS, que a lo mejor habían estado en Mauthausen ejerciendo de torturadores y que luego se habían marchado al frente, o que se habían ido a otro campo, esas fichas fueron absolutamente definitivas.

Otra cosa que hizo Climent fue preparar, por su cuenta y riesgo, una lista de prisioneros españoles. Quiero decir, aparte del listado normal y corriente, de la ficha que había que hacer, el añadió por medio de entrevistas personales el lugar de procedencia exacto, o sea, el pueblo del que venía el español y la dirección de su familia. Gracias a eso, muchos españoles se enteraron de que sus familiares habían muerto en el campo de concentración, porque se les pudo localizar una vez terminada la guerra. Esta lista se publicó por primera vez en un libro en el año 77, en un libro de Montserrat Roig que se llamaba "Los catalanes en los campos nazi" y se publicaron esas listas las elaboradas por Climent.

En esta tarea Climent contó con la colaboración de otro español que se llamaba Juan de Diego, que tuvo también su participación más particular en la reconstrucción de la historia de Mauthausen. Los miembros de la gestapo habían ordenado llevar un registro donde iban consignándose las llamadas muertes no naturales, como si hubiera allá una muerte natural. Le encargaron a Diego que lo confeccionara. Entonces, en un libro, se iban consignando esas muertes, que eran todas aquellas muertes que, de ninguna manera, podían hacerse pasar por una pulmonía o por un infarto -que había infartos todos los días en aquel campo. Pues, cuando había que ajusticiar directamente a un preso, entonces se consignaba en un libro. Entonces, cuando llegó la liberación del campo, este hombre localizó el libro y se lo entregó, él personalmente, a un oficial americano, explicándole lo que era aquel libro.

De Diego, por cierto, fue, cuando se produjo la visita de Himmler al campo de Mauthausen, una de las personas que lo pudo saludar. A todo esto Himmler, en un exceso de cinismo, le preguntó cómo se encontraba y si estaba bien en el campo. Cuando muchos años después le preguntaron a él qué impresión había sacado de Himmler dijo: "no había nada especial en su mirada, era un burócrata, un burócrata gris". Bien, es verdad que no todos los presos se molestaron por defender y preservar la memoria del campo de una forma tan celosa. Por ejemplo hubo un catalán Josep Bailina, que había estado en el campo y estuvo durante años, ya liberado, tomando notas, supuestamente para escribir un libro y, bueno, pues se puso enfermo y quemó todas las notas antes de morir, cuando su testimonio hubiera podido ser muy valioso.

Hubo otros dos españoles, Antonio García Alonso y Frances Boix, que encontraron trabajo en el laboratorio fotográfico. Eran fotógrafos de profesión. En concreto, Boix, me parece, tenía un estudio de fotografía con sus padres y entonces, pues, cuando hubo que reclutar fotógrafos, se hizo un auténtico "casting" entre los presos, porque, claro, era un trabajo mucho más especializado; no era el de un simple oficinista. Entonces, estos dos hombres destacaron por la habilidad de revelar fotos, de manejar negativos y los colocaron en el estudio fotográfico. Enseguida los SS depositaron en ellos cierta confianza y ellos también entendieron la necesidad de conservar, por lo menos una parte, del material que pasaba por sus manos. El problema es que, claro, esconder papeles es más fácil que esconder fotos. Uno de sus antecesores, por ejemplo, había escondido material gráfico detrás de una viga, donde era muy fácil que lo encontrasen en una inspección y, entonces, a Antonio García se le ocurrió algo muy original, metió las fotos en un cajón y cada vez que un SS preguntaba qué hacían allí aquellas fotos, explicaba que habían salido con errores y que había que repetirlas y entonces sin esconder el material lo tuvo a su disposición hasta el día de la liberación del campo.

Hubo otros españoles cuyo testimonio fue muy interesante para reconstruir la historia del Lager , por ejemplo, dos médicos, José Pla y Pedro Bravo que eran seleccionados para trabajar en el llamado Revier , en el mal llamado dispensario, realmente entrar en el Revier aunque muchos pensaban que era una forma de ganarse unos días de descanso en realidad era un modo de acelerar la muerte porque en el Revier lo que se hacía a veces eran experimentos científicos con los prisioneros. Pla y Bravo dieron cuenta de las atrocidades cometidas por aquellos científicos.

Era obligatorio participar en aquellos experimentos científicos y, si no, se ordenaba su ejecución inmediata, como solía ocurrir con un prisionero que se revelaba ante las órdenes de un SS. Lo que ocurrió fue que eran demasiado buenos, eran unos prisioneros demasiado valiosos como para que quisieran eliminarlos. Pues, bueno, les permitieron seguir con vida, aunque dijeron, desde el primero momento, que no pensaban participar en los experimentos científicos. Hubo otro médico español, Ramón Verge, que ayudó, sí bien es verdad bajo coacciones, a aplicar tratamientos demenciales a enfermos que acudían al Revier.

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Por César Coca, Oscar B. Otalora e Iñaki Esteban

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