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D. Marta Rivera de la Cruz

Escritora y periodista. Finalista del Premio Planeta 2006

Españoles en el Holocausto

En Bilbao, a 29 de enero de 2007
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Después, a cada preso, se le cosía en el uniforme un triángulo que indicaba su procedencia. El rosa era para los homosexuales, el rojo era para presos políticos, el verde para delincuentes comunes, el amarillo para los judíos, el negro para los asociales, el marrón para los gitanos, el morado para los objetores de conciencia y el azul para los apátridas. Había, además, una insignia roja con los bordes blancos que se reservaba a aquellos prisioneros que habían intentado escaparse; a ellos se les reservaba lo peor de lo peor el peor de los tratos. Un preso que intentaba escapar -muy pocos lo hicieron-, normalmente era abatido, cuando se le encontraba, pero si volvía al campo estaba condenado a morir, normalmente en menos de dos semanas.

Mauthausen era lo que se llamó un Mutterlager , un campo madre, alrededor del cual había lo que se llamaba los Nevenlager , que son una especie de campos subsidiarios que tenían sus propias reglas, muy parecidas a las de Mauthausen. Pero, evidentemente, siempre el Mutterlager es la parte más dura dentro de los más duro. Los prisioneros, de todos modos, podían pasar de uno a otro en función de conveniencia, de necesidades de trabajo, de castigos, o de "recompensas".

La vida en Mauthausen se organiza en torno a una cantera, en la que se empleaba a los presos para sacar piedras. La cantera estaba, más o menos, a un kilómetros del campo. Era un pozo gigantesco, al que los presos bajaban y subían varias veces al día, subiendo y bajando 186 escalones, llevando a sus espaldas piedras cuyo peso rondaba los 20 kilos. Si un prisionero flaqueaba al llevar una piedra, cosa que pasaba con cierta frecuencia, por razones obvias, recibía allí mismo su correspondiente ración de golpes, o podía ser asesinado.

La persona que más ha investigado y mejor sobre la relación entre los españoles y el Holocausto es David Wingeate Pike, un historiador rigurosísimo, que nos ha ofrecido un trabajo sobre los españoles en los campos de concentración. Asegura que dentro de ese terrible entramado de Mauthausen coincidieron además de judíos presos políticos de varias nacionalidades: había franceses, había belgas, había checos, había polacos, luxemburgueses, austriacos. La comunidad española se distinguió siempre como grupo muy especial, por dos razones.

En primer lugar, los españoles consiguieron mantener la moral de grupo de una forma especialmente llamativa, dadas las circunstancias. Por ejemplo, a los españoles se les negó desde el primer momento la condición de presos, o sea, se les llamó apartidas, directamente, no tenían nacionalidad. Se les despojó, incluso, de lo suyo y se les entregó el triángulo azul, de los que se reservaba a los apátridas, con una clara intención desmoralizadora. Pero, como había en el campo muchos españoles, decidieron organizarse para prestarse mutuamente, al menos un apoyo moral, y, después, a partir de 1943, un más que notable apoyo material, que determinó la supervivencia de muchos de los recién llegados. Era tanta la intención de los SS de minar esa moral que sometían constantemente a los españoles a castigos especiales. Por ejemplo, sabemos que hubo un grupo de españoles que parecía que llegaban en especialmente buen estado físico y entonces, por no saber qué hacer con ellos, a un SS se le ocurrió la idea de desnudarlos y obligarles a caminar durante varias horas con sus propios excrementos en la mano corriendo por el campo.

Los españoles que estaban allí se organizaron, poco a poco, para constituir un grupo aparte del campo. Fue el único caso en el que eso funcionó. Hubo otros intentos de experiencia de asociación, de otras comunidades nacionales, que se saldaron con un absoluto fracaso. Muchos años después, cuando llegó el momento de hacer el balance de todo lo sucedido en Mauthausen, una gran parte de los prisioneros expresarían sin paliativos su admiración por el grado de organización al que habían llegado los españoles, para ayudarse y para apoyarse mutuamente. Hay un dato que es incontestable: el único grupo nacional -y había varios en Mauthausen- donde nunca se dio un caso de suicidio fue entre los españoles. El único. Entre todos hubo distintas formas de matarse, unas más llamativas que otras, pero el único grupo donde nunca se suicidio un preso fue en el caso de los españoles.

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