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D. José Ángel García de Cortázar

Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Cantabria

Memoria histórica, memoria heroica: en el 800 aniversario del 'Cantar de Mío Cid'

En Bilbao, a 15 de enero de 2007
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Una segunda memoria muy presente en el Cantar de Mío Cid fue la del reconocimiento de los progresos económicos y sociales y del papel de la segunda nobleza. El ascenso social de una nobleza de infanzones había empezado a producirse con la llegada del navarro Fernando I, padre de Alfonso VI, al trono de León en 1037. Y se fortaleció con el comienzo de la actividad conquistadora que aquél puso en marcha a partir de 1055. Más que los miembros de la primera nobleza, a la que pertenecían los infantes de Carrión del Cantar , fueron los de la segunda, la de los hidalgos, los que hicieron de la lucha contra los moros un rápido expediente de enriquecimiento y ascenso social. No debió ser difícil, por ello, al poeta del poema recordar en 1207 que el interés político y religioso de la guerra contra el Islam tenía con frecuencia el pago inmediato de un buen botín. El propio Cid y su mesnada se habían hecho ricos guerreando contra los musulmanes.

Esta circunstancia abría el camino a la creación de una tercera memoria histórica. La de la lucha contra los musulmanes. Los enfrentamientos entre musulmanes y leoneses y castellanos no habían cesado durante todo el siglo XII. En su primera mitad fueron los almorávides los que pusieron en jaque la propia plaza de Toledo, joya de la corona. En la segunda mitad habían sido los almohades quienes amenazaron continuamente los territorios del reino castellano. En resumen, en su particular pugna con el Islam, Castilla había vivido momentos muy difíciles tanto hacia 1140, en que comenzó la ofensiva de Alfonso VII contra los almorávides, como hacia 1165, en que los almohades presionaban con fuerza sobre la frontera meridional de Castilla, como, por fin, después de la derrota de Alarcos en 1195.

En cualquiera de esos momentos, el rey habría saludado con júbilo la aparición de un instrumento de exhortación y propaganda a favor de la lucha contra el Islam. Máxime si esa propaganda se centraba en una figura con la que el auditorio de los juglares podía sentirse identificado. El Cid, en efecto, no es en el Cantar un héroe sobrehumano sino un espejo accesible. Al pintarlo igual que sus oyentes en los momentos bajos, en la adversidad, se incitaba a aquéllos a identificarse con él en las horas de triunfo y esplendor. Por ello, los especialistas han pensado que las ideas y algunos materiales que acabaron encontrando su forma definitiva en el poema de 1207 se habían ido acumulando durante el siglo XII. Más precisamente, piensan que lo habían hecho en torno a aquellas tres fechas en que el reino había sentido más cercana la amenaza musulmana: 1140 (Ramón Menéndez Pidal), 1165 (María Eugenia Lacarra), después de 1195 (opinión hoy mayoritaria).

La última de las memorias parciales construidas en Castilla a lo largo del siglo XII tuvo por objeto la propia grandeza del reino y sus gentes y se explica mejor en el período, después de 1157, en que Castilla y León formaron reinos separados. Tal memoria debió parte de su impulso a los avances experimentados en el siglo XII en la percepción y defensa de los rasgos propios de tierras y personas y de las historias peculiares de gentes y pueblos. Durante aquella centuria, los progresos en la afirmación de la individualidad empezaron a hacer asomar por doquier señas de identidad y reivindicaciones de autoafirmación regional o personal.

Ya hacia 1120, el clérigo que escribió la llamada Historia Silense había exclamado más o menos: "¡Excepto Dios padre nadie ha llegado en ayuda de los españoles contra los musulmanes, de modo que no vengan ahora los franceses con el cuento de que fue Carlomagno quien liberó el norte de España de manos del Islam!".

Unos años más tarde, en 1147-1148, en uno de sus pasajes, el Poema de la conquista de Almería , apéndice de la Crónica de Alfonso VII , describía y valoraba las fuerzas regionales y personales que se movilizaron para acudir a la llamada del rey. Al hacerlo, el cronista realizó el juego, mitad erudito mitad patriótico, de comparar la pareja Álvar Fáñez-el Cid, que jamás habían coincidido en la realidad en sus andanzas, con la pareja Roldán-Oliveros de la Chanson de Roland. Para el autor, aunque el Cid era superior a su compañero, habría bastado que Álvar hubiera formado un terceto con Roldán y Oliveros para que los musulmanes hubieran sido sometidos por los francos.

Que la idea estaba ampliamente extendida en las villas y ciudades del reino nos lo demuestra el hecho de que, según una Crónica de la población de Ávila, hacia 1170, las mozas de la ciudad deploraban en sus corros que "Cantan de Roldán, cantan de Oliveros, e non de Zorraquín, que fue buen caballero". La reivindicación del héroe local trataba de abrirse paso en medio de las leyendas que la épica francesa había generado y los peregrinos a Santiago habían difundido.

De la memoria del Cantar a la memoria de Castilla

Las tres referencias ilustran el progreso de búsqueda de señas de identidad y de diferenciación del reino de Castilla. El mismo espíritu está presente en la última de las memorias parciales espoleadas por el Cantar de Mío Cid . La memoria de la propia Castilla. Sin ser, desde luego, un poema político, el Cantar fue un poema políticamente castellano. Por ello, como apunté hace un momento, su elaboración definitiva resulta más lógica en tiempos en que Castilla constituyó un reino individualizado y separado de León, cosa que sucedió entre 1157 y 1230.

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