Es tarea de todos los ciudadanos el educar a los más jóvenes en el respeto, en el autodominio, en valorar el silencio, el arrepentimiento, el conocerse a sí mismos y ponerse en el lugar del otro, es decir, ahondar en la autointrospección y la socialización, el emplear la razón y aprender a ser libres, el valorar lo realmente importante: la persona, el agua, los árboles, el aire, enseñar a disfrutar del patrimonio cultural de nuestros pueblos y ciudades, sentirse partícipes de un aprendizaje, utilizar el sentido del humor.
Tenemos que conseguir que nuestros jóvenes no vivan deprisa, deprisa. Para ello tenemos que autoeducarnos y mirar sin miedo al horizonte. Dice una canción vasca, Txori, Txuria «si yo le cortara las alas, sería mío, no se escaparía, pero... de esa forma ya no sería nunca más un pájaro, y yo quería al pájaro».
Los tiempos están cambiando
Lo dijo Bob Dylan: "Vamos muy deprisa, pero a veces sin rumbo, miramos pero sin recrearnos, oímos pero no escuchamos, no aceptamos la espera y nuestra paciencia disminuye".
Los padres sienten que es cada vez más difícil que sus mensajes lleguen a los hijos, pues la competencia es atroz.
Los progenitores hemos de estar disponibles, pues niños y jóvenes buscan "estar conectados". Y entender que el bienestar emocional del hijo desborda el nivel de aprendizaje.
Los padres precisan apoyo, han de poner amor, experiencia, lógica, tener conciencia de esta sublime tarea, pero debe aportárseles técnicas. Ya los alumnos de cursos preuniversitarios debieran ser formados en esa misión, las más trascendente.
Posteriormente se ha de seguir coadyuvando a los padres, que puedan consultar, que reciban respuestas de todo tipo. Al igual que se les remite el calendario vacunal de los hijos, se les ha de proveer de programas educativos, facilitadores de resolución de conflictos (actualizados a una sociedad siempre cambiante).