Tenemos que transmitirles sin decirlo, la sensibilidad en carne viva, conscientes de que sin amor todo chirría. La justicia es vindicativa, la norma artrósica, la ayuda egoísta, la disponibilidad ficticia, la inteligencia fría, la responsabilidad estricta, la dignidad inalcanzable, la fe fanática, la simpatía hipócrita, la sonrisa helada.
Tenemos que erradicar la patética falta del sentido del humor, debemos rescatar y exaltar la cotidianidad como una parte de nuestra vida, y en lo posible conversar con los antecesores, antiguos griegos, que tanto sabían de práctica pedagógica.
Importante será lo que enseñemos, pero más el gusto que transmitamos por aprender.
Y en lo posible
«¡Castigar nunca! a tu niño nadie le debe castigar Nunca. Sería un crimen, un holocausto. Nadie le debe castigar. Ni Dios lo hace. A tu niño, se le puede reprender. Pero, sólo quien le quiere tal como es, quien le quiere a fondo perdido. Tu niño -semillero soterrado, roto bajo la nieve paradójica- aflora y florece por tu pupila cálida». (Antonio Beristain)
En conclusión, la relación de padres y madres, respecto a sus hijos debe ser de amor y enseñanza a la par.
No podemos, ni hemos de olvidar, que nacemos del amor físico y emocional de las personas de sexo distinto, que ambas figuras -paterna y materna- son esenciales para la más correcta maduración psíquica, en cuanto a identificación de valores sexuales.
Por eso, hay que educar que el sexo no es sólo contacto físico -con serlo y muy grato- que hay y debe haber respeto y sentimientos recíprocos.
La familia debe ser protegida por el Estado y específicamente a quienes puedan tener hijos (familias heterosexuales), esta mayor protección lo ha de ser, en cuanto es un derecho del más vulnerable (el que nace). Hemos de distinguir entre familias y parejas (sean, o no, de hecho).
Todo se aprende
Por eso tenemos que aprender y posteriormente enseñar a contemplar, a percibir la realidad.
Hay que transmitir el amor a la Tierra, como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre.