Hay que inculcar a nuestros hijos, que el suelo que está bajo sus pies tiene las cenizas de nuestros antepasados.
Hay que educar en el afecto, la tolerancia, la empatía, ésta es la auténtica prevención y administrar capacidad para planificar, para demorar los impulsos.
Hay que enseñar a labrar el propio ser con amor, sembrándolo de generosidad.
Hay que transmitir una fundada sospecha de la perduración de las cosas, algo con lo que convivimos, pues cuando se nos mueren los nuestros, anticipamos nuestra propia muerte.
Hay que domar el sentido de la vida, incluyendo un componente vital, como es la espiritualidad y es que en muchas existencias humanas se detecta el brote o la revolución mística.
En todo caso el hombre debe trascender de sus limitaciones y miserias, debe dar un sentido longitudinal pero también vertical a su «nacer, crecer, desarrollarse, reproducirse y morir».
Una opción personal es la de formar parte de una religión, recordando lo que dijo Mahatma Gandhi en sus cartas del ashram: «las religiones son como caminos distintos que convergen en un mismo punto. Qué importa que sigamos itinerarios distintos, si llegamos a una misma meta».
Ciertamente la paz sólo puede empezar en los niños, pero a algunos les enseñamos a ser mentirosos compulsivos, o mentirosos de conveniencia, no nos referimos a la «mentirijilla», sino al primar el propio interés sobre la verdad y es que ven esa actitud a su alrededor. La mentira, en muchas ocasiones debe ser más sancionada que la causa que la ha generado.
Las graves y continuadas faltas educativas, las vivencias traumáticas, ocasionan que algunos niños deflecten emociones y sentimientos. Otros jóvenes caen en la indefensión aprendida, la cual aparece cuando la persona cree que los sucesos son incontrolables, que no puede hacer nada para cambiarlos, pues no influye sobre ellos.
Es natural que el trato que se dé a «los reyes de la casa» sea de afecto, cariño, mimo, es comprensible que los abuelos estén para «mal educar» a los nietos, pero tenemos que saber que entre los objetivos de la educación es prioritario el formar para vivir en sociedad y hacerlo democráticamente, sabiendo escuchar, respetar.
Por eso el trato no puede ser entre algodones, sino desde el niño autogobernado, autoposeído, mostrémosle sin miedo que les enseñamos para que se emancipen, hagámoslo desde las cosas que pudieran parecer intrascendentes como la asignación económica, formémosles para que sean responsables ante la toma de decisiones, lo que conllevará su posicionamiento ante la oferta de drogas o su opción para mantener relaciones sexuales.